«Imperativo irrenunciable»
La construcción de López como víctima impide avanzar en las clarificaciones.
Artículos Nacionales
escribe Jorge Asís
especial para JorgeAsisDigital
En lugar de ofrecer las explicaciones necesarias, se estimula, desde el poder, el gastado recurso de las convocatorias.
En este caso, hacia las emotivas movilizaciones. A los efectos de peticionar el milagro de la «aparición con vida».
Del pobre septuagenario J.J. López. Alias don Tito.
Vocación por la utopía
«Recuperarlo con vida» (a López) es el «imperativo irrenunciable».
Lo señala, con una extraordinaria vocación por la utopía, el documento solidario, divulgado por el portal ultraoficialista Encuentro K. Es debido a la inspiración de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación.
Trátase del organismo que comanda, en sus alternativos arrebatos de lucidez, el doctor Eduardo Duhalde, alias El Homónimo. Un irreconocido anzorreguista de izquierda, que fuera socio del abogado superior Rodolfo Ortega Peña, infortunadamente acribillado en la 9 de Julio, por la incipiente Triple A.
Hoy Duhalde atiende las derivaciones de los catastróficos atropellos que ayudó, generacionalmente, a provocar.
Más adelante, en el documento citado, el enaltecedor organismo se introduce, con frontal plenitud, en la artesanía de la distorsión que tanto se parece, como producto, a la mentira.
Al afirmar, por ejemplo, que, al conocerse «el hecho», o sea la desaparición del septuagenario, «los aparatos de seguridad y justicia se pusieron en marcha de inmediato». Para colmo, como si hiciera falta, aclara que fue «sin resultados positivos».
Para ser estrictamente francos, a J.J. López sólo se lo buscó, con responsables atisbos de profesionalidad, cuando investigaba el asunto la policía departamental de La Plata. Y se instrumentaba desde la seccional de Los Hornos.
Duele admitir que, en adelante, fue todo bardo. Verso puro. Se simuló la acentuación de la búsqueda, para desorientación de los movileros televisivos. Sobre todo, a través de los lugares donde se sabía que nunca, al viejo López, se lo podía encontrar.
Se rastrilló inútilmente, con caballos -casi- de calesita.
Se enviaron millones de mensajitos gubernamentales de texto, para confortar a la gilada, altamente sensibilizada.
Se pegaron más carteles de López que si fuera De Narváez.
Por último, se congregaron mensualmente a sectas honestas de izquierdistas incautos. Concentrados, inclusive, hasta para escuchar un espeluznante poema comprometido de Pablo Neruda. Fue compuesto a mediados de los cuarenta, para otra ocasión de lucha más tangible.
La carencia de «resultados positivos» no fue, según nuestra evaluación, ninguna consecuencia de ardorosas investigaciones.
Fue un objetivo.
Secretos verdaderos
En realidad, la ficción les fue despojada a los novelistas.
Determinados hipócritas que ayer se movilizaron, mezclados entre tanta militancia sincera, conocen demasiados secretos. Los secretos vociferados, que pueden aportar algún ingrato hilo de luz. Sin embargo, resulta más conveniente adherir el ejercicio de la oscuridad.
De todos modos, la construcción colectiva de una víctima, produce el propósito logrado del fenómeno superador. Al menos, superador moral de los datos reales, los que deben, sistemáticamente, ocultarse. Aluden al contexto del protagonista que emerge, oportunamente, como un inapelable ser, merecidamente victimizado. Que no merece ser rozado, siquiera, por el esbozo de ninguna sospecha.
Desde el Portal, se brindó, en su momento, detallada información que de ningún modo se va a repetir. Fue insuficiente, en apariencia, para que sea registrada con seriedad. Sobre todo porque la data desentona con la indispensable construcción de la víctima. Convertida en degradada memoria. En objeto movilizador.
Ayer mismo, en la radio «esclarecida» de las Madres, cierto amigo de López acertó al decir que debían seguirse las «pistas proporcionadas por Asís». Las palabras motivaron la panfletaria reacción del conductor. El que debería, en todo caso, a propósito del Caso López, interpretar las sugestivas declaraciones de la señora de Bonafini. Ella sólo dijo:
«Los servicios de inteligencia argentinos no sirven para nada».
El Ausentado
Sin embargo conviene aferrarse a la línea incuestionable de la declaración del Duhalde anzorreguista. Aunque sea falsa:
«López había sido secuestrado y los autores no podían ser otros que hombres ligados al terrorismo de estado que asoló al país».
Según nuestras fuentes, J.J. López, «El Ausentado», se fue, por su propia cuenta, aquel 17 de septiembre, hacia alguna parte.
Con 300 dólares en los bolsillos. Y con los borceguíes.
Ocurría que Don Tito no se encontraba en condiciones de repetir, ante el tribunal que juzgaba al comisario Etchecolatz, la conmovedora historia. La versión minuciosamente elaborada, que aún suele exhibirse para los desinformados.
Fue especialmente preparada, para la ceremonia mediática del llamado Juicio de la Verdad.
Algo tendría, en todo caso, que desmentir, cierta dama, fuertemente infaltable en las marchas. La defensora de los derechos humanos vinculada, acaso sentimentalmente, con la víctima. A la que los policías desconfiados le comieron, pobre, hasta las empanadas.
Ocurría que los policías sospechaban. Y fueron, en su ausencia, a «hacerle la casa». Después de percibir aquella extraña visita, a la infatigable defensora, de uno de los hijos de López. A las tres de la madrugada. Los hijos también tienen turno para desmentir.
Atalaya y los perros
A J.J. López se lo vio, aquel 18 de septiembre, en el micrito azul.
Había ascendido en la parada Empalme.
El micrito, conducido en general por Marcelo, suele hacer el trayecto entre Magdalena y Atalaya.
A López se lo vio, en Atalaya, lugar donde había veraneado. Atravesó el puentecito del Arroyo Buñírigo. Se lo vio detenerse en una casa situada detrás de cierta tranquera.
Mientras investigaban los orientados especialistas de la Departamental de La Plata, con sus perros -sospechados de afinidad con el terrorismo de estado-, la acción debe situarse en aquel agradable paraje. Sin embargo, el rumbo investigativo fue inmediatamente descartado.
Con seguridad, aquellos perros fueron adiestrados por los amigos de Etchecolatz. Porque no vacilaron en desesperarse, en Atalaya. Sobre todo en la antesala de la casa que mantiene la obturación de una tranquera.
Perros complicados, violadores que incluso no se detuvieron, en la desesperación del allanamiento, hasta señalar, a los ladridos limpios, un catre. Peor aún, un colchón. Donde acaso pudo haber dormido, en la noche del 18, J.J. López.
De todos modos, siempre es conveniente apostar por la versión oportuna de la Secretaría de Derechos Humanos.
«Con este acto aberrante, se trató de golpear al gobierno, en su propósito de poner fin a la impunidad, y condenar a los sicarios de la dictadura».
Un «imperativo irrenunciable». Pero irrenunciablemente falso.
Jorge Asís
jorge@jorgeasisdigital.com
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