El tiempo sublime del romance
Gobierno-Clarín. “La guerra-divorcio de los Roses”.
Editorial
escribe Carolina Mantegari
especial para JorgeAsísDigital
“La Argentina está para ser tratada por un dramaturgo de la magnitud de Arthur Miller. Más que para la racionalidad de una crónica de Morales Solá”.
Garganta anónima.
En vísperas de la epopeya innecesaria del 7-D, lo que profesionalmente se impugna, desde el periodismo artesanal, no es la declarada Guerra abierta, entre el Gobierno y el Grupo Clarín.
Lo que se impugna es el tiempo sublime del romance. El idilio que habilita a tratar el conflicto -de intereses- como un divorcio.
Una institucional “Guerra de Los Roses”.
Pero se trata de la Guerra-Divorcio que mantiene secuestrada a la política.
Y a la sociedad perpleja, resignada también a ser rehén.
Pero sobre todo la Guerra Divorcio resulta letal para el ejercicio del periodismo.
La profesión hoy se encuentra tan manoseada, acaso, como la justicia.
En su peor momento. Hasta la obscenidad. Al extremo de resultar sospechosa, incluso, la idea perversa de la neutralidad.
Porque lo mejor para la república es que pierdan, en el fondo, los dos.
La derrota compartida es una maravilla que está por concretarse.
Aunque alguno de los dos, a lo Pirro, crea que gane.
Pero ni el Gobierno ni Clarín van a tener la potencia que tuvieron cuando se encontraban pecaminosamente juntos.
Asociados. Adheridos. En presentable promiscuidad.
2003-2007
El tiempo sublime del romance, entre el Poder (Kirchner) y la Comunicación(Magnetto), se registró entre 2003 y 2007.
La chispa del desencuentro sólo se extiende a partir de mediados de 2008.
Para derivar, en materia de violencia, en el éxtasis de la actualidad. Plagada de golpes bajos. Los repentinos enemigos, en el fondo, se asemejan.
Adquieren formatos similares.
Ambos cuentan con la complacencia festiva de los aplaudidores. En la solemnidad del Salón Blanco, o en el estudio acogedor del Canal 13.
En realidad todo Clarín se transformó en una suerte de “678”al revés.
Cuesta ya leer el diario que se obstina en masacrar al gobierno cuya fortaleza, en definitiva, construyó.
Como cuesta ver, de pasada, “678”, la emisión patológicamente ocupada en masacrar al Grupo. La “prensa Concentrada y Hegemónica”.
Clarín fue el sostén que les proporcionó, con su oportuno silencio, la legitimidad.
La complacencia en el tratamiento informativo derivó en una pausa bella, que el kirchnerismo, durante cuatro años, supo disfrutar.
Comunidad informativamente organizada
¿Se puede saber qué les pasó a estos dos Roses en guerra?
¿Podrían contar por qué demonios, en el fondo, se pelean?
Ninguno de los contendientes que se divorcian, evocan, siquiera, el tiempo sublime del noviazgo.
Los años felices que compartieron los amantes. Los socios.
Néstor Kirchner, El Furia, y Héctor Magnetto, El Beto.
Cuando se asistía al ejemplo ponderable de la comunidad informativamente organizada.
Cuando Magnetto -o sea Clarín-, colaboraba sustancialmente para que El Furia completara la ceremonia de la conquista. La hegemonía que lo catapultaba como el político más importante, hasta aquí, del Veintiuno.
Para que santacrucificara lo más pancho, en fin, la Argentina.
Cuando Alberto, el poeta impopular, fiscalizaba cotidianamente los títulos de la portada.
Y les “daban”, a Clarín, la totalidad de las primicias.
Clarín y el Gobierno construían el nuevo orden cultural.
Administraban, juntitos y de la mano, la información.
Pero a no comérsela. En este divorcio de los Roses no está en juego ningún alto valor del espíritu.
Ni la comunicación democrática y popular, ni la defensa de la libertad de expresión.
Aunque se le debe reconocer a Kirchner, en cierto modo, por haber sido el primero en atreverse a ponerle un freno a los avasallamientos periodísticos-empresariales de Clarín. Después de haberlo tenido eróticamente a su servicio.
También, nobleza obliga, hoy se le debe reconocer, en cierto modo, a Clarín. Por ponerle el freno a la patología avasallante del cristinismo.
Para Arthur Miller
Sin indagar en la frivolidad del revisionismo, puede arriesgarse otra tesis. Con Kirchner presidente, el conflicto con el campo nunca hubiera existido. Lo arreglaba en 48 horas.
Pero tampoco -con Kirchner presidente- iba a existir la pelea con Clarín. Y menos con Moyano, El Charol.
Para rebatirnos, dirán que fue Néstor el que decidió declarar la Guerra. Hizo abandono primero del hogar común. Cuando Magnetto quería arreglar, para que no se le fuera.
El Furia se puso al mando de la banda de los Roses oficial. Con Moyano, El Charol, de ladero.
Juntos, Moyano y Kirchner se abrazaron a los cartelitos de “Clarín Miente”. Y suele evocarse que El Furia gritó: “¿Qué te pasa, Clarín, estás nervioso?”.
En realidad se trató de litigios que El Furia agudizó sólo cuando dejó de ser el presidente.
Como si, desde el segundo plano, con poder de decisión, El Furia se dispusiera a estropear, en la práctica, la presidencia de su esposa.
Para Shakespeare. O por lo menos para Arthur Miller. O para Tito Cossa, si se anima.
Nuestra César, la pobre presidenta, cometió la tontería de pelearse, para colmo, hasta con Moyano (que se precipitó en cambiar la relación con Magnetto).
La pobre, Nuestra César, no tuvo la tranquilidad de gobernar con la protección informativa de Clarín. Como la que gozó plácidamente su marido extinto. Hasta el último día del mandato.
El Furia lo mantuvo entretenido, a El Beto, con prolongaciones de licencias, hasta mediados del 2007.
Y con el caramelito de la fusión Cablevisión-Multicanal, lo llevó hasta el final.
Consciente de la insaciabilidad del otro. De Magnetto, el socio. Que se carga presidentes, civiles o militares, desde el Moisés.
Sin tener aún la fusión asegurada Magnetto avanzaba, insaciablemente, por las acciones de Telecom. Y con pretensiones de renovada objetividad. Jactancias que El Furia tomó, simplemente, como traiciones.
Pero que quede claro el mensaje explícito del presente editorial. A Kirchner se le ocurrió declararle la guerra a Magnetto cuando la Presidente precisamente era Nuestra César.
Ya que la pobre no merecía, desde la Prensa Hegemónica, ni silencio ni complacencia.
Sólo virulencia y crueldad.
Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.com
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