El riesgo de estar cerca
Cirigliano y la magia de los subsidios.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«Con ellos se puede hacer negocios, pero en la primera de cambio te entregan».
El Iniciado -en kirchnerismo explícito- expone la sentencia inapelable. La transmitió también a otro asustado, que debió ir a declarar.
«Inquietalos siempre. Mostrá rebeldía. Llegado el caso no vacilan en dejarte caer».
«Sin jefe -prosigue El Iniciado- lo que gobierna es el relato».
«El cristinismo sólo puede funcionar en un río manso de llanura. Pero cuando no hay Jefe, como ahora, en el horizonte asoman las cascadas».
Caen, en el desorden anárquico de las cataratas.
Son muy pocos. Dos, a lo sumo tres, nunca más de cinco son los que deben protegerse. Ser, digamos, protegidos.
El resto, los situados mayoritariamente más acá de la frontera, son todos elementos descartables. Ideales para dejar caer. Desde la barranca.
Elementos que sirven, después de todo, para ser utilizados en el momento preciso.
Perfectamente pueden aprovechar, la transitoria plenitud, para enriquecerse. Conscientes que son leños potenciales para arrojar hacia la hoguera. Cuando sea necesario.
El riesgo de creerse aceptado, según la teoría, suele ser fatal para los advenedizos.
Los que se creen fuertes por saber algún secreto. Por haber contado algún billete. O por compartir el post asado, a la hora egregia de las confidencias.
El Iniciado concluye con otro consejo:
«Ni se te ocurra nunca tomarles afecto a estos cretinos».
El ex Gordo querible
Claudio Cirigliano, el ex Gordo Cirigliano, es un muchacho querible. Hoy está preso.
Gato de Agua, de 1963. Igual, llamativamente, que Amado Boudou. Y que Sebastián Eskenazi.
Debe aceptarse que los Gatos de Agua atravesaron instancias auspiciosamente superiores.
Empresario bonachón, Claudio. De inteligencia cordial. Supo construirse desde abajo. Astuto, cálido, solidario, sigilosamente acaparador.
Supo ser confiable. De «códigos». Ideal para deslizarse entre las vulnerabilidades de quienes conducen, alternativamente, los resortes fundamentales.
Tiene «calle», Claudio. Permite orgullosamente que circule la leyenda que produce la sistemática admiración.
«El viejo era colectivero». La supo hacer. Chapeau. Reverencias y felicitaciones.
Diplomacia de las zapatillas
A Claudio se lo evoca cuando aún era gordo. Entre las desmesuradas comitivas empresariales que solían acompañar las prédicas del ministro Domingo Cavallo.
Hacia Japón, por ejemplo. O hacia Francia, Alemania, China o Canadá. Intentos de conquista más cautivantes que Angola. Incluso, que Azerbaiján. Ampliaremos.
Giras en las que Claudio, invariablemente, se destacaba. Casi tanto como el irreparable Einaudi, el encantador enviado de Techint.
Y sin necesidad de encarar -en el caso de Claudio- «la diplomacia de las zapatillas». La que practicaban con esmero los oportunistas.
Como Mingo Cavallo acostumbraba salir a caminar, entre las seis y las ocho de la mañana, en cualquier lugar del mundo proliferaban los empresarios somnolientos que lo aguardaban en el lobby del hotel. Con las «adidas» grotescas y el jogging, coloridos para la ocasión, a los efectos de acompañar al superministro en la oxigenante caminata. Cuando cualquier esfuerzo se legitimaba por el objetivo de estar cerca. Y que el poderoso de turno los registrara. O sólo los viera.
Ideología empresarial que persiste. El objetivo consistía en estar cerca. Siempre. Aunque los poderosos cambien. Un problema, en todo caso, de ellos. Y de los que asumían el riesgo de aproximarse, por el peligro de la incineración. El Iniciado suele dar lecciones también para despegar a tiempo.
La magia de los subsidios
Con el advenimiento triunfal del kirchnerismo, a Claudio ya fue más difícil encontrarlo. Al menos, para los exponentes de aquella década maldita. Pero varios pudieron sorprenderse en algún encuentro social. Por el mérito de no reconocerlo. Con cincuenta kilos menos, Claudio mantenía la misma cordialidad.
También podía vérselo por televisión, a pesar del perfil ostensiblemente bajo. O detectarlo en alguna inauguración. En un acontecimiento fastuosamente ferroviario que lo mostraba cerca, ahora, de su amigo Julio De Vido. O de Nuestra César.
La hija -como Claudio- del colectivero.
Sin mayor originalidad ni imaginación, en los mentideros fundamentados se sostenía que el ex Gordo Cirigliano se encontraba bastante vinculado a la magia distributiva de los subsidios del transporte. Estructura literalmente sospechosa que supo montar El Furia. A través de -cuando no- De Vido. Con el pretexto contundente de la «inclusión social». Para complementar la máxima tergiversación del kirchnerismo. Asociación sin calificativos, que supo diseñarse como una epopeya casi revolucionaria. Con jerarquía de mito, que sería desagradable desmoronar.
Con los subsidios había que pagar los sueldos. Mantener las «unidades». Dar el servicio como se pudiera. Hacer magistrales dibujos que nada tendría que envidiar Sabat. Para que nunca se notara el faltante del 30 por ciento. El porcentaje que, de entrada, desaparecía. Hacia las alturas previsibles de la espiritualidad.
Como empresario Claudio, admirablemente, creció. Con la presidencia del que denostaba la década que le había proporcionado el primer impulso. Y que se mantuvo, incluso, durante la presidencia de la hija del otro colectivero. Cuando el río de llanura ya carecía de rumbo y se aproximaban los saltos. Las vísperas de las cascadas. Los 51 muertos.
Se le multiplicaron, a Claudio, los emprendimientos. Construyó fábricas. Contrató miles de operarios. Se quedó con media circulación urbana. E incursionó, en su ascenso equivocado, según nuestras fuentes, hasta en el negocio del juego. Junto al amigo don Jorge. El banquero que tampoco atraviesa los mejores momentos de su novelesca trayectoria.
Después del ascenso irresistible don Jorge teme, también, que lo entreguen. Como lo entregaron, transitoriamente, a Claudio.
Aunque don Jorge se encuentre, como Claudio, capitalizado por la información más calificada. Enciclopedistas, al fin y al cabo.
Escenas que muestran, en la práctica, la vigencia absoluta del consejo magistral de El Iniciado anónimo.
«Ni se te ocurra nunca tomarles afecto a estos cretinos».
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.com
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