Europa
La inmigración como delito.
Artículos Internacionales
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron, especial para JorgeAsísDigital
Golpe bajo. En los comienzos deplorables del Veintiuno, los inmigrantes indocumentados suplen, en la Europa demográficamente agotada, a los judíos de la primera mitad del Veinte. Al menos, en lo relativo a las sistemáticas persecuciones, y a los riesgos severos de confinamientos. Felizmente, hasta hoy, en los campos de detención del Espacio Schengen, donde encierran a los miles de aspirantes a la inmigración, no se contempla el pretexto de «la solución final».
Es, con el golpe bajo, la manera efectista de expresar que la Europa actual le produce, al articulista, una mezcla de decepción ética con indignación estética. Por la incapacidad institucional de los europeos para asumir los rezagos de la historia. Las consecuencias de los horrores de la colonización que continentalmente generaron. La explotación que supo financiar una gran parte del esplendor rescatable de la cultura que nos envuelve. Y nos fascina.
Conste que se escribe, con cierto dolor, sobre aspectos degradantes de la Europa que alguna vez fue admirable. Arriesgada en «guerras civiles», al decir de Ernst Nolte, que se presentaron como conflagraciones mundiales. Desperdiciada en la sistemática producción de utopías, al decir de Jean Francois-Revel, que desangraron el universo.
Ambiciosamente recompuesta, esta Europa lamentable prefiere inclinarse, casi colectivamente, con excepciones bastante peores, hacia el conservadurismo más paralizante. Para enclaustrarse en el agobio del circuito cerrado. Y reconstruirse más hacia la derecha de lo aconsejable. Para protegerse en exceso, hasta perder el atributo de su identidad.
Tributo a Le Pen
No se trata de ningún otro golpe bajo. Pero el principal ideólogo de vanguardia, de estas transformaciones demenciales, es Jean Marie Le Pen.
Desde su casa de Saint Claude, el octogenario Jean Marie, acompañado de la dulce Jeannie y de la heredera Marine, debe percibir que finalmente valió el esfuerzo. Su epopeya brindó frutos indudables. Triunfaron sus ideas, aunque lo degradaran por ellas.
Gracias a las Directivas de Retorno, las que acaba de aprobar democráticamente el Parlamento Europeo, la inmigración dejó de ser el fenómeno apasionante de adaptación que supo vigorizar culturas y enriquecer sociedades. En adelante, ser inmigrante y pobre es un delito. Aunque se les atribuya el adjetivo piadoso de «irregular». Cuando los desgraciados no tienen forma de regularizarse.
Ocurre en el fondo que, con la abrumadora miseria blanca y propia, para la Europa profundamente reaccionaria es suficiente. Con los miserables que les aportan los búlgaros, y con los rumanos que espantan a Berlusconi, les alcanza. Para el resto de los semejantes, corresponde el turno del calvario. O de la resignación. Sobre todo para los desdichados que, procedentes de las regiones otrora colonizadas, se llegan hasta las costas de Europa, con una capacidad de iniciativa lindante con la desesperación. Ya carece de sentido aventurarse en las barcazas despreciables, controladas por negreros que no disponen de reparos. Llegado el riesgo de una patrulla, tranquilamente pueden arrojarlos al mar.
La barbarie occidental banaliza la más abyecta interpretación del capitalismo.
La globalización que propone la Unión Europea no reserva, en el globo, ningún respetable lugar para estimular a los desahuciados que ambicionen, para sus descendencias, algo parecido al progreso.
Conste que François Mitterrand debiera estremecerse en el Purgatorio. Michel Rocard, al menos, puede emitir documentos desaprobatorios. Como Almudena Grande puede redactar una contratapa condenatoria. Y Almodovar rubricar un llamamiento con destino de canasto.
La superstición del progresismo se desvanece. Al final, el testarudo Jean Marie Le Pen se salió con la suya, se merece el reconocimiento al mérito, por visionario en materia de xenofobia. Al haberse anticipado en treinta años, ante la colectiva denostación de los social demócratas que tanto colaboraron para instalar el sublime cuento europeo. La pertenencia al continente del derecho humanitario.
Le Pen marcó el camino. En adelante, en los 27 países representados en el colectivo europeo, un «inmigrante irregular» puede perfectamente ser encerrado en un campo de confinamiento durante 18 meses. Antes, claro, de su profiláctica deportación, hacia el país que tomó la sabia determinación de abandonar. Después de todo debe celebrarse que no se contemple la posibilidad del fusilamiento, y por la espalda, ya que los «irregulares» no se merecen el atenuante del honor. En cambio, los menores de edad, los que hayan emprendido la aventura alucinante de la inmigración, pueden ser firmemente deportados. Pero como si fueran los Tártaros de Crimea. Hacia países ajenos a los de su nacionalidad. Las aperturas escalofriantes de semejante política de población atenúan las culpas póstumas de Stalin.
Profesionales del olvido
De no reaccionar socialmente pronto, los europeos, aunque aterrados, pueden convertirse, con el cinismo explicable, en estrictos profesionales del olvido. Se disponen a habitar una Europa de círculo cerrado, como el Plan Ovalo. Con sociedades pragmáticas de realismo político y de memoria corta. Como si el continente europeo nunca hubiera expulsado familias enteras. Y a canilla libre. Las que fueron de significativa trascendencia para la gestación cultural de otros países. Los Estados Unidos, por ejemplo, entre los elegantemente citables. Aunque los inmigrantes europeos supieron poblar, además, otros países más prescindibles que execrables. Los cuales, por la dinámica tétrica del fracaso, pasaron de ser, receptores de inmigrantes, a impotentes emisores de desventurados. Sin derecho a aspirar, siquiera, a la grandeza geopolítica de la retribución.
Por lo tanto, ante la tradicional inoperancia de las cancillerías, y ante la impotencia de los traficantes domésticos de los presentables derechos humanos, varios cientos de miles de latinoamericanos se disponen al riesgo del confinamiento. En campos de detenciones, en los miserables Guantánamos del continente ingrato que prefiere resignarse al patetismo de su demografía insuficiente.
Pero el articulista apuesta, a pesar de todo, por la reacción de las sociedades. Que se encuentran demasiados peldaños por encima de sus dirigencias.
Osiris Alonso D’Amomio
para JorgeAsisDigital.Com
Relacionados
Final devastador de la superstición bolivariana
Maduro se dedica a administrar la decadencia, hasta convertirse, entre papelones electorales, en el problema prioritario que atormenta a Lula.
En la playa del fundamentalismo occidental
El maniqueismo ofensivo de Milei en política exterior.
Hamás perfora el mito de invulnerabilidad de Israel
La invasión del 7/10 marca la disyuntiva existencial. No queda espacio para el empate. Ni posibilidad de salir indemne.