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Compulsión moral

"Docentes en lucha" para aislar a Macri. Como aislaron a Sobisch. Sin Fuentealba.

Osiris Alonso DAmomio - 23 de octubre 2008

Consultora Oxímoron

Compulsión moralescribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital

Los docentes, cuando se movilizan, son más temibles que los camioneros.
Contienen el valor agregado de la compulsión moral. Aportada por la aureola de una vocación respetablemente mágica. La enseñanza.
Aunque los «docentes en lucha», banalizados por la programada militancia de la izquierda a la pesca, exhiban, entre los saltos y cánticos, el infortunio del estado de barra brava. En ceremonias que antagonizan con la imagen que persiste del educador. Las que debieran indignar al pobre Estrada, Nicolás Avellaneda, Aníbal Ponce. O encolerizar, con vocablos bajos, a Sarmiento.
Vaya este prólogo como marco teórico. A los efectos de introducirnos en la vulgaridad de un conflicto que paraliza, imperdonablemente, la educación. Y condiciona la cotidianeidad familiar de millones de afectados.

Trampera

La represión dista, en general, de ser la consecuencia de una movilización.
Al contrario, la represión suele ser el primer objetivo a conseguir. Lo plantean los más hábiles movilizadores, desde el anarquismo iniciático.
Al conseguirse el efecto de la represión buscada, así no sea nada «brutal», como en el caso de referencia, debe pasarse hacia el segundo objetivo. Es doblemente superador.
Consiste en movilizar en contra de la represión previamente conseguida. Facilidad ampliamente multiplicadora de la causa inicial. La elementalidad de los salarios, que pasan al segundo plano. Porque ahora se apela a la sensible convocatoria. La cosecha barata de solidaridades previsibles.
La trampera, aunque inventada por los anarquistas de Bayer, es básicamente eficaz. Suelen caer, sin la menor destreza, los abundantes amateurs de la política. Fenómeno que se reproduce hasta la perplejidad. Merced a la consagración, casi festiva, de la antipolítica.
Por lo tanto, cuando se apoderan de los espacios de la política, en la primera conmoción de cambio, puede que los antipolíticos sucumban como pichones. Que se caigan. Hasta quedarse enredados en la trampera, tendida con experimentada astucia por los profesionales de las concentraciones.

Carpa

«Docentes en la lucha». La causa permanente del salario deriva en la reivindicación simbólica de instalar una carpa. Blanca, de la prepotente dignidad. Similar a aquella carpa noventista que atormentó compulsivamente, hasta la llegada triunfal de la Alianza. Contenía la cuota de extorsión moral que captaba la atención de los dadores voluntarios de ética solidaria. En general, cantantes de festival, revolucionarios solemnemente tardíos que necesitaban renovar el carnet redituable de progresistas, comprometidos con una justa cruzada.
Porque ¿quién puede osar criticar a los maestros «en lucha»? Pilares del mañana, constructores del futuro, frases huecas que resuenan en los resúmenes tangenciales de FLACSO.
La cruzada actual consiste, según concluye Consultora Oximoron, en generar la atmósfera preparatoria para cargarse al antipolítico Jefe de Gobierno, de la mirada nostálgica y rostro de perverso exterminador. Es decir, impulsar el ambiente propicio para el desalojo vengativo de Mauricio Macri.
Los precipitados kirchneristas quisieran hacérselo, a Macri, de inmediato. Llevárselo puesto, como una media. Sacarlo como si fuera Grosso, aquel alcalde innovador que se fue despedido, pero porque estaba a tiro de decreto. Debe lavarse la afrenta de «la derecha que gobierna esta ciudad», por el despido de Ibarra. Pero sin que sea necesario recurrir al calvario de ningún Cromañón.
Sacarlo, en definitiva, a Macri, porque los kirchneristas se agrandaron súbitamente. Al compás del providencial descalabro económico del universo, una delicia que proporciona el pretexto para justificar el fracaso. Pese a los arreglos sutiles del amigo Caputo, de la logia incandescente del Newman. Pese a las obras compartidas del primito Calcaterra. Porque con la proyección de su distraída presencia, y acaso su pesar, Macri, estratégicamente, los perturba.

Empujones

En estado de barra brava, la «docencia en lucha», a los cánticos, consignas y empujones, emerge como el factor sensiblemente ideal para dragar a Macri. Junto a su amontonamiento venerable de voluntariosos amateurs. Buenos muchachos para explicar las diapositivas. Capacitados técnicamente, como el ministro del área, el indescifrable Narodowsky, que se digiere el pesado combo del amague, para condenar, también él, la «brutal represión». Como si hubiera sido cierta. Aunque no se disparó una bala de goma, ni desde ninguna manguera se les echó agua. Sin un miserable cachetazo. Represiones eran las de antes.
A través de la mera enunciación de la «lucha», la militancia docente de ATE, con la inestimable colaboración especial de los diplomados en el arte del antagonismo, decora sus paredes con las cabezas rebanadas de los políticos aterrados. Desdichados que se arrepintieron por desafiar el poder, hegemónicamente compulsivo.
En el 2007, en Neuquén, sin ir más lejos, supieron activamente acabar con los afanes de proyección del gobernador Sobisch. A partir del desborde derivado del asesinato involuntario del maestro Fuentealba.
Aquel crimen fue la infortunada consecuencia del primer objetivo alcanzado. La represión.
Entonces «los docentes en lucha» cortaron una ruta, en la víspera demencial de un feriado larguísimo, con centenares de automovilistas que mantenían el antojo inmerecido de circular. Inspirados en el antojo clasista del descanso. A los que les importaba un reverendo pepino las reivindicaciones de «los luchadores».
Ahora, en Buenos Aires, «los docentes en lucha» se dispusieron, con inocencia profesional, a levantar el emblema de otra carpa de la dignidad. Clavada en las narices del triste Jefe de Gobierno, Mauricio, de la vicejefa, Gabriela, que es un sol, una monada de cuadro que merece lo mejor, y cerca del -y esto sí es imperdonable- líder más carismático, Rodríguez Larreta.

Pilatos

En Neuquén, la muerte del bueno de Fuentealba motivó el aislamiento de Sobisch.
Un golpe del que no pudo, hasta hoy, recuperarse.
En Buenos Aires, conseguidos los dos primeros objetivos, inteligentemente se busca, felizmente sin cadáveres a la vista, el aislamiento de Macri.
Sería interesante que los otros gobernadores, unánimes lectores de estas crónicas, en su condición de Pilatos aprendieran la compulsiva lección. La que terminó, al menos transitoriamente, con las proyecciones de Sobisch. Para que los Pilatos pugnen por evitar, o por lo menos para no aprovechar, el aislamiento eventualmente programado de Macri.
Los gobernadores, destinatarios del mensaje, debieran no repetir aquel error del propio Macri. Cuando, por circunstancias derivadas de la extorsiva compulsión, Macri supo colaborar con aquel propósito de acabar con Sobisch. Aquel que fuera, hasta el infortunio de Fuentealba, su aliado.
Cuidado con la acción de los «docentes en lucha», recomienda Consultora Oximoron. Porque son remedios que pueden aplicarse, en ayunas, en cualquier provincia.
A su lado, los camioneros de Moyano resultan comparativamente angelicales.

Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsísDigital

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