La nieve, Sergio y Jean Piaget
EL PRECIO DE TENERLA CERCA (II): La Constructora Meldorek incursiona en la educación.
Artículos Nacionales
El Pire-Hue Lodge es un hotel de cuatro estrellas, situado en la magnificencia del Cerro Catedral. Era el ideal para las vacaciones de la familia Schoklender, y sus asistentes. Podían optar por el esquí nórdico, el de montaña, el trekking, los paseos en trineo o el riesgo del parapente, para disipar después el cansancio del día en el restaurant de La Chimenea. Placeres que, de haberlos conocido, los hijos de la Madre de Plaza de Mayo hubieran sabido disfrutarlos. Sin entregarse a las trágicas represiones que depara el romanticismo de la lucha revolucionaria. Con el absurdo, siempre previsible, de la muerte.
El problema es que siempre, algún argentino informado, a Schoklender lo reconocía. Podía mirarlo mal. Como en Buenos Aires, cuando lo sorprendían, ostensiblemente entusiasmado, en la imprudencia de algún casino, no necesariamente de Cristóbal.
Era más grave cuando lo reconocía un periodista. Podía, maliciosamente, confundirse. Divulgar que el lícito esparcimiento del empresario exitoso, que llegaba en su propio avión, obedecía, en realidad, al dispendio generoso de los fondos públicos del Estado Tonto. Derivados de su acción humanitariamente inmobiliaria.
Al año siguiente -el 2010- fue conveniente trasladarse hacia otro hotel. Más hacia el sur. Entre las centollas del fin del mundo. Tierra del Fuego. En Las Hayas Resort, cinco estrellas apenas a tres kilómetros de Ushuaia. Pero siempre -parecía mentira- alguien lo husmeaba. Aunque se registraran las reservas con el apellido Sala.
No había otra alternativa que adquirir otro Cessna Citation. Pero con mayor autonomía de vuelo. Cuestión que la familia pudiera perfectamente dedicarse al trekking entre las nieves del exterior.
La envidia hacia el que asciende, en Argentina, suele derivar en resentimientos. Es feo.
Servicio de delivery
Sergio Schoklender enfrenta hoy, a los 53 años, y por su caravana de excesos, las consecuencias del último vuelco.
El personaje literario de Dostoievsky es víctima de una tomografía administrativa. Investigación que puede llevar, incluso, más allá del «puterío» que espanta a su protectora, la señora De Bonafini. Acaso hacia alguna cuenta millonaria, alojada en la impersonalidad de una gran isla de Europa.
De pronto, la garantizada impunidad, se interrumpió. Se quebró como un espejo. Basta de mantos de respeto. Otra vez predominan las referencias hacia «el parricida».
El kirchnerismo decide entregarlo. Envuelto en peligroso servicio de delivery.
Debió percibirlo cuando Hebe, por pedido de Cristina, tomó la decisión de echarlo.
Para salvar la Reina suele ser necesario, en el ajedrez de la hipocresía, entregar algún alfil.
Pero Sergio acumuló suficiente caudal informativo como para que se lo lleven puesto, como un guante. Para que emerjan los cuentos relativos a sus propiedades.
Conste que los chacales aún no se enteraron de la enorme propiedad que evoca, según la Garganta, a los estudios cinematográficos.
Fachadas que se conservan intactas de una manzana. Pero que, en su interior, alberga sólo una propiedad. Con conexiones internas que derivan hacia el despacho de una psiquiatra relevante. Su mujer. A menudo su ex mujer, vaya a saberse.
Lo económicamente conquistado por Sergio fue consecuencia de una cadena de complicidades. De conocimientos que no pueden fácilmente relegarse a la categoría de «pavadas», según la concepción filosófica del ministro Boudou.
Hoy trascienden los detalles de su vida admirablemente novelesca. De la certeza de su superioridad natural, que supo impulsarlo hacia las acciones más audaces. Epopeyas canallas. Inquietantes para los ministros, nacionales y provinciales, que se salpicaron. O para gobernadores que fueron envueltos, como los niños envueltos, en el mecanismo de los Sueños Compartidos que permitían triplicar los costos. Con tajadas a develarse en algún próximo despacho.
Meldorek, «innovación tecnológica», perfil educativo
Sin embargo, ningún periodista fisgón aún se dio cuenta que Meldorek («innovación tecnológica con compromiso social»), la recursiva empresa encargada de construir las viviendas enaltecedoramente populares, apuesta, también, por el universo educativo. Al hacerse noblemente cargo del destino incierto de la Escuela Jean Piaget. De Roseti 50. Barrio fronterizo del Artificio Autónomo.
En la Escuela Piaget -confirma la Garganta- se formaba su niño. La debilidad de la abuelita Hebe.
El chico, según nuestras fuentes, tuvo algún inconveniente menor para aprobar de grado. A los efectos de ayudarlo, trasciende que Sergio fue más imaginativamente solidario que cualquier otro padre. No cayó en la vulgaridad de quejarse, ni de pelearse, ni de convencer a ningún maestro con manzanitas por izquierda. Decidió quedarse, directamente, con el colegio. Hacerse cargo del alarmante pasivo de cuatro millones de pesos. Dilatar, prometer, y sin poner, como siempre, genialmente, ninguna moneda.
El texto podrá alarmar innecesariamente a los padres que hoy pagan mensualmente para que sus hijos estudien, en la primaria. O en la secundaria, en el Instituto Ser. En el mismo establecimiento de la calle Roseti. En el bello barrio fronterizo de tango donde se conjugan, hasta mezclarse, Colegiales, Belgrano R y Chacarita.
Pero nadie debe inquietarse de más. Lo acepta cierto padre. Ni siquiera el rector, Jorge Guiducci. Porque el ministro Sileoni, junto al ministro Bullrich, van, llegado el caso, a interceder.
Para que La escuela Jean Piaget, que hoy se autofinancia, no quiebre.
Para que se paguen algunos de los tantos cheques librados por el Ministerio Meldorek (innovación tecnológica con compromiso social). De la cuenta 4-777 003, del Banco Supervieille, sucursal de Villa Crespo. Por la Scalabrini Ortiz, la eterna Canning.
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En el cementerio de Ginebra
Con Borges y Piaget
Menos que su obra, de Jean Piaget conozco su sepultura.
Está en el cementerio de Ginebra. Relativamente cerca de la sepultura de Jorge Luis Borges.
La tumba de Borges mantiene una errata en el texto de piedra. Ironía inerte del destino.
Se lee «Olátora» donde debería leerse Otálora (personaje de «El muerto»).
Estuve frente a la tumba de Borges en 1993. Acompañaba a una profesora lánguida. Volví en 1994 y aún no habían corregido la errata.
Me detuve frente a la sepultura de Piaget para acompañar a Antonio Salonia. Entonces Nino era ministro de Educación.
Salonia admiraba, hasta la devoción, al psicólogo y educador suizo nacido en Neuchatel, en 1896, y muerto en Ginebra, en 1980.
Autor del clásico «Psicología de la inteligencia» (1947). De «El desarrollo del pensamiento» (1975).
Insistió Salonia en su extraña idea de depositar una flor ministerial en la tumba de Piaget.
En reconocimiento de Nino, debo contar que el acto de la flor no consistió en ningún pretexto usual, para salir en el diario. Al contrario, fue un momento de reconocimiento privado.
Me aparté unos metros para dejarlo solo.
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