El presidente que quiso ser
Antonio Cafiero se extravía en el ciclo histórico que lo superó.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del Asís-Cultural,
especial para JorgeAsísDigital
El último tramo de la democracia argentina, reiniciado en 1983, se representa a través de tres liderazgos sustanciales.
En los 80 fue Raúl Alfonsín. En los 90, Carlos Menem. En los dos mil, Néstor Kirchner.
Y a través de dos gravitantes poleas de transmisión. Antonio Cafiero, el vaso comunicante entre Alfonsín y Menem. Y Eduardo Duhalde, el vaso comunicante entre Menem y Kirchner.
El resto de los personajes resultan arbitrariamente aleatorios.
«Militancia sin tiempo», el libro de memorias de Antonio Cafiero, lleva, como subtítulo, «Mi vida en el peronismo». El autor (legislador, ministro, gobernador, embajador) destina 758 páginas para interpretar, con un éxito bastante relativo, el dilatado periplo histórico que lo mantuvo como protagonista. Y que, a juzgar por su escrito, parece no haberlo dominado del todo. Pese al prólogo, amablemente circunstancial, de Cristina Fernández. Y pese a los elogios edulcorados de Pacho O’Donnell, el otro prologuista, el texto de Cafiero merece, en el verano, frecuentarse.
Al contrario de Duhalde, que también produce libros, y es alarmantemente prolífico, Cafiero prefiere presentar una obra tipográficamente monumental. Contiene, acaso, un sobrante de 300 páginas, que debieran recorrerse con alguna selectividad. Y con la tendencia, saludablemente legitimada, hacia el salteo.
Lo nutritivo del texto alude al encanto de su historia política. Complementada por la valiosa escritura de un diario. Es aquí donde el autor se deja precisamente arrastrar, a veces, hasta por los rencores humanamente coyunturales. Derivaciones de episodios aún no resueltos. Y por algunos reconocimientos, también, que lo enaltecen, al menos entre su círculo familiar.
Cafiero moviliza por el valor anecdótico de lo que narra. Más que por la interpretación reflexiva de los fenómenos que -se ve- lo desbordaron. No obstante, se atreve a emitir, en la página 652, una conclusión voluntariosamente indemostrable:
«El destino del peronismo es el destino de la Argentina».
Épica de la Renovación
Al margen del romanticismo, ya bastante abordado, de la épica de La Resistencia, y de los padecimientos conmovedores, acontecidos durante las dictaduras, el libro de Cafiero se pone interesante cuando indaga, sobre todo, en la tildada «renovación peronista de los 80». A partir de la colonización político-cultural que produjo, en la desorientación del peronismo, aquel Alfonsín que lo venció. Aquí también Cafiero se desliza en la trampa del lugar común. Al atribuirle un rol excesivo, en la derrota, a Herminio Iglesias y la quema del cajón. Es la visión usualmente correcta, utilizable en las sobremesas. Como tomar distancia de la frialdad de Ítalo Luder, el candidato presidencial de 1983, cuando el autor protagonizara la segunda postergación (la primera había sido en el 73, cuando pasó de posible presidente de la Argentina a presidir La Caja de Ahorro).
Al margen de los desaciertos que aún perduran, es después de haberse quedado afuera, en el 73 y el 83, cuando Cafiero se encuentra en la plenitud política e intelectual. Y le brinda, al peronismo, su victoria culminante del 6 de septiembre de 1987. Acompañado por Luis Macaya (al que maltrata) lo vence al radical Juan Manuel Casella, en la disputa por la gobernación de la provincia inviable de Buenos Aires. Para asestarle el golpe electoralmente definitivo al ciclo de Alfonsín.
Aquel triunfo debía catapultarlo, a don Antonio, hacia la presidencia que estaba más cerca que nunca. Pero en la misma madrugada del 7 de septiembre, las grandes ciudades amanecieron con los afiches de Menem. Es el que lo relega por tercera vez. «El Turco», como lo llama, con tono más despectivo que afectuoso.
En el diario, la sinceridad contiene un sentido invalorablemente histórico. Porque Cafiero parecía vencido de antemano por Menem. Sospechaba que El Turco, aunque fuera un «mamarracho», le iba a ganar. Acertó. Las páginas dedicadas a El Turco muestran que, después de 23 años, Cafiero tampoco entendió el significado de aquella derrota. El efecto de la personalidad envolvente de quien lo expulsó de las grandes ligas. Y lo designó embajador.
La honra del político
El aspecto que suscita mayor interés reside en el capítulo titulado «La honra de un político». Alude a un ajuste de cuentas más serio que los intentados por aquellas injurias fáciles que le endilgaron. Relativas al «piano del general», a «los vueltos», o la infamia de «la Ferretería». Se alude al desagradable episodio de las «coimas en el senado», que signaron el gobierno de Fernando De la Rúa. Otro excesivo literato, De la Rúa escribió un libro de 600 páginas para demostrar que no existieron las coimas, y que todo se redujo a una «operación política».
Trata el enigma de la supuesta compra, por casi cinco millones de dólares, de una ley laboral que, en el mejor de los casos, ni valía cincuenta mil pesos.
De haber existido alguna moneda oculta, según nuestras fuentes, fue para resolver un atraso institucional que debía ser puesto al día. Ampliaremos, si viene al caso.
El desdichado bochorno derivó en la antesala del juicio oral que acaba de suspenderse. Amenaza con convertirse en el festival mediático de la inmolación. Con un desfile de ex primeras figuras, y algunas aún vigentes, que suelen atormentarse por anticipado. Pero, inexorablemente, el festival judicial va a concluir en la Nada. En la colectiva absolución. Porque la acción se cimenta en las derivaciones de un anónimo misterioso, redactado por algún adicto a la narrativa picaresca. Y en el relato del funcionario protagónicamente locuaz. Es quien habría cobrado, primero, por pecar, y después por arrepentirse de haber pecado.
Un jurista sabio lo describe como una «víctima de caballos lerdos y mujeres veloces».
«Tormo, El cantor de las cosas nuestras»
Aquí Cafiero se entusiasma, durante más de 50 páginas, con la versión venerablemente digna que prefiere proponer, hacia la historia, de sí mismo. Y que instala, irreparablemente, la inmerecida opacidad. Justamente en el epílogo de su trayectoria, sentado al borde de los 90 años.
Así se encuentre inspirado en hechos verídicos, o verosímiles, el menor atisbo de delación es culturalmente condenado en el peronismo. El movimiento al que Cafiero entregó su «Militancia sin tiempo». Que exalta y pontifica. Pero que, en el fondo, también -se ve- lo supera. Hasta desacomodarlo, incluso, entre sus pares que aseguran que aquí Cafiero se equivocó. Para hacerlo portador, a sus espaldas, de la estampilla de un apodo. «Antonio Tormo». Colocado, según nuestras fuentes, por alguno de los amigos que nunca falta a las celebraciones del cumpleaños.
«Antonio Tormo, el cantor de las cosas nuestras».
La maldad no admite, siquiera, estrados judiciales. Editó Planeta. 758 páginas.
Carolina Mantegari
para JorgeAsisDigital.com
Permitida la reproducción sin citación de fuente.
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