El baile amarillo del PRO
La goleada de Mauricio. Cristina-Filmus y la vocación por la derrota. ¿Hacia la utopía del ballotage?
Artículos Nacionales
Mauricio, el Niño Cincuentón, se quedó «en la antesala de los 50 puntos».
Pero su triunfo humillante sobre Filmus, el Psicobolche Nostálgico, fue lo expresivamente rotundo. Suficiente para calificar, la eventual segunda vuelta, de ceremonia equivocadamente innecesaria.
Consultora Oximoron -exclusiva del Portal- le chingó, tan sólo, por 4 puntos. La diferencia es irrelevante. Sobre todo si es comparada con los papelones numerológicos de los combatientes del Frente Encuestológico de la Victoria. Lícitos vanguardistas de la sociología estomacal.
En «Duelo de oficialismos habituados» (cliquear), Oximoron le asignaba a Macri 46 puntos (tuvo 47).
Para colmo, el estudio mostró un mayor optimismo con Filmus. Se le asignaron 31 (tuvo poco menos de 28).
Caja de resonancia
Marchar hacia la utopía de la segunda vuelta sería, para Cristina, una muestra de cruel obstinación.
Asistir al incendio definitivo de Filmus, quien, junto al enternecedor ministro Tomada, mantiene una admirable vocación para la derrota.
En la caja de resonancia del Artificio Autónomo de la Capital, otro incendio de Filmus se transformaría en el automático incendio de Cristina.
Cristina suele ser aceptablemente altiva. Frontalmente distante. Calculadora. Con aguda tendencia hacia la pedantería académica. Es autorreferencial al límite. Pero no debiera exhibir la fatal carencia de perspicacia. La falta de astucia deriva siempre en vulnerabilidad.
Enviar, a sus fuerzas fragilizadas, hacia la utopica carnicería del ballotage, es -peor que una tontería- un error.
El rigor estético debiera permitirle esquivar el ridículo.
Cristina ya accedió a la tentación de insistir con su propia candidatura. A los efectos de «profundizar el modelo». Hasta hundirlo, y hundirse con él. Perfectamente puede apostar por la utopía y agigantar la percepción irreparable de la derrota.
A Filmus, otra derrota más, no lo altera. A lo sumo, lo quita del escenario metropolitano. Para sumergirlo en el ámbito académico -o meramente burocrático-, de donde nunca, acaso, debió haber salido.
O para erigirse como un próximo representante ante la Unesco. Donde, según nuestras fuentes, al Psicobolche Nostálgico no le fue nada mal.
Puede hacer promisoria carrera, incluso, en su Consejo Ejecutivo. Y saltar hacia la presidencia de la Conferencia General.
En cambio, para Cristina, otra severa derrota, en la caja de resonancia, es letal.
Significa someterla a la condición de víctima de otra goleada feroz. De Macri. Con el desborde, casi ofensivo, del baile amarillo.
Estilo Durán Barba
Debe aceptarse, aparte -y vaya como autocrítica-, que desde el Portal siempre se subestimó, en exceso, el positivismo frívolo del PRO.
Un fenómeno que supera, incluso, en los tramos de la escenografía, al positivismo frontalmente vitalista de la Línea Aire y Sol. La franja que lidera Daniel Scioli, en Buenos Aires, la «provincia inviable».
Se asiste, con dolor, al triunfo pragmático de la ideología a-ideológica. A la política vaciada de ideología.
Nostalgias -diría Jaime Durán Barba- de «la política del siglo veinte».
Una de dos, debe rescatarse la eficiencia del estilo Durán Barba. O condenarla, para encarar el desafío de superarla.
Es Durán Barba quien suele estimular el baile naturalmente amarillo de Mauricio. La euforia entre los globitos de colores. Con los militantes entusiasmados que saltan. Estética consagrada por la «barra brava».
Es Durán Barba el intelectual con quien, casi siempre, desde aquí se está en franco desacuerdo.
Cuesta aceptar que nos demuestre, al final, que tiene indeseable razón.
En cualquier momento, hasta podrá demostrarnos que también tuvo razón al aconsejar la capitulación de la aventura presidencial de Mauricio.
Un traspié que dejó, nunca menos, cinco millones de votantes en banda.
Es el capital personal -e intransferible- de Macri. Por lo que se percibe, el Niño Cincuentón hoy no tiene la menor generosidad para transferirlos. Tampoco puede.
Son los sufragios que se van a distribuir, equilibradamente, entre los cuatro postulantes previsibles que se mantienen en pié.
Como Alfonsín, El Menoscabado, que felizmente ya tiene menos límites. Hoy Alfonsín se precipita, sin fronteras de acotación, para buscarlos. Mientras se le diluye el error, o simplemente el compromiso, de haberla avalado a la señora Giudici. Integrante de lujo de La Perrada.
O como Duhalde, que también reclama los millones de votos vacantes.
Duhalde, el Piloto de Tormentas (generadas), protagonizó otro de los malentendidos insólitos de la elección municipal que se nacionalizó. Mientras declaraba su preferencia por Macri, patrocinaba, en simultáneo, a Todesca. Exponente, de los menos advertidos, de La Perrada.
O como la señora Carrió, y su ya moderada empresa de demoliciones. Mientras trata, también, de atenuar la endeble producción de su valiosa colaboradora. La señora Estenssoro se ubicó en el primer nivel de La Perrada.
O como Alberto Rodríguez Saa, el artista plástico que tanto promete. Transformado, en la capital, en un profesional de la ausencia.
Alberto tuvo el acierto de no apoyar, en Buenos Aires, ni a su sombra. Suficiente énfasis mostró en el 2009 al apoyar a don Jorge Pereira de Olazábal. Es el máximo exponente del olazabalismo (hoy decidido a destronar, en el Jockey Club, al caudillo Bruno Quintana).
El sándwich de Pino
En la primera entrega de la serie La Ciudad y La Perrada (cliquear) se describió el llamado «Sándwich de Pino».
La certeza anunciada. Fernando Solanas, Pino, el prestigioso dirigente universitario, iba a convertirse en el fiambre de la polarización. Aplastado por los dos oficialismos del duelo.
El municipal (Macri) y el nacional (Cristina-Filmus).
Por cuestiones estrictamente biológicas, Consultora Oximoron evalúa que Solanas, como candidato, participó de su última elección.
A esta altura, improbablemente Solanas pueda postularse para otro cargo ejecutivo.
Pero ánimo. Nada está perdido. A los 75 años, y con su sublime aspecto de galán maduro, Solanas está en condiciones de entregarse a la gestación de su mejor película. Para combinar la poesía, emotiva y grandilocuente, del «exilio en París», con la técnica testimonial del reportaje rigurosamente célebre.
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