Historia del presente (I)
Rodríguez Saa y Binner presentan fórmulas mediterráneas. Alfonsín y Cristina marchan hacia el gran “duelo de deudos”.
Artículos Nacionales
Alberto Rodríguez Saa, el promisorio artista plástico que gobierna el Estado Libre Asociado de San Luis, es, de los presidenciables, el penúltimo en anunciar al compañero de fórmula.
Es el contador José María Vernet, alias Tati. Gobernador de Santa Fe, entre 1983 y 1987. Justo en los avasallantes años-Alfonsín.
Cuando, impetuosamente, Alfonsín (padre) intentaba llevarse puesto al peronismo de sombrero. Con la fragilidad teórica del Tercer Movimiento Histórico.
Entre dos fuegos
Durante aquella tempestad de gestos y palabras, Vernet supo ser el dirigente peronista mejor posicionado. Para guarecerse. La esperanza joven, relativamente blanca.
Pero la proyección de Vernet quedó trunca. Al quedarse paralizado, entre las estampidas de dos fuegos. En medio de la última gran pugna de aquello que era, aún, el movimiento peronista.
Entre Antonio Cafiero (emblema de «la renovación») y Carlos Menem, con el carisma que solía arrastrar las adhesiones inmediatas. Junto a las peores reticencias. 1988.
Vernet era, virtualmente, el candidato natural, para la vicepresidencia con Cafiero, el favorito. Pero fue desplazado por una maniobra interna. Resistencias que se les atribuían a los «jóvenes turcos». El trío de los renovadores. Conformado por la vibrante brillantez de Carlos Grosso, de Buenos Aires Capital. La astucia insuficiente de José Luis Manzano, de Mendoza. Y la inteligente laboriosidad del único de los tres que perdura. José Manuel De la Sota. Córdoba.
Al acceder a desembarazarse de Vernet, el desventurado Cafiero selló su suerte histórica. O mejor: su ascenso interrumpido. Para dedicarse, en adelante, a ser polea de transmisión del poder. Desde Alfonsín hacia Menem.
Porque los temerarios sindicalistas, de aquella instancia superior, que se reportaban al memorable metalúrgico Lorenzo Miguel, lo respaldaban a Vernet.
Y al ser cooptado Cafiero, por los inflamados «jóvenes turcos», los resistidos de las «camperas» decidieron apoyar, en adelante, a Menem.
Era Menem el caudillo pintoresco del interior que preferían los radicales equivocados (que le temían a Cafiero).
Pero Menem se los llevó puesto a los dos. A Cafiero, primero, y después a los radicales.
Entonces Vernet, con 44 años, se quedó en la incomodidad del medio. Afuera del cafierismo elitista, que perdía para siempre. Alejado del menemismo que triunfaba. Emergía para quedarse, apenas, una década (ampliaremos).
Versiones de la disidencia
El peronismo disidente, que hasta el papelón se presentaba como «federal», hoy mantiene dos versiones infortunadamente separadas. Propone cuatro gobernadores con invalorable experiencia.
Duhalde-Das Neves. Y Rodríguez Saa-Vernet.
Dos dilatan el ejercicio diario de gestionar.
Uno es Mario Das Neves, El Tenor Portugués. Del Chubut (aunque oriundo de Avellaneda). Con laceraciones y girones, El Tenor aún conserva la influencia en su provincia.
El otro dilatador es «el Alberto». El promisorio artista plástico de la Cataluña argentina. Aunque los hermanitos dejen la gobernación, transitoriamente se aseguran el control del territorio independentista.
En su versión del peronismo disidente, la fórmula Rodríguez Saa-Vernet mantiene una coincidencia, hasta hoy inadvertida, con la principal propuesta de la izquierda original.
Una de las dos izquierdas, no fotocopiadas.
Es la izquierda presentable en sociedad, que encabeza el socialista Hermes Binner. Viene acompañado por la senadora, y colega periodista, Norma Morandini, de Córdoba.
Ambos -Rodríguez Saa y Binner- generan llamativas propuestas mediterráneas que debieran destacarse. Justamente cuando se consagra el fin del federalismo.
Prescinden, racionalmente, en su formulación, de la ufana centralidad de «Buenos Aires, la provincia inviable» (cliquear). Electoralmente hegemónica a partir de la Constitución de 1995.
Surgen aquí dos ejes que Consultora Oximoron estudia, desde ya.
1) Eje San Luis-Santa Fe. A través de Rodríguez Saa-Vernet.
2) Eje Santa Fe-Córdoba. A través de Binner-Morandini.
La otra izquierda, también original, es auténticamente menos presentable. Sirve para inquietar las contradicciones básicas del progresismo, el refugio principal de la concepción pequeño-burguesa (que adhiere a la versión oficial del peronismo de Cristina).
La representa Jorge Altamira, el trotskista académico. Con su idea permanente de la revolución que cotidianamente exaspera, a través de la utopía del obrerismo.
Ruckauf, antecedente de Cobos
Por su parte Duhalde, el Piloto de Tormentas (generadas), se atreve también a la osadía de facilitar resurrecciones políticas. En su lista de diputados, decide incluir a otro ex gobernador.
Porque Duhalde resucita la sonrisa inveterada de Carlos Ruckauf, que gobernó Buenos Aires (como Duhalde). Y que también fue vice de Menem (como Duhalde).
Ruckauf reinó, en el lago artificial de las encuestas, entre principios del 2000 y finales del 2001. Para erigirse como el antecedente principal de la epopeya precipitada del Cleto Cobos.
Cobos también fue gobernador, y hoy se dilata institucionalmente como vice. Pero también reinó, en el lago artificial de las encuestas (como aquel Ruckauf), entre mediados del 2008 y del 2010.
A Ruckauf lo corrió la tormenta, minuciosamente programada. Fue sustancial (la tormenta) para catapultar a Duhalde, el especialista en pilotearlas, hacia la presidencia.
El Piloto lo rescató a Ruckauf del calvario de la provincia. Para estirarle la agonía como canciller. Y finalizar ingratamente insultado en los aviones, durante la facilidad fascista de los escraches.
A Cobos, en cambio, lo corrió, del primer plano, la inestabilidad patológica de su situación institucional. Vicepresidente de Cristina y, en simultáneo, la figura más potenciada de la oposición. Pudo mantener la demencia del desgaste, hasta que lo invadió el magnífico crecimiento de Ricardo Alfonsín, El Menoscabado.
Duelo de deudos
Ricardito facturaba, políticamente, su condición de deudo. Al extremo de convertirse, en la actualidad, en la alternativa previsible para facturar, también, el escenográfico desmoronamiento de Cristina. El edificio de papel (moneda), que se cae. Invariablemente. Por efecto, también, de gran parte de las concepciones violentamente demoledoras, y significativamente fundamentadas, que despliega en sus diatribas la señora Elisa Carrió. Que es, en esta historia, la que nunca puede facturar sus logros.
Porque Carrió sigue, a su pesar, la faena de la gran empresaria de las demolición, pero que no sabe explotar los escombros que produce (también ampliaremos).
Por su parte Cristina, por su condición de deudo, también registró un crecimiento sorprendente. Al acceder a la facilidad de reelegirse. Y transformarse en cómplice. Debe entonces enfrentar su propio, y próximo, desgaste.
Dista de ser efectista confirmar que se prepara, para octubre, el duelo conmovedor de los deudos.
Al muy pronto sexagenario Ricardito se le murió Raúl, el padre. Aquel de la ficción del Tercer Movimiento Histórico.
Y a Cristina, Su Excelencia, se le murió -irresponsablemente- Néstor. El Furia.
Entre las frívolas emociones de la Argentina necrofílica. Con su tendencia, patéticamente inofensiva, hacia la exaltación de la estética funeraria.
(Continuará)
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