Un té con Sobisch
Sobreseído del Caso Fuentealba, el animal político se recupera de otra desgracia. Tiempo de revancha.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Viene de sobrevivir entre las adversidades. Antología de padecimientos acumulados.
Pero se lo ve aún en forma. Flaco y alto, 68 años, 80 kilos. Algunos stents.
Logró surfear las olas del odio.
«Mi lucha más grande fue para no dejarme vencer por el rencor», confirma.
Un hombre con suerte
Hasta abril del 2007, puede decirse que Jorge Omar Sobisch era un hombre -un político- con suerte. Líder del Movimiento Popular Neuquino (sinonimia de la saga de Los Sapag).
Tenía el reconocimiento casi unánime sobre la «capacidad de gestión». Transmitía seguridad, confianza, corrección y cierto aplomo. Situado en el marco de «la moderación», o de la «racionalidad». Calificativos captados por la derecha, que prefería presentarse, culposamente, como «centro». Buena persona, de palabra (que cumplía), desbordaba de optimismo sobre el ascenso personal.
Gobernaba Neuquén por tercera vez. Programaba, mientras tanto, la ambiciosa proyección. El salto hacia el objetivo presidencial. Se sentía «preparado». Lo expresaría en los afiches. «Cien por cien».
Para el desembarco social en Buenos Aires, supo registrar una histórica convocatoria. En aquella peña necesaria, que hoy falta. La organizaba Ricardo Romano, con un grupo de colaboradoras formidables.
1.500 personas lo aplaudieron de pié. A Sobisch, otra «esperanza blanca», el referente del «centro» que llegaba, con la potencia del prestigio, desde el interior. Hablaba pausadamente, entre las mesas. Adquiría la tonalidad de un pastor evangelista. Contenía la displicencia de un Frank Sinatra. Como si en cualquier momento fuera a entonar «New York New York».
Culturalmente cercano al peronismo. Reconocido, aparte, como el aliado sustancial de Mauricio Macri, que se presentaba, por entonces, con el sello de «Compromiso para el Cambio».
Nicolás Caputo, el co-conductor real del PRO de hoy, ya era también un buen amigo de Sobisch. Solía recibirlo, con espléndidos asados, en su casa del Newmann.
En su favor, debe consignarse que, después de la terrible Desgracia-Fuentealba, Caputo lo recibía igual. Y hasta lo acompañó, a la distancia, a través de una necrológica, en el momento más duro del dolor. Cuando a Sobisch le ocurrió la última desgracia. La peor. La muerte voluntaria de Liliana, su compañera durante 45 años.
Consecuencia, probablemente, de las derivaciones de la desgracia primera. Fuentealba.
Paraje Arroyito
4 de abril de 2007. Víspera turística de la Semana Santa.
Paraje Arroyito, a 45 kilómetros de Neuquén capital. Los docentes movilizados, de la Asociación de Trabajadores de la Educación, ATE, se desplazaron con el objetivo, oportunamente usual, del corte. Entre las rutas nacionales 22 y 237. Por donde iban a desfilar innumerables automovilistas, en plan de ocio santo.
Decenas de miles de fojas judiciales componen los mamotretos Fuentealba I y Fuentealba II. Aún puede recrearse la sinopsis de la desgracia.
Entre las tensiones de la represión, los movilizados se retiraban. De pronto, un automóvil aplastó el empeine de un policía, que estaba parado, entre la ruta y la banquina. Otro encargado de la tarea, institucionalmente ingrata, de la represión. Del mantenimiento del orden, esquema en general «reaccionario», para el progresismo relativamente interpretado. El pisado furiosamente le ordenó, a otro tenso represor, que detuviera el vehículo.
El otro -Poblete- disparó irresponsablemente una bomba lanza gas. Fue la que mató al infortunado Profesor Fuentealba, que estaba en el asiento trasero.
Hoy Poblete está en la cárcel. Con «perpetua». Pero para la militancia académica era insuficiente. Quería más. Aspiraba, en su versión de la justicia, a obtener las prisiones jerárquicas. Hasta llegar, por supuesto, al Gobernador.
Supieron instalar, incluso, sin grandes dificultades lógicas, que el gobernador Sobisch debió haber sido el autor ideológico del asesinato.
El crimen -en la alucinación- formaba parte de la campaña promocional de instalación política.
El objetivo -para el delirio- era que la sociedad hastiada percibiera que había alguien -Sobisch- capacitado para aplicar la «mano dura». Para acabar con las aberraciones cotidianas de los cortes de ruta, que mortificaba a los habitantes de la gran capital.
El armado intelectual era envolvente y carecía de desperdicios. Fue perfectamente explotado por los adversarios internos del Movimiento Popular Neuquino. Los próceres que aspiraban, democráticamente, a quitarlo del medio.
En privado, la mayoría de los venerables referentes contemporáneos solían compadecerlo. Por el «garrón que se tenía que comer». Aunque nadie se atrevía a manifestarlo en público. Por el respetable temor hacia la efervescencia extorsiva de los militantes. Complementario del silencio, o del tratamiento verdaderamente cómplice de grandes sectores de la prensa, que no lo querían. Por solidaridad, explicablemente corporativa, con el director del diario de otra provincia, Río Negro. Porque consideraba que no recibía, del gobierno de Neuquén, la publicidad que creía merecer.
Como el presidente de entonces, Néstor Kirchner, El Furia, los directores preferían acabar con el problema-Sobisch. Gracias al Crimen de Fuentealba.
Kirchner dijo: «Lo mataron al Profesor porque pensaba de manera distinta».
Macri dijo: «Es un crimen que Sobisch tiene que explicarle a la sociedad».
Era muy grande el garrón que Sobisch se debía comer.
Pese a enfrentar, como pudo, la situación. A dar la cara, y someterse al escarnio, Sobisch pasó a ser, en adelante, una especie de apestado político. Lo ideal era alejarse. Tomar distancia. Esquivarlo.
De todos modos, su tesón lo llevó a competir, en el 2007, por la presidencia. Hoy la aventura puede evaluarse como un error. Porque en la campaña debió toparse con obstáculos previsiblemente atroces. En la práctica, no se podía mover. Sus presentaciones debían ser casi grotescamente clandestinas. No podían, siquiera, anunciarse. Porque, si se enteraban los militantes, había garantía de boicot.
Le pasó, inadmisiblemente, en Salta. Le tomaron el hotel donde estaba programada la conferencia de prensa. O en La Pampa. No se pudo llegar a Santa Rosa porque le habían bloqueado el paso. Imposible alcanzar el hotel Arena.
Y cuando lo entrevistaban, donde fuera, siempre era para preguntarle, tan sólo, por Fuentealba.
Para desconsuelo de la izquierda. Para estupor moral de los competidores del centro derecha, Jorge Sobisch fue sobreseído. En la totalidad de las instancias de la justicia de Neuquén. Pero ánimo, con seguridad habrá apelaciones. Hasta el infinito.
Después de cuatro años de escarnio y persecuciones, cuesta comprender que Sobisch no haya iniciado, aún, las demandas penales, respectivamente civiles y comerciales. Hacia la colección infatigable de salvadores de la patria que lo agraviaron sin piedad. Al extremo de obturarle la carrera política. La salud. Y quebrantarle, literalmente, a su familia.
Liliana
Liliana, «Paisana» querible. Mendocina, bancadora, cordialmente blindada.
Ya no podía circular por Neuquén. Los heroicos devastadores la descubrieron, por ejemplo, en una confitería. Le hicieron, delante de las amigas, el escrache feroz. La insultaron.
Humillada, Liliana dejó de salir del departamento. Persistía, enclaustrada, en el noveno piso de un edificio de Neuquén. La depresión le doblegaba, incluso, su fortaleza de Búfalo.
Crecía, simultáneamente, el explicable desprecio, hacia todo aquello que su marido -Jorge- representaba. Y la hundía.
La política. La lucha por el poder.
Desesperadamente, Liliana saltó. Diciembre del 2009. Víspera de la Navidad más cruel.
Animal político
El té con Jorge Sobisch transcurrió en el Hotel Caesar. La «unidad básica», del amigo que supo ser su compañero de fórmula.
Paulatinamente, el animal político comenzó a recuperarse. Ganó la interna por la presidencia del Movimiento Popular Neuquino.
Crecía, hasta la inquietud, el riesgo del retorno. Había que impedirlo.
Pero perdió la interna para ser el gobernador. Fue «abierta». Los enemigos se precipitaron para favorecer al adversario.
Hoy Jorge Sapag, el gobernador reelecto, según nuestras fuentes, lo necesita. Conviven.
Por su parte, Sobisch volvió a dedicarse a la imprenta familiar. Trabaja, de imprentero, desde las diez menos cuarto de la mañana.
Después de las siete de la tarde, atiende, por lo general, en la sede del partido.
A partir del 2012, se asegura, saldrá a «caminar», otra vez, por los pueblos memorizados de su provincia. Hablará pausadamente, como el pastor evangelista, sin la menor huella del rencor.
En el té con Sobisch hubo, también, tostadas, de pan negro. Con queso blanco.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsisDigital.Com
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