Para Pino
EL ASIS CULTURAL: Sobre el cotillón de “A dos voces”.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital
De los cuatro, el sólido es Prat Gay. La amablemente consensual es la señora Michetti. El agresivo que dispara es Heller, el Banquero de Brecht. Pero el que se destaca en el cotillón es Solanas.
Así como la bagatela de Beethoven fue compuesta «Para Elisa», el debate de «A dos voces» fue hecho «Para Pino».
Toddy
Sin embargo Prat Gay no pudo exhibir los atributos de su superioridad cultural. En materia de formación. Tal vez porque su candidatura estelar, menos que equivocada, fue un tanto prematura. Le faltaba -al chico- tomar un poco más de Toddy.
En tanto candidato, Prat Gay emerge como otro de los errores selectivos de la señora Carrió. Ella es de los discípulos menos aventajados de Kirchner.
Lo impuso, a Prat Gay, en el primer plano. Consecuencia del autoritarismo kirchnerista con que La Lideresa supo arrastrar a los radicales pirandelianos. Los que naufragaban, en búsqueda de una conducción.
Sciolismo PRO
La consensual, en cambio, admirablemente querible, es la señora Michetti.
Representa el emblema del PRO que conecta con ciertas esferas del sciolismo. Sobre todo en el afán olvidablemente positivista por presentar siempre «Propuestas». Para ponerse idealmente de acuerdo.
De los cuatro, Michetti era la que más tenía para perder. La condición de favorita la hacía víctima fácil de las chicanas intrascendentes de los otros panelistas. De las cuales podía haberse defendido con mayor solvencia y convicción.
Para pedirle tanto, la muchacha debía estar previamente convencida de aquello que tenía que sostener. Hizo rescatablemente lo que pudo para evitar la confrontación. Para algarabía, con seguridad, de Durán Barba.
El banquero de Brecht
El agresivo es, necesariamente, Heller. El banquero de Bertold Brecht.
Los papelones de los cartelitos cedieron el mensaje equívoco que el banquero de Brecht se había preparado para el cotillón de «A dos voces».
Sin embargo, el banquero de Brecht no alcanzó a disipar las dificultades culturales para ubicarse. El problema, en el fondo, es de identidad política.
Heller dista de persuadir a los peronistas fragmentados de la ciudad. Los que prefieren, en su gran mayoría, a Solanas.
Del mismo modo, el banquero brechtiano tampoco alcanza a fascinar a los progresistas que hoy tienen demasiada oferta en los anaqueles. Desde el alicaído Ibarra hasta Zamora, se extienden patologías más avanzadas de la enfermedad infantil. Como la señora Ripoll. O el muchachito trosco llamado Christian. Aunque en realidad parecen todos imantarse por la atracción que ejerce Solanas.
Cotillón
Al no tener nada para perder ni defender, Solanas, el Pino de Beethoven, se comió el cotillón de A dos voces. Hecho a la aventura de su paladar. Lo cual demuestra categoría de las discusiones.
En algún momento, para pesar de Heller, tanto Michetti como Prat Gay se comportaron como dos cholulos que contenían los deseos de pedirle, a Pino, un autógrafo. Por ser el director de «El exilio de Gardel». Sobre todo de «La hora de los hornos».
La trayectoria lo habilitaba, a Pino, a «correr por izquierda» al kirchnerismo conservador. Y hasta a destacarse en el descaro apreciable de desempolvar la sucesión de barbaridades conceptuales.
Antiguallas aceptables en un adolescente. Con las cuales Pino competía, en realidad, con el banquero de Brecht.
Al fin y al cabo, coincidían en que la culpa de las desgracias nacionales la comparten Menem y Cavallo. Por las transformaciones económicas implementadas en los malditos noventa. Como todos los procesos desatados en la Argentina, desde finales del diecinueve hasta aquí, las transformaciones estratégicas de los noventa terminaron para el demonio.
No obstante Solanas, con muy poco, hasta corporalmente se lucía. Con el cuento de la destrucción del patrimonio nacional. Con la saludable defensa de los recursos naturales. Con el moralismo inquisidor, destinado a hostigar a Michetti por la cantidad de prostíbulos. Sin que nadie osara replicarle. Como si estuvieran, en su totalidad, de acuerdo.
Como si Michetti y Prat Gay se obstinaran en ser aprobados por los pelafustanes que aún otorgan la chapa de progresistas.
Sin que nadie se atreviera a decirle, sin ir más lejos, que las empresas públicas, en 1989, eran un conjunto miserable de estructuras quebrantadas. Que se perdían, entre la magnitud del colapso, millones de dólares por día. Porque eran catastróficamente deficitarias. Escandalosamente ineficaces. «Las empresas del patrimonio». Desde los trenes, hasta los teléfonos. Incluso, incomprensiblemente, hasta el petróleo.
Pero al Pino, el estelar Solanas, TN le quedaba chico. Ninguno podía evocarle, sin tonalidad de reproche, el origen de la magnífica disidencia que supo enfrentarlo, en la práctica, al menemismo dilapidador. La explotación privada de las Galerías Pacífico. Derivaron en otro cotillón seguramente menos ejemplar que el que Solanas proyectaba. Lo descartaron por alguna estructura más adaptable a las tendencias de aquella época. Juzgada, desde la frivolidad actual, como condenablemente deplorable.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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Para Elisa, de Beethoven
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