Hepatalgina política
Alfonsín, Presidente. Narváez, Gobernador. Macri, Artificio Autónomo. Duhalde, Carrió, Rodríguez Saa, en el pelotón.
Artículos Nacionales
«De Narváez se compra otro supermercado», confirma la Garganta. Alude a la antigua profesión del empresario de Casa Tía.
«Ahora Narváez va a tener que comprarse la biblioteca de Irigoyen».
Llega la hora, para muchos tardía, de rendirse, acaso, ante el cristinismo reparador. Sobre todo si se debe apoyar a uno de los «Dos samuráis» (cliquear). Cristina o Alfonsín. O, en la primera vuelta, a cualquier testimonial del pelotón. La señora Carrió. Duhalde. Rodríguez Saa. Sin dejar nunca afuera a Altamira.
Se asiste al esplendor del desbande, el empantanamiento y las capitulaciones. A las tensiones monótonas que depara el cierre del libro de pases. Sin atributos para el liderazgo. Sin condiciones de bancarse una derrota. Con jugadores excesivamente dependientes de la imagen. Traccionados a fuerza de encuestas.
Finalmente el reclamo unánime de unión, impulsado por las venerables «viejas del Patio», destinado a los opositores, tuvo su fruto exitoso.
«¡Únanse, únanse!». Suplicaban las «viejas del Patio».
Algunos les hicieron caso. Planifican unir sus abreviaturas, para construir una especie de Unión Democrática. El aglutinamiento que sueña con vencer cualquier peronista. «Desde el Moisés», diría El Picca.
Hepatalgina
Para desconsuelo de la señora Stolbizer, Macri ya dejó, según nuestras fuentes, de ser el límite infranqueable para Alfonsín.
«Ya lo digiere», confirma la Garganta.
Sin necesidad de las 30 gotas de Hepatalgina política (medicamento de venta libre).
Para empezar el banquete, Alfonsín se lo tragó, de un tirón, a Francisco De Narváez, El Roiter.
«Para mí no, gracias», dijo Stolbizer, cuando quisieron servirle «el Coloradito».
Margarita cotiza sus principios por lo que supone que valen.
A Alfonsín, en principio, le costaba entender que la verdadera intención de Macri no era asociarse. Era rendirse. Ante la decepcionante perplejidad de los bucaneros que tomaron con seriedad el armado del proyecto presidencial. Y decidieron jugarse (tampoco tenían mayores alternativas).
Entonces los bucaneros armaron, con muy pocas fichas, el mecano en diferentes distritos. Hasta que les brotó, de pronto, la sospecha diabólica. Podían quedarse colgados del mecano.
Los bucaneros clamaban para que Mauricio no retrocediera y fuera nomás candidato a presidente. Como lo amenazaba, desde hacía cien reportajes y dos años. Y se dejara de histeriquear. Pero era tarde. El Niño Cincuentón estaba moralmente predispuesto a bajarse. Sin influencias de los retrasadores.
Como Alfonsín, por suerte, aún no lo aceptaba, Macri se lanzó a fantasear con otras alucinaciones. Se entretuvo con el caramelo de madera de una respuesta inconcebible. De Reutemann.
El Niño Cincuentón aguardaba la respuesta afirmativa. Que Reutemann lo acompañara en la fórmula eventualmente presidencial. Justamente Reutemann, el campeón imbatible, de la categoría competitiva de bajarse. Al extremo de asegurarse que hoy, antes que creer en los lanzamientos de Reutemann, es espiritualmente recomendable adherir a los milagros del Gauchito Gil.
En simultáneo, con el desaire prematuro de Alfonsín, se dedicó Macri a activar la alianza, según nuestras fuentes, con Ernesto Sanz. Inspirada en el ocio frontalmente parlamentario de los diputados que hilvanan consensos. Federico Pinedo y el paisano Aguad.
Sin embargo, Macri no advirtió que Sanz tenía también desmesuradas ganas de rendirse. Participaba en la misma «Carrera por borrarse» (cliquear).
Como guerreros, los aspirantes argentinos a samuráis son técnicamente extraños. Estimulan mayores deseos de transformarse en prisioneros de guerra que de combatir.
Sanz tuvo un pretexto menos enaltecedor que la búsqueda del consenso. Con grave solemnidad -y ante la indiferencia de la historia-, Sanz asumió que se resistía a ser, medio siglo después, la reencarnación de Arturo Frondizi. En versión grotesca.
Pero no hacía falta tanto. Porque, para la magna transformación, estaba Alfonsín. Con la hepatalgina protectora, que le permitía sobrepasar sus anunciados límites digestivos.
Nace entonces, en el otoño del 2011, el radicalismo peronista PRO.
Patas peronistas
Narváez, El Roiter, Duhalde, El Piloto de Tormentas (generadas), y Solá, principal exponente del felipismo, competían, de manera indirecta, para erigirse en «la pata peronista» del radicalismo.
Triunfó Narváez. Los primereó.
La búsqueda infructuosa del consenso, y de la unidad, suele proporcionar el jugo para las diversas conjeturas.
Cuando Macri, desde los medios, los primereó a los opositores, mantenía otra fantasía. La propuesta de buscar un candidato de unidad. Lo impulsaba el frenesí por bajarse, pero la fantasía permanecía. Ser el unificador.
Pero los ingratos lo unificaron a Macri contra la pared. Le aceptaron la propuesta. Ahora el Niño Cincuentón debe postularse para permanecer en el lugar que lícitamente desprecia. La alcaldía del Artificio Autónomo. Con la dilatada sucesión de zancadillas. Para gloria del estilo Kaka (Kaputo y Kalcaterra), y de don Jaime Durán Barbas, El Equeco. Son los responsables de conducir al Niño Cincuentón hacia la encerrona. La doble Nelson que les preparan, juntos, Filmus y Solanas. Por la (segunda) vuelta.
El pelotón
Al cierre del despacho, aún se duda si el prolífico ensayista Eduardo Duhalde se queda entre el Fangal de los hermanos Expósito. Afuera de la Moncloa de barrio. Y se decide a jugar, ya sin alternativas, al testimonio presidencial. Junto a su estremecedora Armada Brancaleone. Preparada para cruzar, en patas (peronistas), «El desierto de los Tártaros». Como en la novela de Dino Buzzatti.
Resta saber si Duhalde persiste entre el pelotón del Fangal. Con la cruel sensación de saberse desperdiciado, en un año de coherentes tropiezos. Entre feroces malentendidos, errores de principiante y papelones confesados. Junto a los otros miembros relevantes del pelotón.
Como la señora Carrió, la «voz potente» que también se desperdició, aunque en cuatro años. Hasta extraviar, en el camino, la condición de lideresa de la oposición. Para transformarse en dramático entretenimiento televisivo.
Y junto, por último, al candidato anti-flama, el socio de Duhalde, en la gestación de papelones que personalmente no lo afectan. Es el promisorio artista plástico Alberto Rodríguez Saa. El ídolo vibrantemente metafísico del Planeta Kilium. El artista puede aventurarse en la política nacional, pero sólo después de haberse asegurado otros cuatro años en la tierra de promisión. El Estado Libre Asociado de San Luis, la Cataluña argentina. Aunque carezca de un fuerte candidato a gobernador de Buenos Aires, y deba recurrir, acaso, a la eficiente voluntad de la señora Constanza Guglielmi. Como puede recurrir, también, para jefe del Artificio Autónomo, al fiel Lusquiños, o a don Jorge Pereira de Olazábal, el máximo exponente del olazabalismo. Si es que aún Alberto no logra convencer, para promoverlo, a otro colega del espectáculo. Ricardo Fort.
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