Mitre Vuelve
A casi tres años de cometido el asesinato. ¿Por encargo?
Miniseries
escribe J.A.
1255/2006, una causa congelada que comienza a entibiarse. Trata del asesinato, con destino de impunidad, de Luis Emilio Mitre. La investigación naufragaba en impericias de pericias. Entre «hisopados rectales y muestras mitocondriales». Hasta que desembarcó en la playa del Juzgado Criminal de Instrucción 32, a cargo del doctor Bruniart.
En representación de Kinucha, o sea de la señora María Elena del Rosario Mitre, la doctora García Giménez, junto a los letrados Mullen y Barbacchia, ostensiblemente disconformes con la parsimonia que conduce hacia la nada, sugirieron al Señor Juez que se dignara disponer ciertas «ampliaciones». De nuevas «declaraciones testimoniales».
«Lo que no se investigó bien en las primeras 72 horas, es mucho más difícil que pueda investigarse después de dos años y medio». Lo confirma una discreta Garganta del Juzgado, cautelosamente autorizada.
Antología
La reseña sumaria, de las primeras 72 horas, instiga a la confección de una antología escogida de irregularidades.
Mitre fue asesinado entre la noche del viernes 30, y la madrugada del sábado 31 de diciembre de 2005. En el departamento B, del octavo piso del edificio enigmático de Posadas al 1400.
El cadáver fue descubierto recién el martes 2. A las 12.30. Por la ama de llaves, que no tenía llaves. Ella contactó al psiquiatra de Mitre, quien sí las tenía. Lo encontraron «con las piernas dobladas a la altura de las rodillas, de cúbito dorsal, vestido con una camisa floreada».
Antes de comunicarse con las autoridades, el profesional de la psiquiatría prefirió comunicarse, prioritariamente, con los familiares del paciente que yacía.
Turno de la irrupción, alrededor de las 14.30, de los tres hermanos Mitre. María Elisa, María Elena del Rosario, y Bartolomé. Con los respectivos allegados.
Transcurren, en adelante, cuatro inexplicables horas de tiempo muerto. Junto al muerto.
A las 18.30 llegó el experimentado Comisario Pedace, de la 17. A las 18.50, llegó la Fiscal, la doctora Krazousky.
El objetivo del silencio
El Caso Mitre no debiera interesar sólo por el vínculo, inmediatamente explícito, del Sujeto, con el diario La Nación. Porque para la dilucidación del crimen, el complejo sociocultural de La Nación emerge, al contrario, como un obstáculo. La magnitud densa del poder genera un bloque de tácita obturación. Entonces el pudor se confunde con el respeto. Cóctel que se complementa con la presencia, casi inmanente, del miedo. Valores, los citados, que impiden profundizar en las diferencias de interpretación. De enfoques, de actuación, entre los miembros de la familia afectada.
Las disidencias, signadas por desconfianzas recíprocas, se perciben en los cambios de abogados. Y se agiganta con la malignidad de los rumores, habituales en las confidencias de cerrados circuitos sociales.
Para tratar la problemática herencia, ya resuelta, los tres hermanos firmaron, inicialmente, un poder para el doctor Martínez Seeber. Sin embargo la señora María Elisa de Larreta pronto revocó aquel poder. Para designar, por su parte, al doctor Hope. Es un amigo histórico de Luis Emilio. En cambio, para avanzar en las estrategias de resolución del crimen, María Elisa designó al doctor Eduardo Aguirre Obarrio, un prestigioso teórico del derecho. Con la inestimable colaboración, más práctica, del doctor Almeida.
Quien se desmarca ahora es la señora María Elena del Rosario, «Kinucha». Con el terceto de profesionales notables que se disponen a proporcionar un entusiasmo bastante fundamentado. A los efectos de impulsar las irritaciones del esclarecimiento.
La noción del recato, además, induce a abstenerse de indagar entre otras contradicciones. Los antagonismos. Las pujas de intereses entre exponentes de dos familias venerables, que aluden a la columna vertebral del diario.
Los Mitre y los Saguier.
Salvo excepciones justificatorias, el periodismo optó por la solidaria indiferencia del silencio. Pretexto corporativo que también condicionó, hasta hoy, a la Justicia.
Por lo tanto la impunidad, menos que una consecuencia, es un objetivo.
Champagne tibio
La indolencia de la justicia criminal contrastó con la eficacia de la justicia comercial.
La herencia material de Luis Emilio Mitre, acaso en contra de sus planificados deseos, ya se distribuyó. Con equitativa dignidad fraternal (ver «El dolor del reparto»).
Sin dilaciones espirituales, cuentan que ya hasta se vendió el escenario del crimen. El departamento de Posadas. Donde a Luis Emilio, después de penetrarlo, los sicarios lo maltrataron. Hasta matarlo.
Algunas horas después de haber esperado, en la puerta de entrada, a alguien que no llegó (tal vez porque el entregador estaba oculto, desde hacía más de media hora, adentro del edificio).
Después de haber comido solo, habitualmente indemne a la tristeza, en Panini, de Libertador y Callao. Raviolones de calabaza. Con una copa de champagne tibio.
Después de haber recibido, en su departamento, a los asesinos (los que entraron, según la evaluación basada en fuentes, por la puerta de servicio).
Eran tres, no dos, los asesinos. Uno de los tres fue el entregador. Asociados para la ceremonia repulsiva del Crimen Imperfecto. Que pudo haber sido por encargo, aunque ninguno de los abogados, que sin mayor suerte investigan, lo va a aceptar. El operativo, en todo caso, a los criminales les salió mal. Porque el encargo debió mantener «la escenografía altiva del suicidio». Sin convertirlo, en la impertinencia, en un asesinato vulgar. Desborde de mercenarios del sexo, violentamente marginales, que se aprovechaban de la vulnerabilidad de un solitario adinerado, de 59 años. Aunque lo mataban, extrañamente, sin siquiera obligarlo a vaciar la caja. Donde el solitario guardaba cinco decenas de miles de dólares. Algo menos, de euros. Y hasta pilones de descartable plata argentina, que sirve para gastar y sumar.
La adicción de la Verdad
Reconforta averiguar que dos años y medio después, la señora María Elena del Rosario Mitre, «Kinucha», a pesar de las reticencias que impone el señor Alberto, se encuentre decidida a movilizar la calma agónica de la investigación.
Los tres letrados apelan, quejosamente, por el pedido de testimonios. Las ampliaciones de los dichos de los «vigiladores». Del psiquiatra. De la ama de llaves. Sobre todo del sustancial vecino AG, del décimo. Quien, durante la noche fatídica, acompañó, por «casualidad», el breve viaje en ascensor, en el edificio casi vacío. Con dos de los «supuestos» asesinos, que salieron del ascensor en el octavo. Dato que proporcionó, como tantos otros, el JorgeAsísDigital. Obtenido merced al primer correo electrónico, enviado por los asesinos. Los que utilizaron el Portal, en todo caso, para enviar un mensaje. Hacia el destinatario que, acaso, los contrató.
Los letrados impulsan, además, un «reconocimiento en rueda». Por parte del vecino, AG. De los jóvenes M y T. El Poeta Persa, el primero, y el compañero de viaje del Ener-Rivadavio, el segundo.
Consterna que «el reconocimiento» aún no se haya realizado. Como sorprende también la falta del estudio semiológico, comparativo, sobre los abundantes textos cruzados. Con similitudes de emisarios y características de redacción. El Portal avanzó en tal estudio, pero con conciencia absoluta de sus límites.
Para finalizar, los representantes de la señora Kinucha también reclaman el testimonio del director del Portal. «Porque realizó innumerables publicaciones». «Constan en actuaciones de la causa».
Disponible, por supuesto, para cualquier requerimiento. Sin embargo, el director prefiere brindar el testimonio, en todo caso, ante quienes, por la memoria de Mitre, más lo merecen. Los lectores. Los miles de visitantes que se mantuvieron fieles, generosamente conectados. Provistos de una rescatable adicción a la verdad. Valor tan banalizado, al menos hasta hoy, en este caso, por la justicia. Y por el periodismo, que exhibe su temible potencia cuando se ocupa de los débiles.
Jorge Asís
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