Dos Demonios
GUERRA DE CONVALECIENTES (VII): Ancar. Empate en la Guerra de Convalecientes, Kirchner y Magnetto.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
– ¿Cómo termina, Rocamora, la guerra del Gobierno con Clarín?
Ancar, como en el poker. Empate.
Con la cabeza de Guillermo Moreno servida en bandeja de plástico, por una parte.
Con el desplazamiento de Héctor Magnetto, de la conducción de Clarín. Por la otra.
Ocaso de la Guerra de los Convalecientes.
Los comandantes de los respectivos ejércitos se encuentran ostensiblemente desvencijados. Boquean. Sin aire. Cuesta disimularlo.
Los principales frentes de lucha se encuentran estancados. Las escaramuzas, en adelante, se limitan a la polvareda oral. O escrita.
Si aún no se avanza en la tregua, es por la obstinación de La Elegida. Es muy distinta a El Furia.
La Elegida no es ninguna dura en el difícil arte de arrugar. Es peor. No arruga. Anda sin frenos. E incapacitada para retroceder.
Queda el hostigamiento recíprocamente periodístico. Las descalificaciones insultantes. Las imposturas. Amagues de las barras bravas.
De pronto comienza a propagarse, con relativo nivel de aceptación argumental, la Teoría de los dos Demonios.
Los dos demonios son Kirchner y Magnetto.
Pero ninguno de los dos, en adelante, se encuentra en condiciones de ser el mismo demonio.
Los dos diablillos, que fueron socios hasta mediados del 2008, hoy prosiguen como socios, en la plenitud de la desbandada.
Uno se encuentra hecho a la medida de la derrota del otro.
Amateurismos
Desde el gobierno -por el costado de Moreno-, se evalúa, con ayuda de la voluntad, que el Grupo Clarín se encuentra definitivamente perforado. No es una falta a la razón.
Es Moreno quien, según nuestras fuentes, lo confirma. Ante los compañeros de confianza. Ante los interlocutores empresariales.
Donde Moreno suele mostrarse durísimo, en general, con la UIA. Pretende cortarlos en fetas. Algo contemporizador con los comerciantes. Aceptablemente convivencial con la derecha ruralista. «La derecha siempre debe existir», cuentan que confirma. Como si le perdonara -a la derecha- la vida.
Desde Clarín, entre los harapos, se emiten señales inconvincentes de triunfo.
Perforó al kirchnerismo. Sólo por haber penosamente resistido. Tampoco es una falta a la razón.
Por su amateurismo que espanta, el gobierno fracasó en la totalidad de los frentes de lucha.
Como penúltimo recurso de ataque, sólo persiste el twitter presidencial. Sin frenos. Ni marcha atrás.
El frente humanitario viene desgastado por el manoseo eterno de la problemática de los grandulones. Tratados, aún, como «chicos». Tema trabado.
También se encuentra trabada la Ley de Medios. Petrificada, en su aspecto sustancial.
«Sin novedad en el frente», como en la novela de Erich Maria Remarque. Justo cuando los medios que sobreviven van a resultar imprescindibles para las próximas elecciones.
Clarín debía ilusoriamente desinvertir. Pero el Gobierno debe, al fin, desacelerar.
La avanzada sobre Papel Prensa quedó reducida al bochorno de una telecomedia pasablemente pasatista.
La improvisación de los conspiradores se derritió como un pan de manteca en el asfalto, bajo el sol. Por la acción interconectada de tres variables sucesivas.
La reaparición fugaz de Gustavo Caravallo. Es el desmantelamiento inicial de la inocentada.
Turno de la imprevisibilidad familiar. Representada por las intromisiones lícitas del hermano Isidoro Graiver. De la hija, Mari Sol. Juntos, deslegitimaron la adolescencia del reclamo. Instrumentado, para colmo, por los amateurs.
Variable Saguier
Por último, transcurrió la Variable Saguier.
Fue la variable inesperada que terminó de derrumbar la estantería estratégica. Necesitada, para prosperar, de la disociación de los dos grandes diarios. Los socios en el escandaloso negociado político-económico de Papel Prensa. Ver «Separar La Nación de Clarín» (cliquear).
Julio Saguier salió a bancar al tío Bartolomé Mitre, el director nominal de La Nación. Y sutil, aunque superado, adversario interno.
A Mitre, en su oportunidad, Los tres Saguier supieron desplazarlo de la conducción real del diario. Para convertirlo en un lustroso apellido de decoración.
Al respaldar al tío Bartolomé, Los Saguier le propinaron el golpe de efecto final. Resultó letal para las improvisaciones encaradas por los entusiastas amateurs del kirchnerismo.
Conste que, al asegurar la libertad del tío Bartolomé, Los tres Saguier terminaron, para siempre, en La Nación, con la influencia de Los Mitre.
Figurarán, en adelante, los Mitre, en la insigne quietud de los retratos. En las gárgaras emotivas de los discursos.
Ancar
Magnetto -como Moreno- también debe explicar. Por presencia dificultosamente explicativa, suplica solidaridades entre las verbenas empresariales.
La victimización, hacia afuera, le sirve, hacia dentro -a Magnetto-, de muy poco. Ni siquiera para despertar el valor oneroso de la compasión. Para mantenerse legitimado, en el interior de la propia fuerza que sigilosamente lo impugna. Y en el exterior, ya se lo respeta menos. Se disfruta, en la hipocresía del silencio, su decadencia. Abundaban los opositores a Kirchner que, en este plano, lo estimulaban secretamente para la destrucción de Magnetto.
En la próxima etapa, de irremediable transición, a Magnetto le va a resultar más que difícil mantenerse. Tiene que ceder.
En su cuadratura, apartarse equivale a enfrentar algo infinitamente más profundo que la mera declinación. Ampliaremos.
Es la hora del conformismo y la resignación. La falta de triunfo deriva innecesariamente en derrota.
Pero a la derrota siempre se la puede maquillar. Transformarla en un empate. Ancar.
Es el sentido específico del arreglo cercano, que está al caer. Faltan, aún, algunas decenas de tweets.
Aunque El Furia no haya conseguido su propósito en ninguno de los frentes de combate, la evaluación indica que el monopolio no va a ser -nunca más- temiblemente imbatible. Como supo serlo.
La extorsión apretadora de un título adverso ya está ligeramente devaluada.
Paulatinamente, Clarín va a modificar la magnitud devastadora de los títulos. Para asumir los arrebatos de objetividad.
En simultáneo, el gobierno va a disminuir la intensidad de la virulencia oral.
Signa, el ancar, el empate, la consagración de los racionales que simplemente esquivaron la batalla. Mirar hacia Scioli. Para compadecer a Amado Boudou. El compadrito que creció, como un kirchnercito, a través del conflicto. Lo suficiente para carecer de retorno.
Otro caso (para tratar separadamente) es el del canciller Timerman. El embajador que vino, decididamente, a copar. A cargarse el gobierno al hombro. Pero desde una función equivocada.
Muy poco tiene que ver la diplomacia con la beligerancia interna. Desperdicia hasta sus logros. Las fotografías que exhiben la fragilidad conceptual del alegado aislamiento externo. Para suplirlo por una soledad más nociva. El aislamiento interno, del que un canciller no debiera ocuparse.
En un marco de desarme, como el que irreparablemente se aproxima, Timerman tendrá que forzar la sagacidad. El sentido de la ubicación. Recurrir a la experiencia para el cambio de máscaras.
Aníbal, en cambio, es -por peronista cultural- inimputable. Tiene regreso. Y el inflamado Marioto nada tiene para perder. Menos, incluso, que los admirables columnistas de amianto, contratados por el señor Gvirtz.
Fuera de los Kirchner, el luchador más comprometido, en la responsabilidad de la pelea, es Guillermo Moreno. Es el combatiente fiel que se cae.
Sabe Moreno que tiene, en su caída, como en el tango, que «hacerse a un lado». Como Magnetto.
¿Respondida, señorita, la pregunta?
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
Continuará
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