La caída y después
El kirchnerismo se desangra. El macrismo se fortalece. Cristina y Mauricio se necesitan, cada día más.
Artículos Nacionales
«Macri no es el rival de Cristina. Es el sucesor», confirma la Garganta.
Tienen -en la teoría-, bastantes lazos en común. Se enumeran apellidos influyentes. Maneras de acumulación. Vínculos.
Entrecruzamientos sistémicos, que estimulan las sospechas de los desconfiados (ampliaremos).
La salida de Macri, El Niño Cincuentón, de la pugna por la presidencia, se percibe como un error racional.
Quiso convencerse, hasta lograrlo, que Cristina era imbatible en el 2011.
Y que ningún suplente, de los dos clásicos desairados del PRO, podía asegurarle el control de la ciudad.
Al asegurarse en julio el presupuesto del Artificio Autónomo, Macri consolidaba, también, el triunfo de Cristina. En octubre.
En el sutil lenguaje de los gestos, Cristina le retribuyó con la designación de Filmus, el Psicobolche Nostálgico. Para que hiciera -Filmus- de suave sparring de Macri.
Pero el triunfo de Macri, sobre Filmus, fue -para que cierre la teoría- demasiado humillante.
Una profanación inesperada. Una goleada tan grave que agudizó el declive pronunciado de Cristina. La dama del «Vestidito negro» (cliquear) tiene que enfrentar varias derrotas por delante. Mientras su ejército se encuentra sometido al riesgo divisorio de la implosión. Los que se cuelgan del vestidito comienzan a caerse.
El triunfo holgado le demuestra, a Macri, paradójicamente, que se precipitó al bajarse.
Sobre todo porque, por efecto del derrotero que se viene, Cristina podrá ser vencida en octubre.
Entonces Macri necesita, ahora, que ningún otro se fortalezca. Que perfore la medianía que marcan las encuestas. Los obstinados que esperan, a nuestro juicio en vano, que electoralmente Macri los ayude.
Como Alfonsín, el más previsible de los obstinados, que ya carece de límites para la digestión.
O como Duhalde, que amaga con la anunciada sorpresa de convertirse, con más voluntarismo que certezas, en el desafiante principal de la segunda vuelta.
O como Rodríguez Saa, o incluso Carrió. Los que sospechan, acaso, que Macri la prefiere a Cristina.
Constatan, en el jolgorio mediático del PRO, que debieron organizar la elección porteña en marzo. Y no en julio.
Con la ciudad adentro, en la caja, sólo bastaba con la confección del «operativo clamor» e intentar el doblete. Para Macri presidente.
El negocio era -constatan, después de la goleada- para el 2011. El 2015 es la eternidad. Otra ruleta con apostadores más fuertes.
Urtubey, Scioli, De la Sota, si es que le gana al humorista Juez (al cierre del despacho, es bastante probable).
Pasión por la autocrítica
En su versión cristinista, el kirchnerismo, mientras tanto, «se desangra». Como en el final del «Segundo Sombra», de Güiraldes.
La autocrítica es un atributo de la madurez. Saludable epidemia que procede del marxismo. Es la capacidad de percibir los propios errores, después del desastre de alguna acción. El objetivo es superarlos, para elevarse.
Hábito bolchevique, la autocrítica fue ejercitada por los paranoicos que creyeron equivocarse, respecto de la «gloriosa Unión Soviética», a cada rato. Con criterios menos ecuánimes, y aunque no se autocriticaran, Stalin los mandaba asesinar, por las dudas.
Después que Macri les dejara las colas enrojecidas, habilitadas hasta para recibir un acueducto, los intelectuales entrañables de Carta Abierta se reunieron para analizar la caída. La virulenta penetración de la derrota.
Lo que ningún danzarín del PRO, por respeto o pudor, jamás se hubiera atrevido a decir, lo dijeron los intelectuales kirchneristas. A sí mismos.
La campaña del entregado Filmus, y de Tomada, El Enternecedor, fue un desastre. Muy «berreta». Le hablaron a nadie. No hubo mensaje. Ni relato. Ni siquiera «balbuceos».
A través de sus palabras dolientes, Forster, Navaja y González legitimaban la expresividad abismal de Jozami.
La absoluta inutilidad de la segunda vuelta resulta explicable, apenas, por el apasionamiento que siente el kirchnerismo por la derrota.
O por la perversidad de entregarlo al resignado Filmus. Hacia «El desangradero» (novela de Federico Moreira).
Para Forster «la ciudad está perdida». Para González «pueden perder 7 a 3». Para Navaja, la única idea de campaña de Filmus es una «perfecta pel…».
De la resonante asamblea de Carta Abierta, sólo falta la lectura lícita. Chicanera. Con el cuento de la distancia crítica, los intelectuales kirchneristas empiezan a borrarse. Son expertos de decepción fácil. Tienen la pituitaria adiestrada para percibir los derrumbes.
En las vísperas, todavía no se atreven a cuestionarla a Cristina. Ni siquiera a Zanini. Los verdaderos mariscales de la derrota.
Prefieren demoler, en cambio, el humor indirecto de «6-7-8». El renovado Tele-Cataplum del oficialismo mediático.
Hoy se estampan con la peor realidad del kirchnerismo que inventaron. Es «el último fracaso». El bolero de la revolución ilusoria.
Cohabitación
El kirchnerismo -en su versión Cristina- se ve repentinamente vulnerable. Los más lúcidos, tratan de averiguar, sin mayor suerte, adonde están parados.
Mientras tanto, en ganador, Macri planifica la oxigenación de su próximo gobierno. Para compartir, litigiosamente, otros cuatro años de cohabitación. De convivencia con la adversaria recíprocamente preferida.
Para robustecer la primera línea, asoman los dos experimentados «armadores nacionales».
Humberto Schiavoni y Emilio Monzó. Los que, cuando Macri capituló del caprichito presidencial, se quedaron colgados de las vacilaciones. Se les atribuye, como máximo mérito, la redituable construcción, en Santa Fe, del «fenómeno Del Sel».
Schiavoni, según nuestras fuentes, es el escogido para ocupar el ministerio de Desarrollo Social. Lo deja vacante la vice-jefa electa de gobierno, María Eugenia Vidal.
Es -Vidal- la dama ascendente que desplazó, en el imaginario del PRO, a Gabriela Michetti. A la que, en realidad, se quitaron, deshonorablemente, de encima.
Monzó emerge como la próxima figura fuerte. Para Ministro de Gobierno. Con el objetivo enaltecedor de trabajar, según nuestras fuentes, para convertirlo, a Macri, en el próximo presidente. Es la segunda etapa del «armado nacional», que debió interrumpirse.
Deberá compartir -Monzó- el ejercicio activo de la administración. Cohabitar, también, con Horacio Rodríguez Larreta, el Caudillo Carismático, ídolo en Liniers, Pompeya y Flores sur.
Rodríguez Larreta es de los escasos, en la congregación, que exhibe cierta adicción al trabajo.
Monzó también tendrá que compartir las responsabilidades cotidianas con Marcos Peña.
Es -Peña- el que asoma, según nuestras fuentes, aunque nadie lo diga en voz alta, como el delfín.
Peña es, acaso, el sucesor ideal de Macri. Mientras se dispone -Macri-, a prepararse para ser el sucesor de Cristina. E instrumentar su condición adquirida. De referencia más representativa de la oposición. Lanzado para la asignatura pendiente del 2015 (o cuando sea).
Pero a Macri le surge otro inconveniente, llamativamente inesperado.
Para ser el sucesor de Cristina necesita, ante todo, que Cristina gane en octubre. Que la dama, su relativa adversaria, no se le desmorone.
Tendrá, en todo caso, como ingeniero, que saber apuntalarla.
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