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Control de la calle

D’Elía y Pérsico brindan a Kirchner un servicio valorable.

Osiris Alonso DAmomio - 1 de abril 2008

Consultora Oxímoron

Control de la calleescribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsisDigital

Ayer ya salieron menos caceroleros entusiastas. Nadie se aventuró hasta la Plaza de Mayo. La metodología D’Elía funcionó. Nobleza obliga, hay que reconocerlo.

Efectivamente, el ministro Lousteau es más presentable. Pero D’Elía, para el kirchnerismo, resulta ejemplarmente más eficaz.
Por enigmática distinción de presencia, Lousteau apela a la estética. Fotografía bien con su pelo cuidadosamente desmarañado. Con el rostro técnicamente angelical que hubiera trastornado a Oscar Wilde.
Pero D’Elía es quien remite a la ética profunda del kirchnerismo.

Por su genuina prepotencia, D’Elía emerge como el comunicador emblemático de la propuesta política. Similar, en cierto modo, a aquel subestimado Kirchner del comienzo. Porque D’Elía conoce a la perfección la fórmula ideal para explotar las vulnerabilidades del semejante. La cobardía implícita del adversario ideológicamente eventual. Así sea a los tortazos limpios. Entre vecinos inofensivamente efusivos. Los que experimentaron que, en adelante, se asiste a la criminalización de la protesta. El fervor contestatario no será más gratuito.
Avanzó D’Elía con la violencia física que Kirchner legitimó desde la oralidad del atril. Cuando maltrataba a las corporaciones culposas, hasta doblegarlas. A los efectos de construir el gigantesco poder que ahora se le desvanece, implacablemente.

Con la adhesión a los chacareros, por segunda vez, en cinco años, Kirchner perdió el control de las calles de Buenos Aires. La primera vez fue por culpa del dolor colectivo de Blumberg. Ya apaciguado, por desgaste del sujeto.
Ayudado por Chávez, es cierto, Kirchner invirtió fortunas del estado para asegurarse el específico dominio de las calles sensibles. Un dominio compartido, en general, con algunos brotes de la izquierda.
Aparte del difuso propósito social, la decisión de asegurarse el control de la calle fue motorizada por un componente racional, de altísima significación política. Téngase en cuenta que los últimos gobiernos derrocados, en América Latina, cayeron como consecuencia de las movilizaciones. Y no por los tradicionales golpes de estado, que proporcionaban a la región el atractivo del pintoresquismo. De esa moda, nunca más. Al menos, hasta que no se perciba la gestación de un cambio de señales.
La acción, violentamente mediatizada, de las manifestaciones programadas, con explotada espontaneidad, se llevó puesto algunos malos gobiernos de Ecuador, hasta desembocar en Correa. Otros de Bolivia, hasta llegar al Evo. Pero sobre todo también naufragaron, por el desborde urbano, sendos gobiernos de la Argentina, en dos oportunidades, durante el inicio del siglo veintiuno. Hasta alcanzar la playa, discutiblemente salvadora, de Kirchner.
Las reacciones emotivas de la calle fueron minuciosamente improvisadas. Con aquella incorporación de las Madres del Banco de Galicia, se lo llevaron puesto al pobre De la Rúa. Y también arrastraron el posterior suspiro gestionario de Rodríguez Saa. El que sucumbió en el aislamiento grotesco de Chapadmalal. Sitio ideal para encolumnarse entre cincuenta caceroleros de pantalón corto.

Uno por mil

Es en semejante marco sociológico que debe evaluarse el servicio, beneficiosamente invalorable, que el astuto dirigente social D’Elía le hizo al gobierno de la señora Cristina. Junto a Pérsico, el escudero. El que llegó a doblegarlo, incluso, hasta numéricamente.
Por su incuestionable atracción mediática, D’Elía conserva, para cobrarse, una factura gravitante.
Aunque asegurar, para el gobierno, el control de la calle, representa, aunque en modo tácito, la razón de ser de las respectivas organizaciones que comandan. Tanto para D’Elía, Tumini, Pérsico, De Petris. Hasta Cevallos.
Sin embargo, desde la Secretaría General de la Presidencia, la Cooperativa Proveedora comandada por Parrilli, alguien, confidencialmente, intentó minimizarlos.
«Sólo los sigue el uno por mil. Tienen quinientos mil planes y apenas movilizaron cinco mil personas».

Zona Liberada

El servicio de controlar la calle, el que especialmente garantiza D’Elía, Kirchner no puede pedírselo, por ejemplo, a Cristóbal. Tampoco a Lázaro. Ni siquiera a Jaime. O a Gerardo Ferreira.
Pero para que Cristóbal, Lázaro y Gerardo continúen con la faena sistemáticamente recaudatoria, D’Elía, Pérsico y Tumini deben disuadir, previamente, al adversario potencial. A los efectos de evitar, con el paciente sembrado del virus del julepe, que la oposición se proyecte. Al menos lo suficiente como para disputarle, a Kirchner, y hasta ganarle, el control de la calle. Y coparle hasta el simbolismo de la Plaza principal.

Entonces, a la hora del balance, cuando las cacerolas suenan menos, y cuando el apoyo urbano a los ruralistas se extingue, deben reconocerse los fantásticos méritos de los involucrados.
Fue por instrucción explícita de Kirchner, transmitida a Parrilli, que los dos fundamentales corsos, D’Elía y Pérsico, salieron, con la licencia respectiva, a adueñarse, como fuera, de la zona liberada. Desde la 9 de Julio hasta la Plaza de Mayo. Plaza que debía ser recuperada, para las tropas de la democracia.

De todos modos, dista de ser recomendable que un militante, a los 52 años, distribuya trompadas por la calle. Ante las disuasoras cámaras de televisión. Enroladas, algunas de ellas, en el Frente Periodístico de la Victoria. De canales que ya ni siquiera repiten las imágenes.
Semejantes escaramuzas suelen ser inconvenientes para la presión arterial. Aparte, el oxígeno no les da para más de una, a lo sumo dos puñetazos. Por lo tanto la faena debe ser complementada por los acompañantes, generacionalmente más preparados para los tumultos que se avecinen.
Lo cierto es que D’Elia y Pérsico alcanzaron el objetivo. En la construcción ilusoria, la Plaza les pertenece. Desalojaron, acaso para siempre, a los caceroleros golpistas de Recoleta. Por lo tanto, los dos héroes se merecen ampliamente el homenaje de los que asistan, en adelante, a la Plaza, a partir de esta convocatoria, para una dilatada búsqueda de apoyo. Para rendir tributo al gobierno que los sostiene.
Aunque Carolina Mantegari, infortunadamente, tiene razón. Al puntualizar, en «Cien días de infortunio», que D’Elía, mientras la defendía a Cristina, políticamente, a los golpes, la sepultaba.

Osiris Alonso D’Amomio,
Consultora Oximoron, especial
para JorgeAsísDigital

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