El socialista subestimado
Con Hollande, triunfan las ilusiones y crece la incertidumbre europea.
Artículos Internacionales
escribe Jorge Asís
para JorgeAsisDigital.com
«Me hago responsable de la derrota».
Conmueve Nicolás Sarkozy, y en realidad cuesta rebatirlo. Tiene razón.
Tanto para la primera como la segunda vuelta, su campaña fue un desastre sistemático. Facilitó el explicable triunfo de François Hollande, el socialista menos relevante y más subestimado.
«El compañero de Segolene». Su ex, la madre de sus hijos. Segolene Royal, un cuadro político superior, perdió oportunamente ante Sarkozy, en 2007.
Hollande, como Jerry Lewis, fue «el tonto del batallón». Sólo mantiene en común, con Mitterrand, anterior y único presidente socialista, el nombre François.
Pero Hollande demuestra que no debió ser tan subestimado. Fue un error, en principio, de los figurones, los dinosaurios del Partido Socialista. Desde Laurent Fabius a Lyonnel Jospin. E incluso hasta Martine Aubry y Jack Lang. Sin olvidar a la propia Segolene. Referentes que nunca lo consideraron a Hollande, y que hoy deben sorprenderse con la certeza del poder. Que se les viene, invariablemente, encima, con secretarías y ministerios. Otra vez «la fuerza tranquila». O «el futuro es hoy». Consignas saludables que se arrastran desde 1981, ocasión del primer triunfo socialista de Mitterrand, cuando García Márquez y Cortázar creían que llegaba plácidamente la Revolución a «La France».
Marine, la lideresa de la «droite»
Pero sobre todo Hollande fue penosamente subestimado por su rival. Sarkozy aseguraba, y hasta llegó a convencernos, que iba a masacrarlo a Hollande, en el segundo turno.
No obstante el tonto del batallón fue Sarkozy. Se puso más a la derecha de lo necesario. Derrapó en sobreactuaciones innecesarias, destinadas a capturar los votos de Marine Le Pen.
Es -Marine- la reticente (con Sarkozy) y especulativa dirigente que sobrepasó largamente a Jean Marie, su padre. Hasta transformar a la extrema derecha nacionalista en una alternativa presentable. Votada, incluso, hasta por los proletarios. Y hasta por inmigrantes rápidamente afrancesados que ya no tienen mayor interés en que nuevas oleadas de inmigración hagan peligrar las evoluciones conquistadas.
La vida, al fin y al cabo, es también una porquería. Con solidaridades más livianas de las que se reclaman.
Hoy Marine ya muestra su perfil favorable de ganadora. Habla y pontifica con la certeza del protagonismo estratégico. Sobre todo con los tropiezos de un nuevo gobierno de la «gauche» ella se imagina con un porvenir venturoso. Anciano y desprestigiado Jacques Chirac. Diluido Dominique de Villepin. Aniquilado, en la lona, Sarkozy.
Para desgracia del euro, Marine emerge como la Lideresa de la «droite».
Bastille, algarabía e incertidumbre
Algarabía triunfal en la Place de la Bastille. Claveles rojos.
Dolor y resignación en la Place de la Concorde.
Incertidumbre, sobre todo, en Europa. Por su destino mediato.
Sin embargo crece, casi irresponsablemente, la esperanza. El triunfo del socialista Hollande significa un rotundo rechazo continental a la implacable política de austeridad. La que intentaba implantar la señora Ángela Merkel, la canciller de Alemania, el país principal que motoriza la Unión Europea. Y aliada, inevitablemente, a Sarkozy, el presidente que acaba de merecer la espalda de la sociedad francesa. Que le niega la reelección, como si fuera un Jimmy Carter cualquiera.
Detrás de la esperanza que representa Hollande, hoy aprovechan, para colarse, otros esperanzados que se especializan en el desánimo. De la magnitud de Mario Monti, estampillado como tecnócrata, Primer Ministro de Italia. De Pasos Coelho, del devaluado Portugal. Y hasta del acosado derechista Mariano Rajoy, de España, la entidad sumida en la plenitud espectacular de la reducción, humillada repentinamente por la Argentina y Bolivia. También Rajoy prefiere anotarse en la expectativa que genera la victoria del socialista subestimado. Y ni hablar de la multiplicación de los pesimistas de Grecia, que recuperan también atisbos de ilusiones. Y de tantos adictos a la ideología del crecimiento sin esfuerzo. A la vigencia inalterable del estado de bienestar. Al mantenimiento de las conquistas envidiables de sus sociedades. Que aún no encuentran, infortunadamente, quien se las financie. Y no basta con denigrar «La utopía del recorte» (cliquear), que impulsa la señora Merkel, la mala de esta triste historia.
Patologías
La historia del siglo veinte marca que, cuando los países se confabulan en contra de la estrategia de Alemania, el final es, en general, horriblemente escatológico.
Debe confiarse en que se conserve suficiente memoria. Como para no confrontar, en exceso, con una política signada por las claves del rigor.
Después de todo, Ángela Merkel ya descontaba que Sarkozy, su socio, iba a naufragar. De manera que debió apresurarse para tomar en serio las bases de algunos planes delirantes «para el crecimiento». Sin -claro- el más irrisorio esfuerzo. Y destinar algunas decenas de miles de millones de euros en el espejismo semejante.
Las sociedades europeas también presentan, en el fondo, patologías colosales. Si no son similares, son parcialmente equiparables a la lejana patología Argentina.
Habría que aclararlo antes que salga Tía Cristina para capitalizar las crisis foráneas. En beneficio de su relato y de su interpretación pintoresca del fenómeno.
La Argentina se encuentra desastrosamente mal, pero entusiasmada. Incentivada con eufóricos patriotismos que suelen instigar al frenesí del contagio.
En Europa, con la victoria de Hollande, el socialista subestimado, se agrava la crisis colectiva. Pero con esperanzas.
En ambas geografías se asiste, en definitiva, al triunfo reconfortante de la ilusión.
Nacionalista expropiador, en nuestra zona. Socialista ingenuo, de clavelito rojo, en Francia.
El entusiasmo eufóricamente argentino, y la esperanza europea mantienen el mismo destino de paredón. El choque, irremediable, contra la realidad. Con el agravante, en la Argentina, de las anteojeras pavorosamente nacionalistas que instigan a desperdiciar el momento favorable para nuestro país en banda.
La huida previsible de los capitales de europeos sensibles, hoy razonablemente asustados, procuran lugares seguros para guarecer sus billetes. Y multiplicarlos.
Una lástima.
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