Biorritmo
El kirchnerismo entre el "apogeo y la implosión".
Consultora Oxímoron
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsisDigital
Kirchner, El Elegidor, manda.
Cristina, La Elegida, habla.
La oposición, complementariamente, comenta.
Cinismo descriptivo. El esquema resulta sintéticamente eficaz para abordar la complejidad cultural del kirchnerismo. Con el biorritmo que se extiende a partir de la dinámica de su propio funcionamiento, destinado al fracaso. Que ningún comentarista opositor puede, inconcebiblemente, explotar. Hasta que resurge.
«Apogeo e implosión del kirchnerismo».
Es el subtítulo del próximo libro de Jorge Asís, el director del Portal.
Reflejo de los altibajos rítmicos que oscilan entre la hegemonía y el colapso.
Ciclos que representan un desafío -más que para el sentido común-, para la especialidad del análisis político.
A través de su precariedad, de la audacia relativa, de la capacidad de improvisación, el biorritmo kirchnerista excede cualquier marco teórico. Sería preferible adherir al simplismo, brutalmente funcional, de la señora Carrió. Y problema intelectualmente resuelto.
Sin términos medios (es decir, sin estabilización), mientras juega al solitario, el kirchnerismo impone la extraña noción de la alternancia. Por reiterativa se vuelve (casi) normal. Es el paso del apogeo, hacia la implosión. Desde el triunfalismo hasta la autodestrucción, que nunca es total.
El prefijo «auto», aquí utilizado sin mayor crueldad, es indicativo aquí de la lateralidad. De la rigurosa intrascendencia de los factores políticos adversos. En criollo básico: la inexistente gravitación del opositor.
El aprovechamiento de las carencias los conduce, otra vez, a los Kirchner, hacia la hegemonía. De manera que nadie puede sorprenderse que el kirchnerismo recupere, de pronto, el hábito triunfal. A partir de la imposición de una ley estruendosamente innecesaria. Clavada en un momento en que nadie, nunca, iba a ofrendar su vida por las AFJP. Puede sorprender, en todo caso, que recupere su fortaleza en una instancia de absoluta debilidad. Son los réditos residuales de jugar al solitario.
Porque son descontroladamente ineptos, sólo resta que se tropiecen, otra vez, en soledad.
Que vuelvan a chocar la calesita. A estamparse el helado en la frente.
La resurrección se encuentra legitimada por la ventaja de no tener ningún frontón que los contenga. Sólo la realidad. Provocadora, invariablemente, de acuerdo al biorritmo, de la próxima implosión.
Biorritmo
En la monotonía del solitario, con la totalidad de las barajas en su poder, igualmente se desbordan. Aunque jueguen solos, no pueden evitar las trampas. Sobretodo cuando se sienten los dueños inimpugnables de la situación. En situación de cometer los errores infantilmente magistrales. Antesalas del colapso. Del que podrán zafar por la inoperancia ambiental.
Desde la lona, el kirchnerismo se recupera. Estaba para el «boca a boca» pero vuelve a ponerse de pie. Con ganas de quedarse, de nuevo, con todo.
Si los Kirchner aguantan el biorritmo aquí descripto, hasta el 2011, pueden, Ella o El, aún quedarse más.
«Hay Kirchner para rato», nos confirma una Garganta empresaria, visiblemente defraudada. Hasta la semana anterior, suponía que la Argentina podía desembarazarse de ellos.
Porque los Kirchner, decía, se desvencijaban. Por haber perdido hasta el penúltimo lazo de confianza. Sin ningún atisbo, en la reserva, de credibilidad.
Inclinaciones
Después del porrazo agropecuario, y del golpe, nada menor, de la renuncia de Alberto Fernández, a Kirchner le costó recomponerse. Un par de meses. Estaba habituado a mantener colas de dirigentes. Maxilares ágiles, decididos a inclinarse ante -digamos- su trono. Después de la derrota del campo, Kirchner aprendió, pacientemente, a especializarse en el arte de inclinarse. Fue un ejercicio de modestia bucal que le permitió, paulatinamente, recuperarse.
En materia de «retenciones inmóviles» pudo retenerlo, obligadamente, a Scioli, el conductor de la Línea Aire y Sol. Pero sobretodo lo retuvo a Balestrini. Y a los mayoritarios «minigobernadores con rango de intendentes» (ver «Abrochados e injertados»). Quienes, en su desconcierto, tenían un pie, y media cabeza, cerca de la ventanilla seca de Duhalde.
Sin embargo los minigobernadores del conurbano están arrendados. Buenos Aires, la provincia numéricamente más sustantiva, continúa en la bolsa.
Según nuestras Gargantas, Kirchner afirma que Duhalde nunca podrá armar nada que sea más serio de lo que armó en el 2005. Cuando Kirchner, en su apogeo, le perforó el aparato, para quedárselo.
Su techo, el de Duhalde, para Kirchner es el 17 por ciento. Aparte a De Narváez, explicablemente, Kirchner dista de tomarlo en serio. Sobretodo porque si algo no le hace falta, a Kirchner, es el principal atributo de De Narváez. Dinero.
Y cuentan las Gargantas que Kirchner está convencido que con Felipe (Solá), aunque «mida bien» en las encuestas, en el peronismo son muy pocos los que se le pueden arrimar.
«Lo conozco, gracias. Ya probé». Es lo que Kirchner cree que los peronistas dicen.
Es decir, «que Felipe mida bien, pero sobretodo que mida lejos».
Por lo tanto Felipe -de acuerdo a este criterio- no tendrá otra alternativa que ensayar las próximas deslealtades por afuera del peronismo. Para intentar «felipeadas», en el mercado queda Cobos. O queda Macri. Un aliado para el 2009, pero irremediable competidor para el 2011. Si es que el biorritmo se mantiene. Sin interrupciones por intensidad de colapso.
«Arregló con Reutemann en Santa Fe, con Schiaretti en Córdoba, con Busti en Entre Ríos», confirma otra Garganta. En la enumeración, fuera de la bolsa, sólo queda el Estado Libre Asociado de San Luis.
Como pasó la sensación del colapso, con la resurrección -originada en el disparate aprobado de las AFJP- ahora ocurre el turno, ya cada vez más breve, del apogeo.
Sobredosis
Sin embargo esta vez, el kirchnerismo, se excedió. Fue sobredosis. Inútilmente, demolieron hasta el último sesgo de seguridad jurídica. Pero tienen suerte, el mundo estalló. La problemática argentina se ubica escandalosamente en la vanguardia. País ensayo.
En los bordes del final, necesitados otra vez del boca a boca, parece que los Kirchner deciden, de pronto, ser revolucionarios a la bartola.
Resulta preferible, en todo caso, estrellarse por revolucionarios.
Estrellarse por nacionalizadores puede ser más romántico que desintegrarse por ladrones.
Implosionar por izquierda resulta, en general, altamente honorable. Pero, por más méritos que hagan para generar el despido, nadie se encuentra en condiciones de destituirlos.
Aunque disten de ser canonizables, los empresarios menos ejemplares ya no les creen, a los Kirchner, ni los gestos. Consecuencias de la sobredosis de imprevisibilidad.
Pudo percibirse en Mar del Plata, en el último cotillón de IDEA. Mientras se desencantaban, con llamativa unanimidad, de Cobos. Cuando ya percibían que Kirchner se podía recomponer.
A pesar del país sistemáticamente paralizado, Kirchner avanza, acaso hacia ninguna parte. Actúa, dispone. Desde Olivos, manda. Instruye los peores arrebatos arbitrarios que La Elegida suele decorar, con aderezos brillantes de palabras, mientras el pánico induce a vaciar hasta las cajas de seguridad.
Juntos, los Kirchner, agobian, hasta la sofocación, a los sectores que pueden dinamizar, con inversiones o consumos, a la aterrada sociedad. Mientras tanto, el opositor toma conciencia de su fragilidad y sólo comenta.
Por su parte, los dirigentes arrendados del peronismo, ya sin el menor entusiasmo, y los empresarios, ya resignados, se preparan en la fila para volver a inclinarse, religiosamente, ante el trono.
Hasta la próxima implosión.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital
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