El regreso del Midachi
En PRO construir un cuadro suele ser menos redituable que comprarlo hecho.
Artículos Nacionales
por Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
El Tercer Gobierno Radical registra un severo retroceso en Santa Fe.
El regreso de Miguel del Sel, El Midachi -desde la diplomacia en Panamá hacia el teatro con Dady Brieva- desnuda la fragilidad litoral del PRO.
Hoy los amarillos ni siquiera pueden capitalizar el desgaste lícito de los mormones del socialismo, que gobiernan Santa Fe desde 2007.
En la última elección, el socialista Miguel Lifschitz superó al Midachi por poco más de medio punto. Sin que fueran necesarios los estratégicos cortes de luz que facilitaron, en 2011, la victoria del socialista Antonio Bonfatti. Aquella primera vez, El Midachi era el candidato profesionalmente contratado para brindar un show aceptable. De ningún modo había sido contratado para ganar.
Suele evocarse aun la precipitación de Horacio Rodríguez Larreta por reconocer aquel triunfo socialista. Cuando asustaba la posibilidad que El Midachi resultara ganador.
Comprar hecho
Con El Midachi a los saltos en otro escenario, en 2017 el PRO debe asumir la virulencia mezquina de su lucha interna. Se percibe hasta en los ágapes amarillos de la Fundación Pensar, el semillero de funcionarios geniales, que proporcionó cracks de la magnitud de Pancho Cabrera, El Seductor Tardío, y Nicolás Dujovne, Bruno Gelber.
Ahora se desatan los pliegues de la interna menor. Entre Federico Angelini, un patriota originario del extinguido Recrear de Ricardo López Murphy (como Esteban Bullrich), y la atractiva señora Anita Martínez, que se mueve junto al crédito valioso que se prepara naturalmente para la gobernación en 2019. El diputado Luciano Laspina.
Aunque el preferido, para Macri sea, en realidad, el senador peronista Omar Perotti. Una suerte de Carlos Reutemann, Planta Permanente, con menos aspecto de dandy pastoril. Pero con superior dote ideológica.
En PRO construir un cuadro suele ser menos redituable que comprarlo hecho.
Pero Perotti se resiste, según nuestras fuentes, a la idea inquietante de ser seducido por la banda amarilla. Abducido.
Es Perotti el señalado para que el peronismo recupere la provincia perdida. Desde que el extinto “paisano” Jorge Obeid supo diplomarse de demócrata, para anular el recurso de La Ley de Lemas. Cuando se lo aplaudió a Obeid por republicano, por ser el peronista perdonable que procuraba una mejor calidad institucional. Pero el poder fue para el socialismo mormón de Hermes Binner, el John Wayne de El Hombre Quieto, y el peronismo no iba a ganar la provincia nunca más. Después fue el turno de Bonfatti y ahora, con vacas más flacas, es el turno de Lifschitz (adversario interno a su vez de Bonfatti y de Binner).
Para las legislativas, los socialistas tienen menos complicado el panorama. Porque el peronista que despunta es Rossi, El Chivo.
Contar los votos
Sin El Midachi el PRO se sumerge en la tristeza. Aunque Macri haga la campaña y tenga que conformarse con el eficiente Laspina. Hubiera preferido, según nuestras fuentes, que encabezara la nomina el radical Corral, intendente de Santa Fe y presidente del radicalismo.
Pero los radicales prefieren continuar en Santa Fe con la jugada combinada. Aliados del socialismo en el Frente Progresista, y en simultáneo continuar aliados del macrismo en la Nación.
Circunstancia que les permite, a los radicales de Santa Fe, mojar la medialuna de los cargos en las dos administraciones. Y con el gesto inconformista. La sociedad inexorablemente siempre les debe algo.
Por otra parte Lifschitz tiene la emotiva esperanza que Bonfatti lo deje tranquilo en Santa Fe, para lanzarlo como diputado nacional.
Pero Bonfatti sabe que tiene los votos y por lo tanto no tiene el menor interés de contarlos ahora. Prefiere contarlos, en todo caso, en 2019, para sucederlo.
Entonces el evangelista Lifschitz tiene que resignarse a soportarlo a Bonfatti en plena declinación de la fe provincial.
Para colmo Bonfatti acaba de ser reelecto como presidente de los diputados de la provincia. Como corresponde, fue propuesto por su escudero Rubén Galassi, aliado transitoriamente incondicional.
Para decirlo con elegancia, Galassi padece la condición de ser depositario de las dudas más dispares. Algunas son tan fantásticas como injustas.
Desde el Congreso, que junto a Galassi manejan con la mirada, Bonfatti acota al gobernador. Le hace algo más amarga la vida de oración.
Mientras tanto, en el socialismo mormón se libran las dos batallas simultáneas. La política es demasiado pública y mantiene como contendientes a los dos pesos pesados. Lifschitz y Bonfatti, mientras Binner se diluye en la Planta Permanente.
De la otra batalla, lo más aconsejable es olvidarse. No tratarla. Alude a los acuerdos no debidamente cumplimentados. Rozan los intereses de los señores malos que mantienen la adicción de matar para no morir. O de ametrallar, llegado el caso, residencias, con la prepotencia del mensaje macabro.
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