Disfraz de obispo
Humillante triunfo de Cristina sobre el paisaje de la oposición.
Artículos Nacionales
escribe Oberdan Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
¿Y si todos los opositores, los críticos, nos vamos, de pronto, a radicar en el Estado Libre Asociado de San Luis?
Con un disfraz de obispo. De torero. O de dama antigua.
En las «Elecciones amistosas» (cliquear) Cristina se impuso, humillantemente, sobre el paisaje monocorde de la oposición.
Pese a la intima devaluación intelectual, es la prueba de alguna de nuestras (pocas) teorías acertadas.
En la actualidad existe «Cristina. Y el resto es paisaje» (cliquear).
Una Cristina que, invariablemente, caía.
Los estragos de las tres derrotas consecutivas indujeron la certeza del espejismo. Dos veces en Buenos Aires, el Artificio Autónomo, y en Santa Fe y Córdoba.
Tres caídas que ayer, con ella al frente, supo remontar.
Caía, también, por los efectos residuales de las «equivocaciones» que se sobreestimaron. En exceso.
Actos de soberbia que dejaron un tendal interminable de heridos. Pero los heridos, a la hora de votar, se mostraron perdonablemente inofensivos. O lo suficientemente saludables, como para engrosar las arcas electorales del kirchnerismo póstumo. Vigorizado, hoy, por el cristinismo.
Paisaje
El resto es el paisaje.
Que creyó en el efecto devastador de la propia burbuja.
Consecuencia de la fragmentación balcánica. De la «hoguera de vanidades» de Tom Wolfe. De la inoperante imposibilidad de hacerse representar por una sociedad que no tiene, en definitiva, deseos de cambiar.
«Para qué cambiar. Y por qué» (cliquear).
Preguntas que ningún oponente enternecedor supo -con alguna convicción- responder.
La sociedad se encuentra mayoritariamente conforme con Cristina. La apoya un miserable 50 por ciento. Es lo que hay.
Esto. Que desaprueba el otro 50.
El kirchnerismo que se vigoriza, en su versión cristinista, de ningún modo debe ser descalificado. Menos de la manera en que los kirchneristas descalificaron, oportunamente, a los electores de quienes fueron sus vencedores. Del Artificio Autónomo y de Santa Fe.
Significa que un enorme porcentaje, de los que produjeron el asco de Fito Páez -por apoyar a Macri-, votaron también, matemáticamente, a Cristina.
Y muchos de los que se fascinaron con aquel comediante que vació la política, Miguel Del Sel, después sufragaron, perfectamente, por Cristina.
Octubre Imperdonable
Al mejor estilo Dominique Strauss Khan, el kirchnerismo volvió a avanzar sobre las retaguardias fláccidas, pero abiertamente servidas, de la oposición.
En la semana, después de salir a la calle con el metafórico disfraz de obispo, o con el pasamontañas, los venerables opositores podrán dedicarse, en adelante, a la magna tarea de hacer política.
Al arte -acaso tardío- de unir.
A Cristina le basta con aguardar el «octubre imperdonable». Como lo llamaba la poeta María Elena Walsh.
Con la tranquilidad de tener, transitoriamente, a la sociedad, en el bolsillo del «Vestidito Negro» (cliquear).
Con el deseo expreso que no pase, en lo posible, nada que pueda alterar, otra vez, su «núcleo ético», como lo califica el intelectual González.
Ningún otro episodio como los que estamparon, como alfombras, los prestigios. De la señora de Bonafini, y del doctor Zaffaroni.
El triunfo inapelable de Cristina, en las definitorias «Elecciones amistosas», prueba otra de nuestras teorías, en adelante todas muy falibles.
El kirchnerismo, aun en su versión cristinista, es una permanente combinación de lonas y recuperaciones. De caídas y revanchas.
Y prueba otra teoría de nuestra cosecha. Al kirchnerismo -aún el cristinista- se lo debe atropellar cuando se encuentra al borde de la lona. Con la guardia baja.
Porque, en cuanto se recupera un poco, masacra.
Sin ir mas lejos, estuvieron afuera de la cancha en el 2008. Con aquel «no positivo» de Cobos, el emergente justamente olvidado. Epilogo del conflicto con el campo. Pero se recuperaron.
También estuvieron, afuera del ring, en el 2009. Con la catástrofe electoral de las «testimoniales». Pero fallaron los noqueadores.
Y el kirchnerismo se volvió a recuperar. Para colmo en el 2010, Kirchner, El Furia, el fundador de la dinastía, en otro «octubre imperdonable», tuvo la ocurrencia irresponsable de morirse.
De llevarse, hacia la bóveda, las peores causas. Que a la mayoritaria sociedad, en el fondo, le importaban un rabanito.
La muerte le proporciono, a las graves barbaridades de su trayectoria, la jerarquía de mito. Generador de réditos políticos, que Cristina, admirablemente, supo capitalizar. Con los efectos lícitamente explotables, y aquí políticamente tratados, del «Vestidito negro».
Aun resta comprobar una tercera teoría. De aplicación científicamente lejana.
Señala que al kirchnerismo no se lo confronta, se lo destruye.
Cuando cae sólo. Como consecuencia de la cotidiana implosión. Por la portación extraña del propio elemento autodestructivo. Sin dejarle espacio, en todo caso, para la recuperación.
Volvió a demostrarse ayer. Cuando prácticamente se descontaba, en el esplendor de la burbuja, la extinción. Mientras la oposición, con un candor rescatable, celebraba las vísperas del gobierno alucinante de coalición. Con designaciones de ministros. Distribución de competencias.
Sólo faltaba el pequeño detalle de vencerlo.
Pero echarle las culpas al paisaje, hoy, es intrascendentemente fácil. Como inútil.
Oberdan Rocamora
para JorgeAsisDigital.Com
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