Retropolítica
El regreso de los "coordinadores" vivos.
Consultora Oxímoron
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital
«Los argentinos somos grandes veloristas»
Abel Posse
Es de esperar que se atenúen, en las próximas semanas, los efectos secundarios del sepelio movilizador del doctor Alfonsín.
La necrofilia, una obsesión cíclicamente nacional, produjo, al respecto, un duelo inagotablemente conmocionante. Derivó en una conjunción, bastante infortunada, de especulaciones. Con conjeturales reacomodamientos.
La muerte, en la Argentina, entre otros méritos también unifica. La vida, en cambio, fragmenta. Culturalmente divide.
Equívocos
La muerte de Alfonsín produjo equívocos dolorosamente analizables.
El principal, acaso, consiste en apostar por el renacimiento explícito de la Unión Cívica Radical. Una alucinación predominante, que se propaga hasta superar los esfuerzos del abnegado senador Morales. Alucinación que habilita, además, la reposición estructural de los sobrevivientes de los ochenta. Muchachones grandecitos que venían lateralizados, apartados.
Sin embargo, otra vez, el afán consumista de la mediocracia vuelve a requerirlos. Resuenan, con insistencia, nuevamente los teléfonos. Significa que la máxima innovación fue, en el fondo, desde los ochenta hasta aquí, sólo tecnológica. Porque triunfó la incontenible revolución generacional de los celulares. Aunque casi no les quede el mínimo impulso. Ningún arrebato rescatable. Nada más para comunicar.
Emerge el turno, de todos modos, de la Retropolítica.
Con lícitos atributos, los sobrevivientes sienten entonces que los cargos están cada vez más cerca.
Se huele la proximidad penetrante de los nombramientos. Habrá que preparar el traje oscuro, para la emoción de la solemnidad. Por Dios y por la Patria.
El regreso de los «Coordinadores» vivos
La Retropolítica garantiza el regreso de los «coordinadores» vivos.
Los aguardaban los ilusorios fogonazos del primer plano.
Bienvenido sea, entonces, de nuevo, e infinitamente, Marcelo Stubrin. Aún Stubrin mantiene el sentido saludable del humor. Llega capacitado para articular, incluso, la impostada indignación. Ideal para ensayar en correctas emisiones de cable. Aunque el sparring sea Mario Wainfeld.
Bienvenido sea también el perenne Enrique Nosiglia, alias El Coti.
Viene capitalizado -El Coti- por las canas repentinamente respetables. Convertido en el sexagenario que complementa la incompleta biografía política del hotelero próspero.
Darío Gallo, el biógrafo incesante, meticuloso, supo encarar la magnífica hazaña de componer 300 páginas definitivamente olvidables sobre El Coti. El sujeto sombrío que logró estimular el temerario prestigio de monje más o menos negro del alfonsinismo. A partir del ejercicio sabio del misterio, siempre generador de curiosidad. Y del ejercicio selectivo del silencio, el sublime atributo que ampara la carencia de contenidos. Para colmo Coti, que se sepa, hasta aquí, según nuestra insuficiente información, no albergó nunca ninguna idea superadora. Ni empatadora. Tampoco, claro está, una idea ni siquiera perdedora. No tuvo, en fin, ninguna idea. Lo cual agiganta el empeñoso texto vanguardista de Gallo.
Bienvenido también sea Leopoldo Moreau. Alias -vaya a saberse por qué- El Marciano.
Don Leopoldo recupera, para la tribuna, las efectivas dotes de orador. Con las que se atrevió a atormentar, en las dulces jornadas del carnaval de antaño, al superministro Cavallo.
En el acto auténticamente radical del cementerio de La Recoleta, de lejos, Moreau fue el glosador más apto. Delante, además, del buenito de Jesús.
Trátase del Rodríguez de la guía. De rostro ligeramente angelical. Con barbita recortada, estilo Manzano, El Chupete.
Sin embargo Moreau desplegó su formidable oratoria delante, también, del presidente Sanguinetti, el uruguayo que mejor supo parar la palabra. Y delante de la historia. O sea de Antonio Cafiero, el peronista aceptable, testigo-protagonista de los dos siglos. Y delante del emblemático Hipólito Solari Irigoyen. En palabras transmitidas, en directo, por los cinco canales de noticias.
Para el departamento de Análisis de Medios, de Consultora Oximoron, que dirige Carolina Mantegari, el canal que más se destacó, de los cinco, fue el C5N.
El canal de Daniel Hadad, alias El Fenicio. En apariencias, pronto el C5N debe dejar de ser llamado, burlonamente, «Cristina5Néstor».
En la plenitud del zapping, Oximoron percibió que en C5N se registraron mayores cantidades de primeros planos de Cobos, el vicepresidente de la fortuna.
Lo que habilita a evaluar, a los responsables del departamento político de la Consultora, que Hadad tiende a la alucinación de despegarse. Que prepara, tal vez, el salto. Para desacreditarlo, los muchos que detestan al Fenicio sostienen que decide parsimoniosamente despegarse porque lo dejaron afuera de la repartija del amoblamiento urbano. Donde mojó, como siempre, el inquilino permanente del presupuesto, el compañero Albistur. Y Terranova, facturado al oficialismo de la ciudad.
Federico Storani también puede anotarse en la onda Retro. Como Carlos Becerra, el cordobés. Y Facundito Suárez Lastra.
Falta apenas, para completarla, que irrumpa el desactivado Changui Cáceres. Con el justamente olvidado Aníbal Reinaldo, el titán inolvidable del Hipotecario.
Todos podrán revigorizarse, en el furor de la Retropolítica, detrás de Cobos.
Siempre presente, en el lugar indicado, el vicepresidente de la fortuna. Al lado de la ventanilla, justo a la hora de cobrar tanto protagonismo, generador de explosiones en las encuestas.
Aparte, Cobos se siente perdonado. Comprendido por el inmanente Alfonsín. Por la bendición generosa de Morales. Sobre todo por Ricardito, la máxima revelación, que también ampara.
República y Nación
En la plenitud del entusiasmo, dignamente necrológico, de la Retropolítica, debe alfonsinizarse, por definitiva vez, algún fragmento del peronismo.
En la versión estrictamente moderna. Con la concepción de peronismo «republicano». Como les gusta definirse, a los baluartes del peronismo disidente (de Kirchner). A los efectos de ponerse socialmente presentables. Y cautivar, con la sobreactuación del republicanismo, al Profesor Grondona.
En adelante, en el peronismo debe hablarse exclusivamente de República. Resulta más distinguido, apropiado y menos sospechoso que hablar de Nación. Nunca más la Nación.
Cafiero
Por la potencia del republicanismo peronista, comienza a rodar, en el interior del bolillero de la Retropolítica, la bolilla permanente de Cafiero.
Es Kirchner -según el informe de Oximoron-, quien decide aprovechar la presencia democrática del renovado Cafiero. Para hacer tiempo. En un abuso perspicaz del juego de piernas.
Mientras tanto, Kirchner aguarda la llegada, presumiblemente tardía, de los números que resulten menos mezquinos con la devaluación inexplicable de su figura.
Cafiero es el dirigente memorable que fue rescatado en el dilatadísimo acto radical del cementerio. Justamente estaba al lado de El Coti, el malabarista que supo colaborar, en el 88, para que Cafiero, precisamente, no triunfara sobre Menem. Al menos, en aquel imaginario, holgadamente. En la interna antológica de Cafiero contra Menem. Sin que imaginara Nosiglia, ni entonces Alfonsín, que Menem iba a ganarle, en principio, a Cafiero. Pero después también iba a ganarles a los radicales. Los que llevaban a Angeloz, el adversario interno de la Coordinadora.
Sin embargo Menem resultó fundamental para que prosperara, desde el radicalismo, la imagen republicana de la transparencia. Seres casi incorruptibles.
Porque Menem decidió, simplemente, no investigarlos.
Sin detenerse, como decía, en los réditos perniciosamente eventuales del espejo retrovisor. Estilo elegante que no le sirvió para evitar estrellarse, una década después. Por ir, con estremecedora inocencia, al choque. Provocado por los sucesores. Que se inspiraban, especialmente, en los datos del espejo retrovisor.
Lo importante es que Kirchner hoy lo necesita al eterno Cafiero. Para entretener a las fieras desdentadas de la comunicación. A través del desgaste innecesario de su nombre.
Si los números prosiguen con la inalterable falta de generosidad, es probable que Kirchner, como «buen duro en el arte de arrugar», estimule, primero, las impugnaciones salvadoras a su candidatura.
O que Kirchner lo convoque, después, al esquivo Massa, que lo impulsa a conciliar posiciones con Clarín. O al mismo comodín de Cafiero.
Con 86 años, a esta altura de su trayectoria, Cafiero sólo tiene, para perder, el invalorable encanto del prestigio. Perfectamente puede ofrendar otro servicio al peronismo. Consiste en rescatarlo, verticalmente, a Kirchner, el Jefe actual, del papelón de una derrota aceleradora. De final incierto. En manos del peronista más nuevo. Como el furor artificial del «republicanismo».
Para terminar, a Ricardo Alfonsín costaba, en presencia del padre, tomarlo políticamente en serio. Sin embargo Ricardo sorprende. Es un noble portador de una magnífica discreción. Tiene un recatado sentido de la lógica que contrasta con el dramatismo severo de la sociedad precipitada. Dispuesta a aceptar, llave en mano, las revalorizaciones. Así sean hereditarias.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital
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