Peronismo al Mausoleo
Seminario VI - INTERREGNO DE NOVIEMBRE: La Corporación del PJ se traslada, en el Día de la Militancia, a Tierra Santa.
Artículos Nacionales
escribe Serenella Cottani
Interior-Provincias, especial
para JorgeAsísDigital
RIO GALLEGOS (De nuestra corresponsal itinerante, S.C) Se asiste a otra extraordinaria sobreactuación de la lealtad emotivamente mortuoria.
Convoca Daniel Scioli, el Líder de la Línea Aire y Sol, aquí, en Río Gallegos, capital de la Tierra Santa, vencida por la perplejidad, cuyo aeropuerto se asemeja, hoy, al John Fitzgerald Kennedy, de Nueva York. Llegaron no menos de doce vuelos privados, la mayor parte de alquiler. A un costo de 16 mil dólares desde Buenos Aires. Ida y vuelta. «Antes que anochezca», diría Reynaldo Arenas.
Convoca Scioli a los selectivos dirigentes de la superstición. A los relativos capitanes que conforman el inmovilizado mastodonte del Consejo Nacional del Partido Justicialista. La «Corporación de los 74» (cliquear).
Al cierre del despacho, se confirma la llegada de los gobernadores del elenco estable. De la magnitud de los «compañeros» Gioja, Urtubey, Gildo, Uribarri, y hasta, incluso, del distante, y a veces crítico, gobernador electo De la Sota. Comparte la representación provincial con Accastello, el kirchnerista de siempre, y Caserio, kirchnerista alternativo.
Todos colgados, en definitiva, del mismo «Vestidito Negro» (cliquear).
No alcanza a confirmarse, en cambio, la participación del poeta post romántico Alberto Fernández. Aunque deslizado en la desgracia, Alberto ocupa una de las secretarías sin trascendencia concreta, ni siquiera lírica. Una suerte que todo, en este PJ, sea excesivamente artificial.
Tampoco se confirma la participación de otros anotados como «vocales». Romero, Felipe, o Verna.
Por la dignidad de haber renunciado a la vocalía simbólica, tampoco podrá contarse con Reutemann. Una lástima, porque es Reutemann el adorno que suele completar el pluralismo de alguna mesa. Para el almuerzo, sin ir más lejos, que les ofrecerá el gobernador Daniel Peralta. Para volver precipitadamente al John F.Kennedy de Río Gallegos y dejarnos, otra vez, en Tierra Santa, solos. En El Mónaco. En El Británico. En la caminata matinal frente a la Ría.
PJ a la carta
Trátase de la última versión del PJ. Ni la más innovadora ni la menos activa. Es el partido confeccionado, oportunamente, a la carta. A la medida del antojo, y de la arbitrariedad, irreparablemente olímpica, del homenajeado principal. El pretexto para venirse. Es quien legitima el traslado de los peronistas corporativos hacia Santa Cruz. Tierra Santa.
El extinto Néstor Kirchner, más conocido, en el Portal, como El Furia.
Es el exclusivo inquilino del Mausoleo, generosamente construido por Lázaro Báez, El Resucitado. Es el ex hombre de punta que llegó, desde más al sur, para hacer goles. «Ponerla adentro». Lázaro, El Resucitado, la puso tanto adentro, que se convirtió en el poderoso empresario multifuncional. Se propone, en adelante, construir otro Mausoleo. Consiste en sustituir a Peralta. Ser el próximo gobernador.
A Kirchner, el inquilino único del Mausoleo de Lázaro, debe aceptarse -para ser rigurosos- que le fue mucho mejor como presidente de la Argentina, que como presidente del Partido Justicialista.
En la «conducción» del PJ, El Furia fue, directamente, un desastre.
Cuesta olvidarse, en su mandato, de los actos más espeluznantes de la historia de la superstición justicialista. Fueron realizados durante el colapso de la denominada «crisis del campo». Con las paradas anteriores a la incorporación intelectual del señor Grossman.
Cuesta olvidar, también, la manera brutal de estrellar el partido contra el muro de la derrota. Fue durante aquellas alucinantes testimoniales del 2009. Marcó la consagración transitoria de Francisco de Narváez, el Caudillo Popular justamente deslegitimado. Como consecuencia del papelón de haber perdido con «el muñeco de Tinelli», en su desbandada, El Furia le arrojó el partido por la cabeza a Scioli. Para retomar la «conducción» sólo cuando adquirió un poco de ánimo artificial. Y volver a dejarlo, después, cuando tuvo la ocurrencia, ligeramente irresponsable, de morirse.
Ocurrencia que resultaría estratégicamente genial.
Hoy Scioli, otra vez, funciona como «Encargado de Negocios» del Justicialismo a la carta. En su condición de ideólogo del vitalismo positivista, «con fe y esperanzas», y siempre «para adelante», convoca para sobreactuar la lealtad, de los peronistas corporativos, hacia el fundador de la dinastía del kirchner-cristinismo.
Mientras tanto, los kirchner-cristinistas se proponen, en simultáneo, para el objetivo de pulverizarlo. A Scioli. Con el consentimiento de Cristina, transformado, según nuestras fuentes, en instrucción.
Tristezas del peronismo moribundo
Para acabar con las apelaciones a la muerte, se consigna, para constar en actas, que la caravana entusiasta de tristezas, del peronismo moribundo, pero inapelablemente triunfal, coincide con el llamado Día de la Militancia. La evocación del lluvioso 17 de noviembre de 1972. Cuando el líder fundamental, el inventor del eterno negocio, Juan Domingo Perón, descendió del avión que debía ser negro, en el aeropuerto de Ezeiza, para guarecerse debajo del paraguas de tarjeta postal de José Rucci.
En la antesala de sus ochenta años, Perón debió mostrarle, al general Lanusse, también extinto, que le daba, efectivamente, «el cuero». Para volver. Aquel 17, después de 17 años de escabrosas equivocaciones del anti-peronismo grotescamente trágico. Que permitió, en la ciega necedad represiva, generar la épica de La Resistencia. El objetivo del regreso, de la reconquista del poder incendiario que derivaría, tres años después, en el catastrófico fracaso de 1976, que aún se ventila en los tribunales del país congelado.
Nada, después de todo, sorprendente, ni siquiera original, en la Argentina desperdiciada. Donde todo termina (generalmente) mal.
Hasta estas líneas, cínicamente hilvanadas.
La mueca del adiós
A principios del 2008, Kirchner, que aún vivía, invertía, algo arrepentido, su repentina desocupación. Su energía caudalosamente contenida. En el dibujo artesanal del instrumento partidario. Desde una oficina desubicada de Puerto Madero. E inspirado en la magia del dedazo, que solía caracterizarlo como «conductor». Que iba frenéticamente a estrellarse. Y que se defecaba, como correspondía, en las reglas furtivas de la democracia interna, que para colmo no existía.
Kirchner asumía la nulidad de la acción militante. Bastaba, apenas, con celebrarla en la oralidad.
Tenía la certeza de saber que los dirigentes, de la totalidad de las provincias, de las distintas franquicias de la superstición, hacían cola para sacar número. Y arrodillarse, metafóricamente, ante la reconocida virilidad política de su persona.
El Furia abusaba de la carencia de cualquier atisbo de oposición inquietante. Que se decidiera, «por adentro», a desafiarlo.
Quedaban los contestatarios quejosos. Los que esperaban ser llamados, con la medialuna enarbolada. Pero prefería desecharlos.
Los desplazados, los separados de la torre elitista de la pertenencia, en lugar de asumir el desafío de armar una línea interna para combatirlo, «por adentro», hacían también otra cola. Pero para escaparse. En la práctica, abandonaban la cancha grande del peronismo. Para disponerse a jugar, en adelante, un partidito de potrero, entre ellos.
La mueca del adiós terminaría en el fiasco misericordioso del Peronismo Federal. Es aquel artificio estrafalario que Eduardo Duhalde, el Piloto de las Tormentas (generadas), supo sintetizar, en su epílogo, con la palabra «papelón» (ampliaremos. Pero sin regodeos vanos).
Mientras tanto, los caudillos de las distintas franquicias desestructuradas del PJ, llegan a Río Gallegos con la agenda express. Incluye el ceremonial del cementerio y el almuerzo. Se obstinan, otra vez, en la vocación natural por inclinarse. Para designar, a Cristina, desde marzo del 2012, conductora de la superstición. «Jefa indiscutible del Movimiento». Aunque, con seguridad, se encuentre espiritualmente ausente.
Tiene temas infinitamente más trascendentes que cantar la marchita frente al Mausoleo. O en el Hotel Patagonia.
Curiosamente, treinta años atrás, a principios de los 80, ocurría algo similar con la reticencia de otra mujer del peronismo. Otra viuda. Incomparable. Isabel, la gran olvidada. Ingratamente denostada. Casi inexistente. Nunca asumida, incluso, como propia. Como si la pobre estuviera sólo asociada a la peor mueca de la historia.
Serenella Cottani
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