Preludios (I)
Donde se cuenta que Kirchner cree que Duhalde, El Cardenal, Brasil y Clarín, prefieren la "salida Cobos".
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
Tiempo de Preludios.
«Pieza musical breve», define el manantial de Wikipedia.
«Música para cuando comienza el día», definen en Amadeus.
«Introducción improvisatoria, para preparar movimientos más complejos», ayuda un melómano.
El preludio, en el origen, se reducía a la improvisación de los músicos. Para afinar, al tanteo, los instrumentos.
Servicios de avanzada
En la cercana posteridad, cuando los periodistas deportivos de la historia estudien las turbulencias orales del preludio actual, tendrán que referirse, invariablemente, al señor Luis D’Elía.
A los tres servicios políticos de avanzada que D’Elía, antes del desmoronamiento, le hizo a Néstor Kirchner. También, a los innumerables servicios de avanzada de la señora de Bonafini, ejecutados por pedido especial. El último favor consistió en instalar, mediáticamente, que el vicepresidente Cobos, sin ir más lejos, «es un traidor».
Quedan, las referencias protagónicas, de la señora Hebe, para próximos capítulos de esta flamante miniserie que hoy comienza.
Es el turno de los aportes de D’Elía. Es el representante más emblemático, estética, y éticamente, del kirchnerismo que se extingue, piadosamente, en ceremonias del grotesco.
En principio fue instalar, en Todo Noticias, de visitante invitado, que el Grupo Clarín «iba ahora por las telefónicas». Anticipó la confrontación Kirchner-Clarín, aún no resuelta.
Por beneficios recíprocos, sólo disminuyó la virulencia. Pero el litigio sigue.
Después, aunque secundado por Pérsico, D’Elía se quedó con la cucarda, apreciablemente valorable, de haber sido el arrojado recuperador de la Plaza de Mayo. Habilitado, en la zona liberada, para despejar a los inspirados caceroleros.
Para asegurarse el control estricto de las calles, demasiado dinero suele desperdiciarse de la Secretaría General, donde despacha el señor Parrili. No podían permitir que les ocuparan el símbolo de la Plaza de Mayo.
De todos modos, el servicio trascendental fue el más reciente. Motivó un enojo previsible de La Elegida, de los que brotan cada vez con mayor frecuencia. Y que el servicial D’Elía pasara, por razones tácticas, hacia el plano vertical del transitorio anonimato.
Consistió en denunciar, espectacularmente, el lunes 16 de junio, la existencia del golpe cívico en gestación. Encabezado, en la versión de vanguardia kirchnerista, por Eduardo Duhalde. Y por el Grupo Clarín. Aliados que contaban, ahora, con la complicidad instrumental de los polifuncionales dirigentes agrarios.
Preventivamente Kirchner, según nuestras fuentes, necesitaba, en su estrategia de la improvisación, instalar la idea del golpe. A los efectos de estampillar a los protagonistas citados. A los que interpreta, en su arquitectura psicológica, como los «adversarios». Clarín y Duhalde, en ese orden.
Pero la boconeada de D’Elía sirvió para enviar, aparte, un mensaje de advertencia. Para los otros elementos sensibles que, según sus evaluaciones de «inteligencia», tenían tanto que ver, o más, con la cuestión paranoica del derrocamiento. Los destinatarios eran prioritariamente dos.
El vicepresidente Cobos, y El Cardenal.
Distancias
Para la inocencia estremecedora de los mensajeros, o sea los medios, al día siguiente «Kirchner tomó distancias de D’Elía». Para la gilada, claro.
Fue después del cacerolazo colectivo del lunes 16, que aturdiera el ámbito nacional. E histerizara, según nuestras fuentes, otra vez, a La Elegida.
Incluso, fue una hora antes que La Elegida, encadenada nacionalmente otra vez, anunciara la derrota. El traslado del conflicto interminable, hacia la dilación presumible del parlamento.
En la efectista conferencia de prensa del martes 17, en el Hotel Panamericano. En otro clásico arrugue de barrera, cuando Kirchner decidió modificar, sustancialmente, el jactancioso estilo comunicacional. Para mostrarse, en la conferencia, como un muchachón atolondrado, forzadamente simpático, casi auténtico. Un acosado que derramaba, en su desconcierto, graves dosis de déficit afectivo. Travieso picarón, similar a los que pateaban tachos de basura. O tocaban timbres y corrían, a la salida de los bailes.
«No creo que Duhalde esté en ningún golpe», dijo entonces Kirchner, después de instalarlo como golpista. Faltaba, otra vez, al manoseo de la verdad.
Brasil
Porque Kirchner, a Duhalde, le teme. Sobre todo por el alcance inquietante de sus deslizamientos.
Le preocupa, en exceso, a Kirchner, la relación privilegiada que Duhalde estableció, más que con Lula, con el Brasil. Ese enorme país que pertenece a Petrobrás.
Por su liderazgo regional, a esta altura incuestionable, trasciende que, en Brasil, la descomposición gestionaria del kirchnerismo, emerge como un problema interno. Casi doméstico. Como si el desmadre de la imprevisible Argentina fuera, para Itamaraty, algo comparable al desmadre de Bolivia. Una razón estratégica de estado. Para un país -el Brasil- que mantiene una estrategia. Y mantiene un estado.
Temita para profundizar en los próximos capítulos de la miniserie.
Afinaciones
Kirchner lo cree a Duhalde capaz, según nuestras fuentes, de ejercitar la paciente dedicación hacia la venganza personal. De afinar los instrumentos, en el preludio, para la próxima sinfonía. La del desplazamiento. Conjuntamente con Clarín. Grupo con el que Duhalde se entiende, en apariencias, a la perfección. Desde aquella pesificación memorable. Desde las soberbias leyes culturales.
Y supone Kirchner que Duhalde se entiende, además, con los otros personajes que emergen como los receptores del mensaje. Dispuestos, razonablemente, a pararlo. De alguna manera, antes que estrelle el país, que por su impericia ya no puede conducir. Son los destinatarios que D’Elía no pudo explicitar.
Cobos, otro interlocutor de Duhalde, según sus fuentes. Y El Cardenal.
Mañana, martes 1º de julio, en el encuentro oficialmente institucional, el vicepresidente Cleto Cobos, y el Cardenal Jorge Bergoglio, podrán aludir, con gestos silenciosos de resignación, a la compartida condición de sospechados.
Fuga
En el siglo 18, con Juan Sebastián Bach, el preludio se asocia a la idea de la fuga. Porque el preludio también antecede a la fuga.
Más consagrados, a criterio de ciertos especialistas, son los preludios de Chopin. Interpretados en el piano mágico de Martha Argerich. «Para comenzar el día», estilo Amadeus, suelen fascinar los preludios de Claude Debussy. En cambio, en días con llovizna, los románticos prefieren inclinarse por los preludios de Liszt.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
Continuará pronto
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(1976, Tokyo) Marta Argerich toca el Preludio de Chopin Op 28
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