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La complejidad cultural del antikirchnerismo (I)

SEMINARIO: Ante la saturación teórica del kirchnerismo, el Portal decide indagar sobre la Oposición.

Osiris Alonso DAmomio - 27 de noviembre 2009

Consultora Oxímoron

La complejidad cultural del antikirchnerismo (I)escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital

Introducción

El antikirchnerismo -o, con mayor rigor, el conglomerado no kirchnerista-, participa de una complejidad cultural que debiera ser, antes que subestimada, estudiada.
Se asiste al riesgo plácido de descalificar, en bloque, y como es habitual, a «la oposición».
Se la impugna. Se la culpa. Se la hace responsable por no contener los arrebatos del oficialismo. Por no capitalizar el hartazgo creciente de la porción, decisivamente mayoritaria, de la sociedad.

«No hay nadie enfrente».
La apreciación, popularmente certera, es devaluatoria. Pero también es injusta.
Los «de enfrente», los opositores más reconocibles, son individualmente considerables. Pero se encuentran ineludiblemente divididos. Hostigados por un conjunto de personalismos naturalmente irreprochables. Retrocesos que se perciben como vanidades. Reyertas previas que tienen que ver con episodios confrontacionales de la historia. Por rencores bilaterales. Traiciones mínimas.
Es el reflejo indeseable de la fragmentación política, hábilmente administrable desde los recursos del poder. Un fenómeno -la fragmentación- que condiciona a la sociedad necesitada de soluciones básicas. Las que pueblan los discursos, pero siempre en el marco de la oralidad.
La espantosa continuidad del fracaso magnifica la sensación del desperdicio. De la vida desaprovechada. Entre episodios impresionantes de violencia diaria. Entre expresivas obturaciones que hacen, por ejemplo de Buenos Aires, un enclave cotidianamente infernal.

Cobos, Duhalde, Solá

En principio, la gran parte de los bloques opositores, relativamente estructurados, los encabezan los fragmentos que se apartaron del kirchnerismo.
Emanaciones, por la dinámica del desgaste, del campo oficial. Desprendimientos. Pérdidas.
Por ejemplo dos de las figuras principales, las que se encuentran en el pleno armado de la superación, salieron, de alguna manera, de las filas de aquello que se proponen combatir.
Cobos es la más alta representación opositora externa (desde fuera del peronismo). Convive, invariablemente, con la deslegitimación natural de ser el vicepresidente de la república. Se consagró como compañero de fórmula de La Elegida, en la alucinante Concertación.
Materia invalorable para la señora Carrió. Es la enemiga que se obstina en evitar el acceso, de Cobos, hacia la presidencia.
Significa que, hasta mediados del 2008, Cobos suscribió aquella cultura con la que hoy decide confrontar.
Ocurre que «el modelo», impulsado por Kirchner, no es impugnable sólo desde el 2008. Pueden asegurarlo quienes lo combaten desde mediados del 2003. Los que fueron desplazados del primer plano por la virulencia, y el poder de representación, de los nuevos oponentes. Es el caso de Carrió (ella tendrá su propio ítem en el Seminario).

Duhalde, en cambio, es el máximo exponente de la oposición interna. Desde el pulmón del peronismo.
Al Piloto de Tormentas ya no le alcanzan las iglesias de Roma para inclinarse. Hacerse perdonar. Arrepentirse del pecado de haberlo ungido. De haber «traído al Loco». De haber quedado, en definitiva, ante la historia, como un «buenito».
Pero hubo algo más en Duhalde que una errónea selección: Kirchner lo mantuvo conchabado, a Duhalde, durante dos años, como Inspector de Tránsito del Mercosur (El puestito que hoy tiene Chacho Álvarez).
Mientras Duhalde, a través del aprendizaje con los líderes vecinos, hacía el curso acelerado de estadista, Kirchner -a Duhalde-, lo vaciaba. Le perforaba la provincia de Buenos Aires, la más estragada y, sin embargo, racionalmente la que más les interesa.
Por cuya conducción hoy, Kirchner y Duhalde, confrontan. Segundos afuera (o sea el resto del país que se jactó de ser federal). Ítem propio, también, para el Seminario.

Una tercera emanación, para otorgarle colorido al curso, la representa el presidenciable Felipe Solá. Fue el instrumento más importante, de Kirchner, para la decapitación, oportunamente provincial, de Duhalde.
Solá salió a debatirse por el prestigio kirchnerista, como primer candidato a diputado en el 2007. Para ir, contra Kirchner, en el 2009. Pero ya como segundo.
Porque el primero fue Francisco De Narváez, el que debió ser la revelación. Porque le ganó a Kirchner. Por motivos tratables, secundarios, derivados del hartazgo social. Pero le ganó.
Fue apenas cinco meses atrás. Aunque después De Narváez no supo, o no pudo, mantener, en la agenda, la gravitación de su triunfo.

De Narváez

De Narváez es -para Consultora Oximoron-, el ejemplo máximo de la dispersión que debiera estudiarse especialmente en el Seminario. Un signo desalentador de la complejidad cultural. En simultáneo, representa también un síntoma de la banalización institucional. Acaso a su pesar, De Narváez es captado como un caballo multifacético, que puede atreverse para todas las cuadreras.
Hoy De Narváez figura en las pantallas conjeturales como candidato a gobernador (con Macri como presidente, o con Cobos). Pero quienes lo conocen aseguran que el hombre va también por la presidencia. O que puede ir, incluso, como vice de Cobos. O intentar, por si no bastara, la jefatura de gobierno de Buenos Aires.
Aludir a De Narváez implica, invariablemente, referirse, menos que a la fosforescencia del peronismo disidente, al acosado Macri.
Otro presidenciable, tan solo, si es que va como estandarte de la superstición del peronismo. Que de ningún modo, nunca, lo va a llevar. A pesar de la ferviente obstinación de Puerta. Pero para tratar, en el Seminario, cuando se analice el ítem del Peronismo Disidente. O Federal.

Reclamo

«¿Por qué no se unen?».
Es el reclamo de las señoras honestamente preocupadas. Conmovidas, acaso, por los análisis del Profesor Grondona.
La «unión nacional», inspirada en el moncloismo, es básicamente un deseo imaginario. Casi utópico. Pudo comprobarlo Duhalde, cuando querelló a Carrió. Tal vez fue nada más que para disponer del privilegio de entrevistarla. A solas. Cuando Duhalde se dio cuenta que el enemigo de Carrió de ningún modo es Kirchner. Es Cobos.
La eventual unión que reclaman las señoras, el amontonarse contra Kirchner, sería, en todo caso, la antesala de otro desastre. Comparable al desastre que deja, como legado, el kirchnerismo. Ya tratado. Hasta la saturación.

Osiris Alonso D’Amomio
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