Desarmaderos de Warnes
SEMINARIO VI - Entre Guerras y Entre Elecciones: El regodeo descalificador al que oposita. Base teórica del oficialismo culposo.
Consultora Oxímoron
sobre informe de Consultora Oximoron,
redacción final de Carolina Mantegari,
especial para JorgeAsísDigital
El regodeo, en bloque, con «la mediocridad de la oposición», hoy es sospechosamente unánime.
Para Consultora Oximoron, este regodeo estimula la hipocresía del oficialismo culposo.
Se entiende -como oficialismo culposo- a la manera esquiva de justificar, el apoyo a Cristina, a través de la descalificación general de los que opositan.
«No hay nada enfrente». «¿A quién vas a votar, dan lástima?» «Los opositores se tienen que unir».
Entonces mejor votar, culposamente, por Cristina. Legitimar su hegemonía merced a la degradación de quien la enfrenta.
«Es lo que hay». Los restaurantes están colmados y no hay espacio en los diarios para ofrecer más electrodomésticos.
Abunda el espacio, en el inagotable «Vestidito Negro» (cliquear), también para los oficialistas culposos que prefieran, simuladamente, colgarse.
Los dos exponentes fundamentales que opositan, paulatinamente, se desvanecen. Se desmantelan. Ante la obscena mirada de la ciudadanía.
Los dos segundos distantes, asumen, de todos modos, la epopeya de opositar, después de la paliza humillante del 50 por ciento. Que hoy puede llegar, por los garrocheros, por los cristinistas de los 44 minutos del segundo tiempo, a 60.
El radical Ricardo Alfonsín, el Menoscabado, hoy está aún más menoscabado que en sus inicios. Los correligionarios suelen ser alérgicos a la crueldad de la derrota (ese error).
Y el peronista alternativo Eduardo Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas). Emerge como la máxima víctima de la genialidad estratégica de Kirchner, El Furia. Partir. Cesar.
Ambos -Alfonsín y Duhalde- tienen las «Costillas contadas» (cliquear). Pese al admirable tesón, no aciertan en la fórmula que modifique el rumbo de la adversidad. Marchan hacia el desarmadero.
Metodología vampírica de Alberto
Duhalde se muestra silenciosamente impotente ante las descalificaciones, arbitrariamente programadas, dirigidas, de Alberto Rodríguez Saa. El promisorio Artista Plástico, del Estado Libre Asociado de San Luis.
En su rol de relativo opositor, Alberto ya dejó de opositar.
De pronto, el aún no valorado Artista Plástico, se transformó en el animador excluyente del lapso entre-electoral.
Es el periodo que se extiende entre la paliza del 14 de agosto, y la paliza del 23 de octubre (motivo del seminario, muy próximo a concluir).
A esta altura, como la clase obrera (en la concepción marxista), Alberto nada tiene para perder. Ni siquiera tiene su «fuerza de trabajo».
Según José María Vernet, el Pensador Positivista, y bastante desaprovechado compañero de fórmula, hoy «Alberto desdramatiza».
El Artista Plástico parece divertirse, incluso, hasta con la letra desopilante de Los Wachiturros.
«El Alberto es una masa/ te da una casa».
Y planifica crecer, expandirse, a través de la denigración sistemática de Duhalde.
Le extirpa entonces, al cristinismo, al adversario otrora principal. Se lo expropia.
Aquí Alberto aplica, en el fondo, probablemente sin saberlo, la metodología vampírica.
Con más olfato de indio, que encuestas de Poliarquía, Alberto percibe la magnitud de la negatividad que arrastra, injustamente, el pobre Duhalde. Accede entonces a la «piedra libre» para el agravio. A la irradiación de los rencores personales. Acumulados, durante una década. Que lo sumergen, junto al adversario Duhalde, en el ridículo.
Pero Alberto, como puntualizamos, nada tiene para perder. Abusa entonces de la licencia para injuriar.
No olvidar tampoco que, para la interpretación histórica de «los hermanitos», fue Duhalde quien generó, en el 2001, la salida presidencial de «El Adolfo». Episodio grotescamente maldito. La posteridad va a registrarlo como el Golpe de los Caceroleros. La rebelión de 25 conspiradores de pantalón corto. Y en ojotas.
Al atacar frontalmente a Duhalde, la apuesta perversa de Alberto consiste en transferir, la instalada negatividad del adversario escogido, en positividad hacia la candidatura propia.
Mientras arroja, en simultáneo, cordiales líneas de complicidad hacia «La Presidenta, a la que felicita», reiteradamente, por el éxito electoral. Y le fulmina a Duhalde, el adversario compartido.
Es una escenografía de repentina complacencia. Despierta las desconfianzas -a veces fundamentadas- de los pintorescos sobrevivientes de la civilización duhaldista. Que se extingue, irremediablemente.
La metodología -para Oximoron- le resulta a Alberto antipáticamente eficaz. Hoy el Artista Plástico disputa el segundo puesto con Hermes Binner, el Hombre Quieto, socialista de aparato.
Por su parte Binner, El Hombre Quieto, un John Wayne situado en la segunda (y muy distante) colocación, desplaza a Alfonsín. No le hace falta recurrir al vampirismo para superarlo. Dejarlo en un costado del camino. Abandonado, a la desgracia de su suerte. Al que parecía ser el aliado natural. El Menoscabado.
Garrochas
De todos modos, si Alfonsín marcha hacia el Desarmadero de Warnes, no es sólo por Binner.
Es por el Caudillo Francisco de Narváez, El Roiter. El socio artificialmente equivocado, que hoy mantiene un romance furtivo, por recíproco interés, con Alberto.
Pero igualmente El Roiter lo acompaña, a El Menoscabado, en la marcha lenta. Hacia el desarmadero.
Narváez exhibe una ostensible capacidad ambulatoria. Podría equipararlo a Felipe Solá, Alcibiades.
Es -Felipe- el exponente más calificado del felipismo.
Suele repetir, de manera cíclica, aquella epopeya de Alcibiades. El estratega de Atenas que apareció, de pronto, al comando de las tropas de Esparta.
A Felipe lo sostiene, lejos del desarmadero, su sentido del humor. Tiene la magnífica audacia que lo habilita a destacarse como el más diestro garrochero de su generación.
El inconveniente -como sostiene el pensador Moisés Ikonicoff-, es que La Rosada hoy se encuentra protegida. A prueba de garrochas. «A prueba de Felipe». Por un blindex metafóricamente poderoso.
Logra el blindex que reboten, según Ikonicoff, rechazados, los innumerables garrocheros que ambicionan abandonar, transitoriamente, la «oposición dura».
Felipe, Alcibiades, marca, como un visionario, el camino.
Al menos, hasta que el cristinismo muestre las señales del deterioro.
La metodología garrochera justifica otra sentencia del aún inexplotado Vernet. Indica:
«Estar en contra de un gobierno, los primeros dos años, es tan estúpido como apoyarlo los últimos dos».
La disgregación cultural
Descalificar, denostar al opositor, es una tarea demasiado fácil. Está servida.
Es un juego de infantes. Ideal para los que no entienden, aún, el fenómeno de la disgregación cultural. Contiene también al oficialismo.
La atomización sólo se puede simular, convenientemente -y hasta superar- desde el oficialismo.
Porque tiene el poder. El cristinismo dispone de las palancas, de las cajas encolumnadoras del Estado. El Gorro Frigio.
Desde el poder es pragmáticamente posible ocultar la catástrofe contenida de las enemistades internas. Se puede colgar, del «Vestidito Negro», una coalición disparatada. Donde penden Scioli y Mariotto, Verbitsky y Soria, D’Elía y Szpolsky, Moyano y Forster, Anguita y Boudou, Uberti y Laclau.
El etcétera es interminable.
El peronismo -para Oximoron- es la ideología del poder. Es entonces el ejercicio, y mantenimiento del poder, lo que dicta, precisamente, las claves propias de la ideología. Sobre todo en la sociedad cristinizada (ver «La cristinización de la sociedad» -cliquear-). Donde se peronizó, incluso, la totalidad del sistema político. Y donde hoy son peronistas, aunque sin asumirlo, hasta los gorilas.
En cambio, entre las anchoas saladas del desierto, que simboliza el alimento exclusivo del que hoy oposita, las disidencias, como los egoísmos, o como la tendencia hacia las divisiones infinitas, se muestran salvajemente. En su repugnante esplendor. Con destino, casi seguro, entre los desarmaderos. De Warnes. O de cualquier otro depósito de la Avenida Calchaquí.
Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.Com
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