Bálsamos
Mala ironía de Reutemann instala como presidenciable a Duhalde.
Consultora Oxímoron
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
Una mala ironía de Reutemann, inteligentemente involuntaria, destraba los datos de una realidad que se ocultaba. El proyecto -balsámicamente presidencial- de Duhalde.
Para el difuso sentido del humor de Reutemann, el «bálsamo», Duhalde, aportaría tranquilidad al «conjunto del peronismo».
Es decir, a las franquicias desestructuradas.
De la marca -el peronismo- que representan interpretaciones distintas del mismo escenario. Desde Kirchner a Menem, Duhalde o Romero. Interpretaciones antagónicamente unificadas por el contagio de una marcha, y por las oscilaciones retóricas que tienden hacia la «justicia social».
Reutemann se encuentra, según Gargantas, cercado por el fastidio. Por los rigores del cansancio político. Los que incitan a la persistente paranoia de percibir siempre las operaciones de los otros. Por ejemplo, de Duhalde.
Siente Reutemann que Duhalde, a través de los diarios, le precipita perversamente la decisión que es estrictamente personal. Lanzarse como candidato presidencial.
Apetencia que obligaría, en todo caso, a replantear otras proyecciones, lícitamente personales.
Tiempismos y omnipotencias
Entre otras alucinaciones, Duhalde es un tiempista.
Un artesano en el manejo de los tiempos. Los cuales, en general, lo ayudaron a equivocarse con énfasis.
El tiempismo de Duhalde supo promover figurines que rápidamente se le emanciparon.
Kirchner es el ejemplo más brutalmente notorio.
De Narváez, en cambio, es el más módico.
Solá -para Consultora Oximoron- es el ejemplo Standard. Del montón.
Reutemann, por su parte, es el clásico omnipotente fundamentado.
Al que lo molesta, acaso, hasta la persecución de su propia sombra.
Lo peor que un tiempista le puede hacer al omnipotente es intentar influenciarlo. En el diseño, por ejemplo, del manejo de sus tiempos.
Sobre todo porque el omnipotente es, aparte, también un artesano. Pero de la desconfianza.
Por la intuitiva adicción a la información, Reutemann sospecha, según nuestras fuentes, que Duhalde lo promueve, como presidenciable, mientras aguarda el momento oportuno de sorprender con su propia candidatura. La de Duhalde.
En otras palabras, Reutemann se siente argumentalmente utilizado por Duhalde. Como un instrumento descartable, ideal para la dilación.
«Reutemann siente que Duhalde, mientras lo urge, lo usa», nos confirma la Garganta.
Y si Reutemann se fuerza por quitarse de encima a Kirchner -continúa la Garganta-, de ningún modo va a ser para protegerse en el paraguas agujereado de Duhalde.
Por lo tanto Reutemann decide correrlo, a Duhalde, por el mismo costado de la falsa generosidad interpretativa.
Es decir, irónicamente decide promover, por su condición de bálsamo, a Duhalde.
Sin embargo ocurre que Reutemann es abismalmente serio. Hasta para las ceremonias del divertimento. Y termina, a través de la mala ironía, con la instalación presidencial de Duhalde.
Que es, en el fondo, la idea que fascina a los elementos sustanciales como Barrionuevo (quien aunque tampoco lo diga, también imagina su propia postulación).
O del «Momo» Venegas, quien encuentra, en la candidatura de Duhalde, la manera eficaz de deshacerse de Solá. O mejor, de las ilusiones también presidenciales de Felipe Solá.
Quien -Solá- aunque tampoco lo acepte, también aspira a secundar, como vicepresidente, al omnipotente que aún no se anima a lanzarse. O sea, a Reutemann. Al que Duhalde precipita, mientras aguarda -Duhalde- el propio milagro del crecimiento encuestológico. El liderazgo que le permita erigirse como el candidato preferido del Grupo Clarín. Y dejar de recostarse, en exceso, en la creencia del invariable triunfo de Cobos.
Ante el estado balsámico de las franquicias del peronismo, según encuestas secretas, casi conjeturalmente privadas, Cobos los supera a la totalidad de los peronistas eventualmente lanzados.
A Reutemann, a Solá. A Macri, el paraperonista, incluido. Y ni hablar a los asumidos presidenciables como Das Neves. O el enigmático Caselli, aún no debidamente medido por Oximoron.
Ocultaciones
Se asiste, entre Duhalde y Reutemann, el tiempista y el omnipotente, al juego sigilosamente múltiple de las ocultaciones innecesarias.
Proyecciones individuales de las candidaturas que ilusionan en las intimidades. Pero que deben negarse en público. Por considerarse impresentablemente obscenas. Prematuras, por tantos conflictos coyunturales.
Ante el mercado, o sea el público, o la sociedad mayoritariamente indiferente, los estadistas vocacionales no debieran quedar como en el fondo quedan.
Obsesionados por los desbordes de la lícita ambición. Que existe, persiste, e infortunadamente no asumen de manera frontal.
Si los tiempistas y omnipotentes se deslizaran, en el interior del bolillero, con mayor franqueza, el destinatario – la sociedad-, los trataría con menor indiferencia. Incluso, hasta los podría escuchar.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital
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