La Banca y los Puntos
Kirchner y la fascinación autodestructiva.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
Si es por el accionar de los opositores, Kirchner puede consolidarse hasta la eternidad.
La tarea de la destrucción, a través del esfuerzo ajeno, aquí es inútil. Porque Kirchner prefiere, en definitiva, la soberbia de destruirse solo. Es portador de la fantástica fascinación por estrellarse. Así se lleve puesto, atado a su cuerpo, como si fuera dinamita, el país, que invariablemente lo va a sobrevivir.
Los adversarios impotentes, dentro o fuera de la superstición del peronismo, le resultan generalmente funcionales. Duele aceptar el rapto de autocrítica. Para su estrategia de quedarse, le resulta funcional hasta la literatura cotidiana de su sobrino, el autor de estas cartas.
Desde aquí se intentó, tío Plinio querido, el desafío gutural de entenderlo. Para vanamente combatirlo. Se aludió, tempranamente, a la vigencia de la marroquinería política. Se acentuó la capacidad para chocar hasta una calesita. Para estamparse el helado en la frente. Se aludió, acuérdese, al «descascaramiento». Se anunció que el kirchnerismo «olía a calas». Se intentó una miniserie con los «preludios», entendidos como la antesala del derrumbe. Lo último, se describe desde aquí, la actualidad del kirchnerismo, en una especie de «Sala de Embarque». Con el equipaje despachado. Los trámites migratorios realizados. Para una partida que debe demorarse tres años.
Sin embargo Kirchner continua ahí, agazapado. Dicta instrucciones desde la cocina de la residencia de Olivos. Gobierna con la instrumentación de Zannini, el efectivo informativo de Larcher, la obediencia de De Vido. Con el criterio del ascendente Ernesto, y el consejo comunicacional de Daniel.
En el virtual centro del ring, Kirchner ensaya un leve juego de piernas. Pega manotones como zarpazos. Mientras tanto, La Elegida abusa del ejercicio activo de la meritoria locuacidad. La pobre habla hasta para inaugurar una alcantarilla de Burzaco. Un curso de corte y confección en Berazategui. Un nuevo mojón del camino incierto de José C. Paz.
Puntos y Banca
Si cada opositor resulta funcional a Kirchner, significa que el sabot, tío Plinio querido, a pesar de su magnífica decadencia, aún le pertenece a Kirchner.
Es la banca que distribuye las barajas, ante la multiplicación de los puntos.
Un punto clásico, en ascenso cotizado, es el caudillo Francisco De Narváez. Cuando sostiene que Mauricio Macri, otro punto de la competencia, le resulta funcional a la banca de Kirchner.
La libanización focalizada, de los diversos puntos, diluye el dilema simple del desfile opositor.
Cada uno aspira a nuclear a los opositores. Alrededor de sus figuras sobredimensionadas. Para beneficio directo de la banca oficial.
El punto más valientemente estruendoso es la señora Carrió.
A través de la abnegación sistemática de sus incontenibles agravios, Carrió emerge, tío Plinio querido, como la adversaria preferible. Estratégicamente conveniente. El punto ideal para la banca de Kirchner.
A medida que los agravios se acumulan, caen en la canasta transitoria del vacío. Sin embargo reivindican espiritualmente, hasta la identificación, al antikirchnerismo orgánico.
El penúltimo insulto de Carrió sentencia categóricamente que son una «banda de ladrones».
Lo cual es, tío Plinio querido, infortunadamente falso.
Porque el kirchnerismo es culturalmente mucho más complejo que una mera «banda de ladrones».
Es, en grandes rasgos, un sistema estructuralmente corrupto, selectivamente recaudatorio. Cuesta entender que está instrumentado por funcionarios mayoritariamente decentes, alejados hasta del aroma de las valijas, sin capacidad para mojar una medialuna. Muchos suponen participar, incluso, de una épica. Casi, le diría, de una posible revolución. Aunque sea una revolución trucha, ontológicamente precaria. Aún suponen francamente participar de una gesta de reparación histórica, dolorosamente generacional.
Ojalá fueran, tío Plinio querido, sólo una banda de ladrones.
La barbarie de Carrió, heroicamente oral y moral, resulta también funcional a Kirchner.
Puede garantizarle, en el medio del desierto, hasta las aspiraciones de otra reelección. Aguantan los convenientes insultos orgánicos. Pólvora mojada, inutilizada en el arsenal de la palabra.
Dentro de la superstición fundamentada del peronismo, sobre todo el oximoron del «peronismo disidente», el panorama es más desolador.
Si enfrente, de «armador», quien se le planta con más prestancia es el punto de Duhalde, desde la banca Kirchner puede respirar tranquilo. Dormir sin frazadas. Aunque el duhaldismo -para desconsuelo de las principales embajadas- se bifurque de manera temeraria. Entre el coloradismo denarvaecista y el felipismo sarghinista.
Cada descalificación, de la señora Chiche, reitera el fenómeno descrito. El que produce Carrió.
Por último, resta el punto de Cobos.
Probablemente Cobos sea, tío Plinio querido, el próximo presidente que cumpla el mandato. Pero porque Kirchner va a estrellarse, solito contra el paredón. Arrastrado por la apasionada fascinación autodestructiva. Que lleva envuelto en su cuerpo el país.
El entrecruzamiento festivo, que intenta armar Cobos entre la incertidumbre, favorece, aún más que los puntos anteriormente citados, a la banca de Kirchner.
Porque Cobos fragmenta, hasta la exasperación, a la oposición ya balcanizada. Y hasta consigue la hazaña de elevar, con mayor intensidad, la magnitud de los insultos de Carrió, que son la variable de ajuste de la competencia personal con Cobos.
Resurrecciones artificiales
El descalabro internacional sirve en bandeja el pretexto para disolver fracasos.
Gracias al descalabro, Kirchner volvió a fortalecerse. A enceguecerse. Hasta avanzar, como una tromba, en el precipicio de la última equivocación. Por los fondos de las AFJP.
Sólo en el exceso crispado del vértigo, Kirchner parece sentirse pleno. Sobre todo cuando apuesta con las fichas prestadas. Está en juego el gobierno desperdiciado de La Elegida. Relegada al plano secundario de la palabra.
En el fondo, la banca de Kirchner no respeta, tío Plinio querido, a ninguno de los otros puntos de la mesa imaginaria. Sabe que, aunque le vaya mal, aunque pulverice lo poco que queda de la república, si es por la iniciativa de ellos, igual puede resistir.
Cuesta entonces imponer la idea, tío Plinio querido, que el kirchnerismo está terminado. Aunque Kirchner participe de las resurrecciones artificiales. Estertores que le alcanzan para la impostura de ir por más. Hasta por los glucolines suicidarios de las jubilaciones. En la plenitud del descreimiento colectivamente generalizado, como el hartazgo. Con el recurso del discurso, insuficientemente articulado, de La Elegida. Que habla, la pobre, y pontifica. Con la pedantería de suponer que el otro, situado más allá de las cámaras, aún les cree.
Dígale a tía Edelma que no tiene mucho sentido que se vaya con la Otilia a la ciudad, a comprar dólares. La salvación, si viene, viene por otros lados. Ella lo sabe. La Otilia, en cambio, es menos espiritual y va a los bifes. Disfruten mejor, como lo merecen, de la primavera en la montaña. En la altura superior a los 700 metros, a salvo de los pesares que se anuncian para el 2012.
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