Plazas Tharir de la Argentina
El cristinismo perdió el control de la calle.
Consultora Oxímoron
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
La Plaza de Mayo, La Plaza del Obelisco, alrededores de la Quinta de Olivos. Como las plazas centrales de Córdoba, Rosario, Mendoza.
Nada tienen que envidiarle al significado político de la Plaza Tharir. De El Cairo, Egipto.
La aglomeración egipcia, basada también en las redes sociales, bastó para demoler la fortaleza temible del presidente Hosni Moubarak. Y transferir el poder para el fundamentalismo. La única fuerza que mantenía la capacidad de organizarse.
En cambio, las sucesivas aglomeraciones de las Plazas Tharir de la Argentina, a partir de las mismas redes, brotaron el 8-N para brindar -como primera constatación- una contención popular. Hacia los desmanes fundamentalistas del cristinismo (única fuerza, a pesar de todo, organizada).
Oponer la expresiva simpleza del freno. Para atenuar las desaforadas arbitrariedades que complementan, hasta aquí, la mala praxis del segundo mandato de Nuestra César.
Con apetencias, para colmo, de violatoria continuidad. Jactancia traducida como reelección.
Un espejismo (la reelección) que el 8-N envió, definitivamente, a la lona.
La primera lección, de nuestras Plazas Tharir marca la imposibilidad absoluta de la reelección.
En adelante, y si no se desespera en la patología de la euforia (o la simultanea depresión), Nuestra César tiene tres años para intentar congraciarse con la “sociedad harta que espera” (cliquear). Y que le paga, por si no bastara, los impuestos, por servicios cada vez más desastrosos.
Cabe la posibilidad, también, que Nuestra César ignore la lección de las Plazas Tharir. Y prosiga, frontalmente, con el arrebato de “ir por todo”.
La aguarda, en todo caso, el abismo que siempre atrae. El abismo que, después de todo, cautiva.
Pero como se trata -para Consultora Oximoron- de una buena muchacha de barrio, mal intelectualizada, con una cultura de contratapas pero lo suficientemente inteligente y astuta, Nuestra César puede constatar que las diversas Plazas Tharir de la Argentinano contienen el objetivo marginal de desalojarla. Como al pobre Moubarak.
Lo que la sociedad le pide, en efecto, es más solución y menos relato efectista. Reglas del juego claras.
¿Es posible aún recuperar la credibilidad destruida?
Debe constatar que no se trata de ninguna Marcha del Odio. Al contrario.
Es el desfile -para Oximoron- de la gente que necesita creer. En algo.
En la petulancia, ligeramente degradada, de ser argentino.
Perder la calle
La segunda constatación es políticamente escenográfica.
Indica que el kirchner-cristinismo perdió el manejo exclusivo de la calle.
Un precepto -el control de la calle- que desde 2003 preocupó, ostensiblemente, a Néstor Kirchner, El Furia. El constructor artesano del poder que, implacablemente, se diluye. Y que Nuestra César, encuadrada en una cadena de equivocaciones seriales, se dedica inescrupulosamente a dilapidar.
La obsesiva pasión de Kirchner, por mantener controlada la calle, lo llevó oportunamente a forzarse para captar al aglutinador inicial. El convincente Juan Carlos Blumberg, que había convocado a centenas de miles de conmovidos por la carencia de seguridad.
Causa básica -la falta de seguridad- que en definitiva se mantiene. Y a la que el cristinismo, en su banda, en su desorientación, no le presta tratamiento. Ni siquiera figura entre las tensiones del relato. Aunque la designación de Berni parece desmentirlo.
Consciente que los gobiernos modernos sólo podían ser desalojados desde “la calle”, y ya no desde los cuarteles, Kirchner invirtió gran parte del presupuesto en aceitar a las llamadas “organizaciones sociales”. Las encargadas de hegemonizar el espacio público, que claramente debían estar de su lado. En desmedro del fastidio de las capas medias, que debían aceptar, padecer los cortes, las interrupciones excesivas.
A esta altura resulta casi irónico evocar la hazaña consagratoria de Luis D’Elía. Cuando le bastó con un tortazo televisado, al manifestante pro campo, para defender, en 2008, el emblema de la Plaza que nunca debía ser tomada.
Tercera recuperación
La tercera constatación es penosa. Alude al descreimiento.
A la imposibilidad que Nuestra César interprete los reclamos de la sociedad agobiada. El significado social de la espalda.
Hasta aquí, nos atrevimos a la audacia de interpretar al cristinismo a través de sus recuperaciones.
O sea, a través de las caídas. Las que permitieron las espectaculares recuperaciones. Basadas, sobre todo, en la certeza de saber que, enfrente, no existía ninguna fuerza que tratara, en realidad, de destituirla. Eran amagues para inspirar a los sexagenarios nostálgicos de Carta Abierta.
Ni durante la caída registrada en 2008, con la crisis del campo. Cuando el vicepresidente Julio Cobos emergía como un temible fantasma. Pero sólo se postulaba, entre tanto olímpico desprecio, para la causa perdida de ayudarla.
Cuando las organizaciones rurales, que se mostraban triunfantes, lo que menos pretendían era disputarle el poder. Ansiaban, legítimamente, facturar. Aprovechar la onda internacionalmente favorable hacia una proyección argentina. Delicia histórica que el cristinismo se encarga de desperdiciar.
Al extremo de surgir -el desperdicio- como el peor reproche.
Sin embargo el desperdicio, como idea, se mantuvo ausente, en el rosario de quejas que le presentó la sociedad movilizada. Inspirada, más bien, en agotamientos básicos, obvios. Casi banales. De catálogo.
Tampoco nadie quiso desalojarla del poder, a Nuestra César, durante la segunda caída espiritual. La del 2009. Con el fracaso aquel de las candidaturas “testimoniales”. Cuando ambos, marido y mujer, parecían estar de nuevo en la lona. Derrotados, gráficamente, por un terceto mediático (Macri, Narváez y Solá). Un trío de ganadores que, en lugar de consolidarse y proyectarse para el 2011, se dedicó frívolamente a encarar el desperdicio entre sí. Hasta facilitarle a los cónyuges, por la tibia intención contestataria, la nueva recuperación.
Con la seguridad de mantener la iniciativa. Ante el deseo, casi tierno, de una sociedad que necesitaba ser gobernada. Y que incluso hasta solidariamente alcanzó a conmoverse durante los fastos del bicentenario. Y a mostrarse, mayoritariamente, de su lado, después de la partida irresponsable de El Furia. El que posibilitó los posteriores réditos, perfectamente manejados, de la viudez.
De aquí, al 54 por ciento de 2011, hubo un paso. Fue un paseo fugaz.
En adelante, se registró el turno del diluvio. De la incapacidad y del fracaso.
La sumatoria de errores, que se iniciaron con la designación de El Descuidista, como compañero de fórmula.
Y con las alucinantes supersticiones que la indujeron a la demencia soberbia del “ir por todo”. A “profundizar el modelo” que no existía, y que la conducía al cadalso. A través de la megalomanía estremecedora e incontenible. Y las falencias fácticas que estrellaban la tontería del relato contra el paredón de la realidad. Con el país puesto, hasta energéticamente, de sombrero.
En noviembre de 2012, consumidos los réditos de la viudez, Nuestra César se encuentra en la tercera lona moral.
Ensimismada en la epopeya innecesaria del 7-D, que la considera sustancial.
Rodeada por un conjunto de fundamentalistas insolventes. Capitalizados, apenas, por la pedantería del poder que se les esfuma. Y rodeada, lo peor, por el virus contagioso de la mala praxis, que le impregna, hasta la totalidad, el gobierno a la deriva.
A criterio del Portal, compartido por Oximoron, es imposible que Nuestra César, sin ideas y con la calle tomada, pueda encarar, con algún optimismo, auspiciosamente, la Tercera Recuperación.
El abismo atrae, como sensación, a los poetas que se creían románticos. Y también, claro, a los desesperados. A los locos.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsisDigital.com
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