Menú

Soberanizados

Los empresarios despiertan de la siesta de la complacencia.

Oberdan Rocamora - 26 de mayo 2009

Consultora Oxímoron

Soberanizadosescribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, sobre informe
de Consultora Oximoron,
especial para JorgeAsísDigital

En la sublime majestuosidad de El Calafate, Chávez, «el último Dictador televisivo», no tuvo tiempo para transmitirles, a ninguno de los Kirchner, la «decisión soberana». De profundizar el jubileo estatizador del bolivarianismo.
En la volteada, sucumbían tres empresas de capitales argentinos. Caños sin costura, y briquetas de Techint. La Corporación «siempre cercana al poder de turno», según el maltrato de la prensa chavista.
Desde las facturas fundacionales de Infiniti, o de Calibán, movilizadoras del escandaloso Caso Skanska, que el gobierno, o sea Kirchner, mantiene con Techint, o sea con Paolo Rocca, una relación tensa, sensiblemente conflictiva. Admitió incluso que Díaz Bancalari, el infaltable de las giras presidenciales, apretara oralmente a Techint, en San Nicolás, cual si fuera una naranja. Con el estigma de la nacionalización.

Sin embargo, la litigiosidad embrionaria, entre el gobierno y Techint, se originó cuando los forjadores del exitoso «modelo», el que hoy jactanciosamente se disfruta, constataron que, desde La Corporación se resistían, de repente, a las tesis filosóficas que pragmáticamente se instalaban.
La Corporación, de pronto, decidía no planificar el aporte significativo de los magnánimos esfuerzos espirituales. Lo cual distaba de consolidar las bases de una apreciable relación de madurez.
Por lo tanto, al no poner, ni compartir, los corporativos aspiraban a devorarse, los frutos, en soledad. Sin incluirlos, como si estuvieran en Finlandia. Reproducirlos sin aceitar las contabilidades de los modeladores. Los que pretendían, también, incluirse.

En ciertas mesas de adictos, diletantes entregados al elitismo de la información, suele aludirse a las punzantes críticas que don Paolo, últimamente, como buen cientista político, emitía. Referidas, según nuestras fuentes, al infortunio del gobierno sin rumbo. Expresadas en reuniones cotidianamente inquietantes. Por ejemplo de la AEA, Asociación de Empresas Argentinas. Pomposidad que preside Luis Pagani, el caramelero de Arcor, pero que -para los adictos- orienta don Paolo, en combinación con el baluarte Magnetto, el CEO de Clarín. Y con la anuencia, en menor medida, de Pescarmona, de Bagó, del almacenero Coto, y hasta de don Alejandro Estrada, el banquero que dista de ser equiparado al camarada Heller, salvador del jocoso peronismo metropolitano.
Con Techint y Clarín juntos, de por sí, basta para fortalecer, o desmoronar, la hegemonía de cualquier proyecto hegemónico.

También se alude a una comida, socialmente monótona, como corresponde a las que transcurren en la residencia de Magnetto. Cuentan que don Paolo supo demorarse en la espesura crítica, algo extraño en un cientista político tan mesurado. Sin inmutarse, siquiera, por la presencia lírica, en la aburrida mesa, del poeta Alberto Fernández. Aquel vate al que Kirchner, antes de despedirlo, solía llamarlo Paladino. En alusión histriónica hacia el delegado del general Perón, ante el general Lanusse, que pasó injustamente a la historia como un antecedente menor de Borocotó.
Para entender el sentido del apodo «Paladino», Magnetto suplía, en la metáfora, a Lanusse. Lo que de ningún modo significa comparar a Kirchner con Perón.

Cuesta olvidar, aparte, la gravitación que suelen alcanzar los próceres de AEA, en los tiempos severos de conflictos. Durante el calvario del 2001, influyeron para conciliar la patriótica devaluación, con el mascarón de proa de De Mendiguren, alias El Vasquito. A través de la pesificación asimétricamente decidida, en presencia de Magnetto, quien aún podía expresarse, y del senador Duhalde, que estrenaba, para la ocasión, la pasantía como presidente de la república, a los efectos de consagrarse como el Piloto de Tormentas ocasionadas.
Entonces Magnetto, sin don Paolo, encaró hacia la residencia privada de Pierri, alias El Muñeco. Otro de los próceres triunfadores, entre tanto patriotismo.

La señora Alicia Castro, embajadora argentina en Venezuela (y viceversa, como el poeta Alberto Fernández y Paladino), tampoco pudo anticipar, a los superiores de la cancillería más intrascendente de la historia, sobre las intempestivas soberanizaciones de Chávez.
En su descargo, habría que rescatar dos datos. Primero, el patetismo explicable del desconocimiento. Segundo, que la embajada sólo formalmente reporta al canciller Taiana. Pertenece al ámbito de De Vido, el único integrante del gobierno al que, en el fondo, se respeta. No sólo desde Techint. Es la totalidad de los empresarios. Incluso, hasta mantiene -De Vido- cierta valoración entre los integrantes de la Comisión agropecuaria de Enlace. Aunque Kirchner lo haya entregado, a De Vido, al respecto, envuelto en celofán. Oportunamente, sin piedad.

Posada de la señora Angelita

A pesar de la alianza estratégica, perfectamente puede inferirse que Chávez no les dispensa el menor respeto a los cónyuges presidenciales. Le cuesta tenerlo.
Por lo tanto, en la tibieza de la posada de la señora Angelita Girometti, viuda de Guatti, mientras Chávez comía trozos del corderito folklórico, decidía pasarlos, a los cónyuges, al cuarto. Según el legitimado «relato» oficial. Sin hacerlos partícipes de la ocurrencia estatizadora.
La «decisión soberana» que debe ser aceptada, invariablemente, por don Paolo, el empresario compulsivamente «soberanizado».
En cierto modo, don Paolo, otra vez, se salva. Como con Sidor, la Siderúrgica del Orinoco, anteriormente soberanizada. Soberanización que produjo una indemnización de 1.970 millones de dólares.
Con la reparación de las tres empresas flamantemente soberanizadas, consideradas por Chávez de «estratégicas», ahora don Paolo puede armarse de contundente efectivo. Aparte del invalorable alivio moral que significa liberarse. De la obligación de tratar con «el último dictador televisivo». Como lo califica, con acierto, el estudioso Pasquali, desde Caracas.

Larga siesta

De todos modos, la arbitrariedad bolivariana, junto a la coincidencia física y geográfica de Chávez y los Kirchner, en El Calafate, alarmaba, por fin, al adaptable gremialismo institucional de los argentinos profesionales. Los que afirman, aparte, ser empresarios.
Amontonados en diversas agrupaciones, ellos supieron ubicarse, otorgar el aval colaboracionista del silencio. Para participar en la redituable competición de la pesca de caña. Deporte predilecto.
Ahora, ante las soberanizaciones, sensatamente, los pescadores decidían expresar la «profunda preocupación». A través del doliente dramatismo de los pronunciamientos.
Migajas tardías de rebelión. Después de dormir, durante un lustro dilatado, la comprensible siesta de la complacencia. Inspirada en la dulzura del melatol, que facilitaba la recíproca conveniencia del pique.
Al pasarlos, a los cónyuges, indignamente al cuarto, Chávez ilustra acerca de la expresiva actualidad de la relación con Kirchner. Condicionada por el hartazgo explícito que Kirchner, según nuestras fuentes, siente por Chávez.
Sin despreciarlo, Kirchner suele escaparle a Chávez. Porque, según nuestras fuentes, Chávez lo cansa. Lo abruma. Al extremo de no poder aguantarlo. Aunque, a menudo, los glucolines bolivarianos lo salven. Para sacarlo de algún apuro. De aquellos que, posteriormente, lo entierran. En el sumidero del desprestigio.

Papelones seriales

La relación de Kirchner con Chávez, el único socio estratégico que tiene en el universo, se encuentra signada por los códigos, penosamente devastadores, del ridículo.
Por la sucesión de papelones seriales. Desencuentros atenuados por el rigor de la complicidad. En adquisiciones de bonos, el negocio compartido que se encuentra en la proximidad de la especulación usuraria. Más cerca del abuso que de la celebrada solidaridad.
Al respecto, ambos estadistas, Kirchner y Chávez, tendrían que cuidarlo, con algodones, perfumes y talcos, al desplazado Uberti. Y también a la bella señorita Bereziuk, que acumula más información que admiraciones. Deben arroparlos hasta asegurarse, para siempre, el silencio.

Papelones memorablemente delictivos, como aquella «marroquinería de Antonini Wilson». De epílogo aún incierto, la valija resultó letal para la moral que solía pregonar el kirchnerismo.
Coronación de escándalos catastróficamente geopolíticos.
Como aquella Contracumbre de Mar del Plata. O la patología de los insultos, prodigados por Chávez hacia Bush.
De cuando Chávez decidió utilizar la Argentina, el país rehén, como mero portaaviones. Utilitario para lanzar los escupitajos antiimperialistas, hacia Bush. De visita en el Uruguay.
O frustraciones humanitarias. Como aquella gesta que guió a Kirchner, junto a Taiana y en guayabera, hacia la selva de Villavicencio.

Cuesta insistir en la «profundización», más que del modelo, del grotesco.
En la materia, a Kirchner siempre hay que ponerle una ficha. Consigue superarse. Y ser pasado, por Chávez, al cuarto de los distraídos. Contranaturalmente soberanizado.

Final con modelos

Pero la versión predominante, Oximoron no la suscribe. Es la peor.
Indica que «la decisión soberana» de Chávez fue acordada con los Kirchner.
Estaríamos, en todo caso, en el problema que justifica la alarma de los empresarios mal dormidos. Afectados por el virus nicoleño de Díaz Bancalari.

A través de la alucinación de «profundizar el modelo», suponer que Kirchner puede seguir el ejemplo, contagiosamente soberanizador, de Chávez, implica -para Consultora Oximoron- un agravio intelectualmente imperdonable. Una falta de respeto, en principio, hacia Chávez. Por la indecorosa manera de subestimarlo.

Así como Kirchner, en su historia, nunca tuvo nada que ver con la defensa de los derechos humanos, tampoco -cabe consignarlo-, tiene el mínimo pepino que ver con las algarabías del bolivarianismo. Erupción con la que hizo, hasta aquí, buenos negocios. Pero indescifrablemente espantosos en el plano político.
Sin embargo, se extiende el riesgo de tomarlo, a Kirchner, como un revolucionario de verdad. Como el que patológicamente cree, en sus discursos, que es.
Los alarmados creen, en el fondo, que el ciclo de Kirchner no está agotado. Suponen que el pobrecito aún mantiene fuerzas transformadoras. Como para decidirse, después del 28, junto al radicalizado zurdito Díaz Bancalari, por el jubileo soberanizador.

Para encarar alguna revolución, así sea ilusoria, es indispensable contar con aquello que no tiene Kirchner. El control de algún ejército. Y Chávez, el «dictador televisivo», no olvidarlo, es, ante todo, un militar. Como lo era Perón. Un discípulo aventajado de nuestros carapintadas. A esta altura, cuesta omitir que Chávez desaprueba, según nuestras fuentes, la (carencia de) política militar de Kirchner.

Sin fuerzas armadas que sostengan un proceso revolucionario -según el informe de Consultora Oximoron-, el ejemplo bolivariano es inimitable. Definitivamente.
Por más que se junte alguna «ferretería», entre los subsuelos de la Diagonal. Y se exhiban, ostensiblemente, en aprendices de pesados, las puntas de brillos.
Metálicos, los brillos.
Ampliaremos.

Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital

Continuará
Manténgase conectado.

Relacionados

Caos básico, bolilla uno

Una operación casi infantil para facilitar la rigidez del esquema que confronta.

Carolina Mantegari - 4 de septiembre 2017

El nuevo Macri (con fluor)

El macrismo, como movimiento, ya tiene incuestionable presencia nacional. Con otro envase, para seducir al consumidor.

Carolina Mantegari - 28 de agosto 2017

Lo menos malo y lo peor

Macri es “lo menos malo”. Valor piadosamente insuficiente ante la inmanencia de “lo peor”. El retorno del populismo.

Carolina Mantegari - 8 de julio 2017