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Grupo Triste

Perón, Menem y la señora Carrió padecieron los Grupos de los 8.

Oberdan Rocamora - 20 de noviembre 2007

Artículos Nacionales

Grupo TristePor Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital

Cada década y media, aproximadamente, surge, en Diputados, algún Grupo de los Ocho. Enfermedad infantil del parlamentarismo.
Grupos similarmente distintos. Contra Perón lo formaron los rebeldes. Contra Menem, los ilusionistas.
El último Grupo de los Ocho es promovido por los tristes.
Es el primero que no es ni peronista ni misógino. Y el primero, además, en estructurarse en contra de un dirigente opositor. La señora Carrió.
Los diferentemente similares Grupos de los 8, a tratarse en próximo seminario del Portal, mantienen, en común, la persistencia de los severos pucheritos. Recriminaciones dolorosamente contrarias a la derechización imperdonable del líder desviacionista.
Evaluación liminarmente clave para entender la magnitud precaria del fenómeno:
La desviación del Sujeto, o sea del Líder, legitima, y sobre todo justifica, la independización de los Predicados. O sea, de los seguidores.
Así el Sujeto, corrido por imposturas de izquierda, sea Perón, Menem, o Carrió.

Setentismo

El primer Grupo de los Ocho, en las vísperas de la tragedia, se caracterizó técnicamente por la brevedad estética.
Los rebeldes intentaron hacérselo a Perón. Fue en enero de 1974. Por entonces los diputados rebeldes eran nueve. Entre los rebelados, puede evocarse a Vittar, Iturrieta, Díaz Ortiz, Glellel, Croatto, Vidaña, Muniz Barreto. Al extrañado Mera Figueroa, y al persistente Kunkel.
Los muchachos fueron con intenciones de correrlo, por izquierda, justamente al General. Sin embargo el Viejo Vizcacha los recibió con el desplante escenográfico de la televisión. En blanco y negro, pero en directo. Los demolió. Con ironías y mando.

Noventismo

El segundo Grupo de los Ocho fue estructurado en 1990. Con contundencia, lo corrieron por izquierda, con resultados más optimistas, al Sujeto Menem. Por una caravana kilométrica de desviacionismos.
La paternidad ideológica del Grupo fue compartida por dos cuadros indiscutibles del peronismo. De cuando aún se tomaba la militancia como un acto de responsabilidad social.
El señero paisano Germán Abdala, y el legendario viejo Alessandro. Es el padre de Darío, el actual embajador, una clonación a la bartola del Chacho Álvarez.
Puede evocarse, también aquí, a los otros Predicados noventistas.
Fontella, Juampi Cafiero (el padre de Antonio). A Brunatti, que iniciaba el deslizamiento, en garrocha, hacia el universo de circuito cerrado de la izquierda. O a Franco Caviglia, que postergaba su horizonte temático, más afín con la derecha. Y a Ramos, un «conde» que, diez años después, forzaría los méritos para regresar al menemismo.
Sin embargo fue Chacho Álvarez quien, con el clásico atorrantismo del peronista metropolitano, con la asistencia moral de Manzano, y con su locuacidad extraordinariamente ideal para la interpretación televisiva, se quedó como máximo paradigma de aquella venturosa fracción.

Fragmentación

El Grupo chachista de los Ocho funcionó como iniciador técnico del despelotado proceso de fragmentación política que se desataría en la Patria.
La fracción sirvió para rasguñar un trocito de piel del peronismo. Y quedarse con las uñas levemente ensangrentadas.
Empero, por su propia dinámica, aquel rasguño hacia los peronistas resultaría letal, poco más tarde, para los radicales.
Conste que el gran partido centenario venía en falsa escuadra, desde el epílogo cinematográfico del alfonsinismo. Con destino anunciado de ONG.
En efecto, los nutritivos radicales eran descuartizados a través de un involuntario trabajo de pinzas. Entre la efectividad pactista de Menem, asociado al Cavallo más inspirado. Y el ilusionismo, ejemplarmente contestatario, del Chacho, que les succionaba, a los radicales, con paulatina coherencia verbal, las capas medias.
Verso a verso. Con severos atisbos de crueldad. La chapa del Chacho proporcionaba estampillas decorosamente gratuitas de progresismo.
Por lo tanto, los jóvenes radicales de entonces, como Raimundi, y el próximo Sujeto, Carrió, debían cautivarse, inexorablemente. Doblegados ante la fascinación ilusionista del Chacho. Que copaba con el aderezo de Ella. La magnitud, extorsivamente ética, de la señora Fernández Meijide.
El menjunje desembocaría, en 1999, en la fatídica Canción con Todos de la Alianza. Preludio de la agudización del desastre, de tratamiento obligado en los seminarios.

Advenimiento de la tristeza

17 años después, el rol desviacionista del Sujeto Carrió vuelve a estimular el independentismo de los Predicados.
Es el turno de los melancólicos del ARI. Se asiste a la remake, en versión fotocopiada, de otros ocho diputados.
Discípulos del ilusionismo chachista. Macaluse, Raimondi, Gorbatz, García Méndez. Junto a las honorables señoras que irrumpen para clausurar la misoginia grupal. Como Maffei, González, Bissutti y Naim. Ahora, desairados, los ocho deciden correr, otra vez, por izquierda, y por fatal desviacismo, al Sujeto Carrió.
Con infinita tristeza, en el segundo lustro de los dos mil, suplen aquel cautivante ilusionismo de los noventa.
En la declinación nacional, aquellos rebeldes fueron suplidos por los ilusos. Y los ilusos fueron suplidos por los tristes.
La señora Estensoro, con su rostro fuerte de pintora mexicana. La siempre inventariada señora Bullrich, que cruza, transversalmente, la historia ideológica contemporánea. El carismático arlequín de Prat Gay. La amenaza permanente, el acercamiento de López Murphy. Seres que emergen como emblemas del desviacionismo derechista.

Exorcismo

Cierto filósofo anónimo, un positivista mediterráneo, arriesga que el purificado Grupo de los Ocho, bautizado ya como el Grupo de los Tristes, emerge, en su inofensiva reacción, como una consecuencia tardía de aquel exorcismo, oportunamente promovido, en la cámara, por la señora Carrió.
Fue en la etapa interesantemente mística. Cuando la diputada Carrió, aún en el camino de transformarse en Sujeto, mantenía una relación litigiosa con los cuidados mínimos de la estética. Con días sin recurrir, siquiera, a la cosmética más elemental, como el shampoo.
Por lo tanto, espiritualmente armada con su crucifijo amenazante, ella supo acompañar a cierto Padre franciscano, de la orden de Puigjané, al recinto que suponía vacío.
El cura desparramaba, con propósitos purificadores, el incienso necesario, ante la perplejidad de los radicales Pascual y Baylac. El exorcista desparramaba incienso entre las bancas adictas a la propagación de los pecados. A las violaciones cotidianas de los mandamientos.

Oberdán Rocamora
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