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Greco y el Estado Mongo

Memorandum para conocimiento del Señor Director: 30 años de la patética declinación argentina.

Carolina Mantegari - 25 de junio 2007

Consultora Oxímoron

grecoyelestadomongo.jpgPropuesta de Miniserie, televisiva y/o literaria.
por Carolina Mantegari
Consultora Oximoron
,
especial para JorgeAsísDigital

Hoja de ruta

Abordar, de manera transversal, los últimos 30 años de la historia argentina, a través del desastre financiero, político, burocrático y estructural del Escándalo Greco.
Desde la plenitud de la cultura rentista, en las vísperas del desmoronamiento del BIR, Banco de Intercambio Regional -iniciador del declive real del Proceso Militar-, en el segundo lustro de los setenta. Presidencia Videla.
Hasta el clima adolescente de argentinización empresarial, que se registra en el segundo lustro de los dos mil. Presidencia Kirchner.

UNO

Cóctel de tasas de interés libres, con garantía estatal, con un marco inmemorial de miles de muertos. Transición del mando militar. 1980. El epílogo de la dureza represiva, encarnada por el general Videla -en contrapunto persistentemente conspirativo con el almirante Massera-, se confunde con la esperanza tibia de apertura, que representaba el general Viola.
La acción transcurre en la altiva Mendoza de los setenta. Héctor Greco, El Padrino, supo armar, entre el monetarismo virtualmente precapitalista, el bicicletismo sideral que anticipaba el colapso. Formidables vodeviles de autopréstamos. Créditos originados en los propios bancos, que tomaban, caudalosamente, el dinero del mercado. Para adquirir, en la volteada, 45 empresas. El estruendo social se aseguraba.

Debe trabajarse, con dramático rigor, la competencia histórica de los Greco con los Catena. Analizarse, a través de acciones dramáticas, el juego de las vinculaciones, con el militarismo sustentado en la apoyatura intelectual de los funcionales economistas (En sobre cerrado van nombres).

Estado Mongo

Al producirse, después de la caída del BIR, el desmoronamiento de diversos imperios de plastilina, -como el del Padrino Greco-, el desastre debía completarse por la intervención, obligada, del Estado.
El Estado entonces emerge como personaje de ficción. Es el Estado Mongo.

Turno del aprovechamiento sectorial de multiplicados canallitas que crecieron a partir de la concepción del Estado Mongo. O sea, del Estado de Nadie.
Y turno de la extorsión moral, implícita en el pretexto del «mantenimiento de las fuentes de trabajo».
A la cuenta del Estado-Mongo, que no tenía fondo, debían cargarse los clavos.
Inviabilidad estructural que permite reconstruir la historia a partir del crecimiento del escándalo. Destinado a postergarse, y nunca a resolverse. Emblema, casi espeluznante, del país.

Tarta tibia de alcauciles

La acción debe trasladarse a la Avenida de Mayo que aún podía transitarse.
Restaurante Pedemonte, 24 de abril de 1980.
El Padrino, Don Héctor Greco, es detenido, junto a Bassil. Por “subversión económica”. Por “monopolio”, y por una notable caravana de desgracias.
Después que el Banco Central les rechazara el plan de salvación, con inquietantes redescuentos, a los efectos de regularizar el banco principal, Los Andes. Y atenuar la catástrofe de las 44 empresas.
Lo detuvieron, al Padrino, antes de degustar la célebre “tarta tibia de alcauciles”. Orgullo del lugar.

DOS

Los militares confiscan a los Greco, con la bestial desprolijidad. Se basan en «leyes a la carta». Inconstitucionales, como la ilegitimidad del poder, que se les descascaraba.
Extraordinaria fila de administradores completan la causa perdida de gestionar, en nombre del Estado Mongo, las empresas intervenidas.
Estragos estructurales, amparados en el mantenimiento de la fuente de trabajo.

La implosión del militarismo, después de Malvinas, produce el advenimiento sorprendente de la democracia. Con pasión inicialmente resolutoria, lejos de resolverlo, durante el alfonsinismo se agrava el Escándalo Greco.
Turno de fojas, complejo desorden de juicios entrecruzados. Cuesta discernir quién -y sobre todo cuanto- le debe a quién.
Viejo botín de guerra de los pícaros, el Estado Mongo agudiza la condición de víctima, de quienes deben ser sus protectores.
Años festivamente revisionistas de Alfonsín. Se habilita la idea recuperatoria del resarcimiento.

Turno de la incipiente irrupción de los lobbyes, que llegaron para quedarse.
Concierto de arreglos orquestados. A través de la unificación de proyecciones bipartidarias. Epopeya de un joven diputado de inteligencia inferior a su astucia, mendocino y culturalmente peronista.
Y de un misionero silencioso, precipitadamente aporteñado, y radical.
Despunta, además, otro mendocino vocacional. Aún suele maniobrar, con un magnífico sentido del equilibrio, desde los teléfonos de La Casa de Gobierno. Con llamados efectivos, nunca amistosamente casuales. En nombre, en general, del Presidente. Se le asigna, acaso sin fundamento, fuertes influencias en los acontecimientos a tratarse en la miniserie propuesta. Y cierta condición natural de diestro domador de barriles (En sobre lacrado se le remiten, al señor director, los nombres).

El imperio en el asfalto

Antes de irse, entre las llamaradas tradicionalmente afectas a los radicales, Alfonsín habilita, en 1987, el Convenio para resarcir a los Greco.
Para lucimiento eventual de los actores, habrá que destacar, con detenimiento, el cuadro del desbordado gobernador de Mendoza, don Felipe Llaver.
Cuando don Llaver recibe, en su despacho, para aclarar algo del desorden, al Padrino.
Al que Llaver hace conducir, desde la Penitenciaría, hacia la Casa de Gobierno.

El corte publicitario, acaso el final del capítulo, se impone cuando El Padrino, en libertad, intenta cruzar, sin reflejos, la Avenida Juan B. Justo. Es mortalmente atropellado, una tarde de llovizna, de 1988.
Es el emblema del imperio caído. Greco yacía, tristemente, en el asfalto.

Para ajustarnos al rigor de la sinopsis, en 1995 debe constar que los herederos vuelven a la carga. Para denunciar el incumplimiento de aquel Convenio de Alfonsín. Que se convalida, desde el parlamento, con el aval de Menem.
En la vaga oscilación, entre las sospechas de la complicidad y de la culpa, amparado en un dictamen judicial, Kirchner autoriza a pagar.
Abonar la cuenta, habilitada por Alfonsín. Convalidada por Menem. Ocasionada durante la dulcificación económica del Proceso Militar, que permitía atenuar las consecuencias peores de la otra tragedia.

TRES

El pago a los Cartellone, de 120 millones, aún no puede confirmarse si se efectuó o no. Pasó, en todo caso, sin inconvenientes mediáticos. Aunque el Procurador General del Tesoro, Osvaldo Guglielmino, suponga que lo haya trabado.
Allegados al ex ministro Lavagna aseguran, en cambio, que bastó apenas con una contundente llamada. «O firmás o te vas». Fue desde los peldaños altos, hacia el Ministerio de Economía.

El pago a los Werthein, de 250 millones, aún sigue con obstáculos. Expediente que nadie mueve, con ostensible interés, desde Balcarce.
Idem con los 150 millones que mantiene Techint, a su favor, en un dossier pendiente de mayor prosperidad.
En cambio, el pago a los Greco, los 600 millones, aunque tenía homologación judicial, que se dilataba desde 1987, no pasó.
Aunque estaba listo, en realidad, para pagarlo. La resolución, con el Acuerdo homologado, del doctor Francisco de Asís Soto, el Juez Civil y Comercial.
Jurista estremecedoramente decente, que arrastraba el crecimiento del escándalo, desde hacía veinte años.
El convenio entre los insistentes “Incidentistas”, herederos de los Greco y Bassil, y los representantes de Mongo, el piadoso estado nacional.
Se impulsaba el pago, desde el lobbysmo arbitrario de Balcarce.
Vísperas del duelo de acusaciones entrecruzadas entre funcionarios de los distintos inquilinos transitorios del Ministerio de Economía. Ping pong entre Lavagna y la señora Miceli.
La orden de pago arribó con el beneplácito compartido del Presidente, del Jefe de Gabinete, de la señora Ministro de Economía. Y con la celebración jurídica, por considerarlo cosa juzgada, del Procurador del Tesoro Nacional.

Ley a la Carta

Sin embargo, los funcionarios tuvieron mala suerte. Porque, como se quedaron sin cambio en el ministerio, sin bonos suficientes en los anaqueles, debieron preparar una Ley a la Carta.
Un pedido de ampliación del presupuesto, con bonos para 1.300 millones.
Historia ya cercana, más conocida. En el «Mc Donalds» de Diputados, colmado de especialistas en la digestión de las legislaciones rápidas, la ley salió aprobada, en menos de un día.
En senadores, a pesar de la solícita premura del funcional senador Pichetto, la Ley a la Carta se trabó. «Algo extraño sucedió camino al Foro». Algún desairado, perfectamente detectado, sintió, probablemente, la maldición de quedarse afuera (En sobre lacrado se remite el nombre).

La cuestión que dos radicales, el jujeño Morales, justamente hoy candidato a vicepresidente de Lavagna, y el mendocino Sanz, se dispusieron, debidamente advertidos, a examinar el interior del paquete. Para descubrir, oculto en el inofensivo rubro “pago a proveedores”, que se encontraban los 587 millones. A los efectos de satisfacer la moralidad herida de los herederos de Greco y Bassil.

Ángeles otoñales de Felisa

Turno del Vodevil del Papelón Burocrático. Consecuencias explícitas de la inviabilidad institucional. Impericia sospechada de indecencia.
La señora ministro Miceli de Velazco, para zafar del garrón que se había devorado, trata, en su bartolerismo, de enlodar a su predecesor, el postulante presidencial, Lavagna. Y comprometer, extrañamente, al Procurador.
La señora Miceli conocía el dossier, desde su paso por el Banco Nación.
Para masacrar al adversario del Presidente, Miceli cuenta con la estricta colaboración de la Banda “Los Ángeles Otoñales de Felisa”. Compuesta por Alejandra, Silvia, y Estelita.
En una acrobática voltereta, que puede proporcionarle cierta espectacularidad a la miniserie, el doctor Guglielmino, Procurador General del Tesoro, emite un dictamen para contradecir lo que anteriormente había dictaminado. Surge la Teoría de la Prejudicialidad. Se asiste a formidables actos de parrillerismo, entrecruzamientos de chicanas alentadoras, que complementan un marco de descascaramiento generalizado.
Aquí la acción, algo más opacada, en un descenso rítmico del tono narrativo, debe trasladarse, convenientemente, hacia el sobrio despacho del Juez Federal Torres.
Debe agregarse, al coro polifónico del antilavagnismo, al poeta hoy vencido, injustamente irreconocido, Alberto Fernández.
Turno, entonces, del frontalmente ofendido, infortunadamente acusado Eduardo Pérez, ex Secretario Administrativo, conocido por el cuidado estricto de la firma del sobrevalorado Lavagna.
Mientras acumula artillería pesada, Pérez envía, al Alberto, una conmovedora carta documento.

Epílogo con Alan Ladd

Mientras tanto, los herederos de Greco esperan cobrar, alguna vez, los corolarios de las bicicletas entrañables del Padrino.
120 millones para cada uno de los tres Greco. 60, para los dos Bassil.
Entrecruzamiento de juzgados. Montañas de legajos. Multiplicidad insaciable de fojas. Resoluciones que se confunden con las acusaciones recíprocas.
Empero, se abre el espacio en los pasillos, y pisos televisivos, para la llegada del abogado providencial. Porque irrumpe, como en aquellas antiguas películas de cowboys, el muchachito. Es el Alan Ladd del derecho. El doctor Monner Sanz.
Para parafrasear a Conrado Nalé Roxlo, un poeta apenas superior a Alberto Fernández.
“Un cigarrillo, y una demanda de Monner Sanz, no se le niegan a ningún funcionario”.

Menos podía negarle, el doctor Monner Sanz, una demanda a la ministro Miceli.
Por incumplimiento de los deberes de funcionario público.
Es el final transitorio que, el Escándalo Greco, ampliamente se merece.

Carolina Mantegari
Continuará, sujeto a la aprobación del señor director.
Manténgase conectado.

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