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La sombra de Duhalde

Hernán López Echagüe revuelve el fondo de la olla.

Carolina Mantegari - 4 de octubre 2010

El Asís cultural

La sombra de Duhaldeescribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital

«Mis hijos me dicen que nunca van a votar a Duhalde porque es el jefe de la mafia. Lástima que no lo sea. De serlo, lo respetaría más».
A Eduardo Duhalde se lo descalifica doblemente. Primero, por catalogarlo como gran jefe del pecado. Segundo, por no serlo.

El peronismo -sostiene Oberdán Rocamora- es la ideología del poder. La gobernabilidad asegurada. A la carta.
Entre sus rasgos virtuosos, figura la positiva inmoralidad. La garantía en el ejercicio de la administración. Mantenimiento.
Si Duhalde hubiera sido, en realidad, lo que sus detractores fáciles suponen que es, tendría, acaso, en la actualidad, más suerte política. Aunque no le fue nada mal, arrastra la carga teológica de tener permanentemente que demostrar que no es lo que nunca fue.
Conste que el himno tremendamente argentino dista de ser la solemne vibración de Vicente López y Planes y Blas Parera. Pertenece a Enrique Santos Discépolo. Cambalache.

Consecuencias, que fueron causas, de la acumulación de clichets compilados en «El Otro». Es el opus noventista de Hernán López Echagüe. Siempre se alude a que Duhalde fue, por culpa del librito, con parte de su familia, a llorar a coro en un canal de televisión. Escena conmovedora, emitida en el templo del Profesor Grondona, que permitió otra reflexión imperdonable de Rocamora.
«Si cada político, de los que se llevaron alguna moneda mal habida, tuviera que ir a llorar, con su familia, a la televisión, no alcanzaría con los Sábados Circulares de Nicolás Mancera».

Balada del eterno regreso

De la política, Duhalde suele despedirse con la misma asiduidad que Los Chalchaleros se despiden del canto. Es un cultor de la balada del eterno regreso. Tema que podría tratarse con los intelectuales que hoy lo ayudan a captar la alucinación del «pensamiento profundo».
Como Duhalde reaparece, y aspira de nuevo al berretín presidencial, quien reaparece, también, es Hernán López Echagüe. Sombra de la que Duhalde no puede naturalmente desprenderse.
Como jefe del pecado, «el cara de mueca», de parecido asombroso con «Joe Pesci» (p.37), Duhalde muestra, se ve, cierta insolvencia funcional.
Habilita a sostener que la sombra, o sea López Echagüe, sin Duhalde, mantiene el destino opaco del anonimato.
Va a costarle, a la sombra, que los exponentes de la civilización duhaldista, varios de ellos citados, no adhieran a la tesitura de la sospecha. De la desconfianza. Paranoia que indica que la sombra regresa, tan sólo, porque el cuerpo -Duhalde- decide levantar la cabeza, «desmesurada». Que reaparece para favorecer al último enemigo. Kirchner. Aunque, en el libro de «cañamo», López Echagüe también le dedique -a Kirchner- otros tantos clichets que ya conocen de memoria las amas de casa del suburbio. Fueron mejor contados en el periodismo desatado de los últimos dos años (ver Luis Majul).

La primera afeitada

Pablo Giussani, el suegro muerto del autor, en un texto memorable (publicado en La Razón de Timerman, compilado luego en Legasa), dijo que el político, en la Argentina, queda siempre «prisionero de la primera afeitada».
En el Duhalde de López Echagüe interesa muy poco evaluar intelectualmente el proceso dinámico de evolución del personaje de referencia. Del que depende. La indolencia le impide al autor «dilucidar» los motivos de la consideración que le dispensa Lula (p.225). Prefiere entonces reiterar las previsibles desprolijidades de la «primera afeitada», a la que aludía su suegro. Estampillarle la ferocidad de la época que signaba el fondo. La virulencia de los setenta. Como si fuera exactamente revelador el recorte de la marcada revista El Caudillo.
Para la crítica, López Echagüe se obstina en percibir una precipitada coherencia entre el desalojo inicial del intendente Turner, en el Lomas de Zamora de 1974, con los episodios desdichados del 2001. Con los que Duhalde, en la versión extendidamente cómoda de la sombra, clausuró la presidencia de Fernando De la Rúa.
El clichet fue mucho mejor relatado, en su oportunidad, por Miguel Bonasso.

Perezas

De disponer de información menos perezosa, López Echagüe no se hubiera conformado con insistir en la facilidad de los moldes que expande. Es el sentido del slogan de la propagación del narcotráfico que aún fascina, sin ir más lejos, a la señora Carrió. Le sirve para las interpretaciones en horario central.
O los efectos del «golpe civil» que legitima, en todo caso, ante la historia, a De la Rúa.
O el reiterado clichet de presentar los asesinatos de Kosteki y Santillán como la razón fundamental del adelantamiento de las elecciones del 2003. Habría que transpirar más, como aconsejaba Mozart. Indagar en las persistencia de las dificultades, que llegaban del Norte. Consultar con Roberto Lavagna.

En «El regreso del Otro», el autor emerge como la sombra borgeana del personaje biografiado. Duhalde. Con quien mantiene -como confiesa- «algo personal» (p.11).
En un intento valorable de recuperar los datos residuales que se quedaron en el fondo de la olla. Con innecesarias aclaraciones sobre la sombra misma. Porque la sombra inflamada adquiere, gracias a la consistencia del cuerpo de Duhalde, cierto protagonismo. Persecución de periodistas, de productores como «un tal Larraquy». Por los frutos de la indagación que llevaron, a la sombra, a exiliarse en el Uruguay. Como un tardío anti rosista de la generación de los proscriptos. Debe huir de Rosas, el infortunado Joe Pesci del suburbio.
A la sombra, ahora, ya no le queda otra alternativa que adherirse al cuerpo de Duhalde.
Es la «resignación» de la sombra. Reflejo de su impotencia ante el final (p. 244). Aceptar que Duhalde, el cuerpo, decide abandonar el destino lateral para ocupar otra vez el centro de la lucha. En el 2010, para cantar poder -como Los Chalchaleros-, en la justa del 2011.
La eficacia atractivamente comercial del mercado posibilita que la sombra regrese para fundirse con el cuerpo que lo guía.
Ocurre que la sombra, en definitiva, no puede perderse el negocio.
Editó Planeta. 253 páginas. Pero anticipó, en tres páginas, el semanario Noticias. Otra demostración que, como gran capo del pecado, Duhalde es un desastroso fracaso.

De haber sido tan perverso, como López Echagüe lo recrea, hoy Duhalde sería, con seguridad, el conductor que la Argentina se merece. Necesita. Espera.

Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital

permitida la reproducción sin citación de fuente.

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