Un octavo del mandato
A 6 meses del Tercer Gobierno Radical se desgasta un buen producto. Macri.
Artículos Nacionales
escribe Jorge Asís, especial
para JorgeAsísDigital
Debe aceptarse que Mauricio Macri -Presidente del Tercer Gobierno Radical- es un excelente producto.
Blanco, de buena terminación, con rigurosa formación de ingeniero, de aspecto distinguido y con dominio del inglés.
Listo para ser consumido. «Avec modération»: Como el champagne francés.
El Niño Cincuentón -como lo llamaba Rocamora- registra antecedentes positivos como titular del Boca Juniors más ganador de la historia. Y como el idóneo segundo alcalde de Buenos Aires, que accedió electoralmente a la máxima investidura (el primero fue Fernando De la Rúa).
Pero que conste. De ningún modo debe habilitarse la facilidad de comparar a Macri con De la Rúa, presidente del Segundo Gobierno Radical.
Sí cabe comparar, en todo caso, las equivalencias políticas de la señora Elisa Carrió con el inolvidable Chacho Álvarez. Ampliaremos.
Las vulnerabilidades de Mauricio son perfectibles. La austera insustancialidad del discurso. La ideología modernista que rinde tributo oral a la eficiencia de la acción, al refugio de la gestión.
Sin embargo el producto -Macri- nada tiene que ver, paradójicamente, con la levedad. Tiene el temperamento y la pesada convicción del que conserva varios muñecos colgados en el ropero. Son expulsados de la política que supieron impugnarlo. Y mantiene también una lista secreta de adversarios poderosos para exterminar. Declarados enemigos. El «Niño» es de rencores largos y no olvida. Los que más trascienden, por ahora, son dos. Cristóbal López, que alguna vez lo ninguneó, aunque durante ocho años le envió, mediante intermediarios, ciertos gajos de espiritualismo. Y el «Caballo» Suárez. Un sindicalista al que se debe exterminar por encargo. Tal vez ampliaremos.
Figuran otros en lista de espera. Algún otro sindicalista, o un ascendente político, al que se le reserva, incluso, un destino similar al de Francisco De Narváez.
Producto superior al gobierno
Como producto, debe aceptarse también que Macri es muy superior, hasta ahora, que el gobierno que preside. Es flojo, bastante sencillito. Por culpa, tal vez, del propio Macri, que le impone el ritmo personal del funcionamiento.
Prefiere presentarse como la cabeza de un equipo coordinado. Probablemente sea cierto, pero el equipo -en todo caso- está prematuramente deteriorado. Necesitado de retoques prioritarios. Para hacerlos sobre todo después del primer porrazo, que infortunadamente acecha, y que aún podría evitarse.
El supuesto equipo se encuentra diseminado en una sumatoria de ejes que dependen, radialmente, de él. De Macri. Es el centro distribuidor de legitimidad.
Por lo tanto Macri cultiva, hasta aquí, un gobierno vacilante. Casi culposo. Ni siquiera explota bien sus aciertos, que son significativos. Y no es por fallas en la comunicación, como suele argumentarse. Es por deficiencia política.
La comunicación es mala pero por una decisión racional. No porque sea distinta, y porque «no está contaminada por la idea de comunicación kirchnerista».
Se encuentra fuertemente centralizada en nombre de la presunta coherencia. Para hablar ante los medios los ministros, según nuestras fuentes, necesitan autorización. O recibir instrucciones emanadas de algún conjunto de iluminados que producen tonterías genéricas y reportan al Premier Marcos Peña (para Rocamora es El Pibe de Oro). Un muchachón de 39 años que se aferra al atributo provisorio de la juventud asociada a la inteligencia. Ante alguna crítica, divulga confidencialmente que el crítico «no lo quiere, ni a él ni a Mauricio». Una extensión -Mauricio- de su pensamiento.
Chaquetas de lino
El TGR es, en el fondo, amateur.
En lo que concierne a la falta de profesionalismo de los funcionarios que enarbolan la chapa justa de seres valorables. Por haber sido gerentes notables del ámbito privado. Y que, por nobleza patriótica, pese a las posiciones conquistadas, deciden entregarse a la fe pública. Es perfectamente admirable. Pero a veces los funcionarios parecen encontrarse al frente de los despachos solo para aprender la función.
Es justamente lo que los comunicadores convencidos, del nuevo periodismo militante, procuran reconocer como mérito. La capacidad para admitir los errores, a los efectos de corregirlos.
Por su amateurismo, cabe consignar que estos buenos muchachos se equivocan con frecuencia. Pero los errores deben ser interpretados como tropiezos explicables de los iniciados. Como si fueran, en definitiva, pasantes. Como si la función derivara en un stage de aprendizaje.
Algunas de las medidas indispensables que toman se presentan, para colmo, con «dolor». Confiesan, por si no bastara, que debieron adoptar «esas medidas dolorosas». Como si los pasantes le suplicaran a la sociedad la comprensión que se confunde, en la práctica, con un pedido de piedad.
Basta entonces con presentarles alguna resistencia, o alguna cautelar elemental. O que se les arme una movilización regular, para que retrocedan.
Para que dejen de mantener las posiciones que obligatoriamente deben imponer. Lo que el TGR logra, en el fondo, es que se les tome el tiempo, con paradójica celeridad. Y adopten la tesitura de las prendas de lino. Como si el gobierno fuera alguna chaqueta impecable, pero que se arruga pronto.
Donde precisamente el TGR no se comportó como un saco de lino fue con el veto más anunciado de la historia. Asegura la unión sindical. Para la plenitud del segundo semestre.
El Bobo
Debe aceptarse, también, que Macri tuvo fundamentada razón cuando trató de evitar que trascendiera la magnitud de la taquicardia.
De no haberse tratado del presidente, un paciente vulgar, según nuestras fuentes, en la Clínica Olivos, por esa fibrilación hubiera tenido que clavarse internado nunca menos de 48 horas.
Los profesionales del poder saben que mostrarse enfermo suele ser un síntoma obvio de debilidad. Que se transforma, para el adversario, en una ventaja política.
Cualquier opositor perverso puede operar con silenciosa malicia ante el poderoso «que anda flojo del Bobo».
O puede que el poderoso sienta -lo peor- que le pierden el respeto. En nombre de la lástima. Grave.
Hasta el epílogo del segundo ciclo de siete años, François Mitterrand le ocultó al pueblo francés que contenía un cáncer de próstata.
O Carlos Menem, sin ir más lejos. Cuando estaba internado por la rebeldía de la carótida, al enterarse que llegaba Alfonsín para visitarlo, Menem se las ingenió para recibirlo sentado. Con dignidad, en la cama. Con la ayuda de Alberto Kohan. Y con la frente alta, altivo y seguro ante Alfonsín. Aunque estuviera estragado, pálido y con sueros. Al jefe de la oposición no debía darle ninguna ventaja.
Agotamiento
Pasados los primeros seis meses, un octavo del mandato, el efecto desastrosamente comparativo con el gobierno anterior ya deja de ser redituable. Como mecanismo defensivo, los lamentos legitimados por las calamidades recibidas se aproximan al agotamiento. Son calamidades que el TGR, en todo caso, no consigue superar. Mientras tanto se acaba la paciencia de los que, incluso, hasta los votaron. Y sospechan que poco y nada se va a mejorar durante el mitificado segundo semestre. Hasta argumentalmente hay que retroceder. Primer semestre de 2017.
Crece, aparte, el hastío. Por el descontrol, y por la confianza que se desvanece. En los seres de decepción fácil que no pueden soportar las consecuencias de las medidas que se adoptaron «con dolor». Culposamente. Además hay que comprenderlos. Compadecerlos.
Aquí brota una tentación casi similar a la del efecto desastrosamente comparativo. Implica la contrainteligencia de instalar otra idea previsible y riesgosa. Son los desplazados que conspiran. Los que se proponen provocar los desmanes desestabilizadores. A preparar los temibles saqueos. Exactamente lo mismo que denunciaba, en su momento, la ex Presidente Cristina (La Doctora, para Rocamora).
Significa confirmar que los comunicadores de la nueva militancia se contagian también del periodismo militante del periodo anterior. Se anticipan para justificar las protestas que puedan eventualmente producirse.
La receta es peligrosamente explícita. Transferir la responsabilidad al resentimiento de los desplazados. Y de ningún modo a la incompetencia presunta de los amateurs que se consumieron sin moderación los seis meses. Un octavo veloz del mandato.
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