La lección del marido
Gioja, en San Juan, puede hacerle a Cristina el favor que Rovira, en Misiones, no pudo hacerle a Néstor.
Artículos Nacionales
«Reelección para último mandato
significa asegurarse el fracaso»
El Furia, según la Garganta
La Resolución 125, del 2008, y el delirio de «las testimoniales», del 2009, suelen reconocerse como las dos derrotas catastróficas de Néstor Kirchner. Curiosamente, ambas se registraron cuando la Presidente era Cristina. La que debía padecer, aparte, el ocio creativo del marido, que se reinventaba lícitamente como el Conductor.
Habitualmente se olvida, o -con mayor rigor- se subestima, la trascendencia de una derrota anterior. Cuando El Furia era aún el Presidente. Alude al desastroso plebiscito de 2006, que planteó Carlos Rovira, entonces gobernador en Misiones. Fue estratégicamente instruido por Kirchner. Con el objetivo de reformar la constitución provincial, a los efectos de legalizar la reelección ilimitada (una delicia que Kirchner había conseguido ya en Santa Cruz).
El breve repaso de la historia debe congelar la imagen en el rencor de Rovira. Porque el pobre se quedó solo, con la cotidianeidad de la derrota, y vencido humillantemente por un cura, el Padre Piña. Después, como corresponde, El Furia dejaría de atenderle el teléfono. Rencor legitimado.
Aquel plebiscito de Misiones fue el globo de ensayo que se quedó precipitadamente desinflado. Al costado del camino.
El fracaso de Rovira concluyó con la idea de la reelección ilimitada. Que fue pensada, en realidad, según nuestras fuentes, para el escalonado plano nacional.
A caballo del plebiscito de Rovira, planificaba Kirchner encarar el suyo. Con el altivo propósito de santacrucificar, por completo, la Argentina entera. Y por qué no. Si El Furia disfrutaba del sueño hegemónico. Con la sensación de la sociedad rendida. Lo había desalojado a Duhalde de la provincia de Buenos Aires, pero sólo para ocupar su lugar. Mantenía una satisfactoria relación de pareja con Héctor Magnetto, el Ceo de Clarín, al que entretenía con el chupetín de permitirle la fusión de Cablevisión y Multicanal. Y la totalidad de los empresarios (con cientista Rocca incluido) hacían la respectiva cola para arrodillarse ante su notable virilidad política.
Pero el proyecto de reelección indefinida, para el plano nacional, también iba a quedarse al costado del camino.
La derrota de Rovira ante el curita truncó, por otra parte, la fervorosa esperanza de continuidad de Felipe Solá, entonces al frente de la gobernación de «Buenos Aires, la provincia inviable» (cliquear).
Máximo exponente del felipismo, Solá debió conformarse espiritualmente con encabezar la lista de diputados kirchneristas del 2007. Para pelearse con Kirchner, en el 2008, y volver, como Alcibiades, en el 2009, al frente de los adversarios de Kirchner, que lo vencieron en el 2009.
Pero sobre todo la derrota de Rovira del 2006 signó la reticencia definitiva de El Furia para presentarse a la reelección. A la que tenía derecho.
Sin embargo El Furia optó por presentar la candidatura de Cristina. Los cultores del romanticismo prefirieron creer que se encontraban ante un acto olímpico de amor, para ser evocado en una ópera rock. Y los desconfiados pragmáticos evaluaron que el matrimonio se lanzaba hacia la eficaz metodología del «cuatro por cuatro». Un período -democráticamente conyugal- para cada uno. Para eternizarse con la aplicación del consagrado «modelo» revolucionario que persiste sólo en la imaginación. Y que se debe «profundizar».
Pero la verdadera razón fue otra. Kirchner aborrecía la idea de la reelección por un último mandato.
La dinámica de su gestión no admitía tomar el riesgo de la disolución del poder.
Es la lección que Cristina tiene, hoy, según nuestras fuentes, muy en cuenta.
La historia vuelve a repetirse
Cuatro años después, como en el tango, «la historia vuelve a repetirse». Ya sin El Furia. Pero políticamente presente por la lección que le dejó a Cristina. Digna de un Maquiavelo precario.
«No se debe asumir el riesgo de apostar por la reelección para un último mandato».
A criterio de Kirchner, según la Garganta, a más tardar a partir del segundo año del último mandato, la disolución del poder emerge como una realidad inevitable. Sobre todo cuando no existen garantías de continuidad. Ni la confianza plena en ninguno de los gobernadores que pueden ser convocados para la eventual vicepresidencia. Capitanich, del Chaco, y Uribarri, de Entre Ríos.
Salvo que se encuentre la manera de extender la esperanza de permanencia.
Menem -el maestro no asumido de los Kirchner-, para evitar que le estallara el poder, estimulaba la idea del tercer mandato. Si le salía, adelante con los papeles, y De la Sota, entonces gobernador de Córdoba, supo ayudarlo al respecto. Menem sostenía que era «el único proscripto». Porque constitucionalmente no podía volver a presentarse.
Tal vez comience a entenderse mejor, ahora, el deseo expresado de una «Cristina eterna». En la oportunidad, lo instaló la señora diputada Diana Conti de Dratman. Pero fue tomada como la boutade de una categórica fundamentalista del cristinismo. El desborde permitió, incluso, que Cristina, en su magistral intervención del año, lanzara en el parlamento la inquietante advertencia. «Que nadie se haga los rulos».
Cristina eterna
Lo que no pudo lograr Menem, en 1999, a nivel nacional, ni Carlos Rovira (instrumentado por Kirchner), en el 2006, a nivel provincial, finalmente José Luis Gioja se encuentra a punto de lograrlo, en San Juan, en el 2011. Y en virtual acuerdo tácitamente estratégico con Cristina.
Trasciende que Cristina lo apoya enfáticamente a Gioja. Pero sin cometer el error de nacionalizar la compulsa. Es otra lección que debe aprender de su marido. No chingarle. Como le chingó El Furia con Rovira, al nacionalizar la campaña y lograr, exactamente, el efecto contrario al buscado.
De manera que del resultado del 8 de mayo, en San Juan, depende, en gran medida, que Cristina acepte la postulación que sus adoradores le aclaman.
Para que salga a jugarse el destino político por los kirchneristas que se le cuelgan del «Vestidito negro» (cliquear) . Y se disponga a inmolarse por su reelección. La que sus adoradores aclaman y, sobre todo, descuentan, merced a la numerología que instala el Frente Encuestológico de la Victoria.
Ocurre que, de no ser Cristina la candidata a la inmolación, la colectividad kirchnerista se arriesga a caerse del vestidito. Y -en el mejor de los casos- a evaporarse. O dedicarse a planificar, desde ya, la proclamación presidencial del recio Carlos Kunkel, acompañado, en el ticket, para usufructuar la potencia del apellido, por la señora Alicia. O, en su defecto, habrá que trabajar la imagen del incombustible Fernando Braga Menéndez, acompañado de la señora Nilda Garré.
La siesta
Sorprende, eso sí, la capacidad acumulativa que cultivan los opositores. Para el arte de la distracción. La pasión por la siesta informativa. Por la inmersión en problemáticas personales. Por imposibilidades de sus espacios cada vez menos gravitantes. Aún los opositores no perciben que en el plebiscito de San Juan, a celebrarse dentro de 14 días, se reitera el cuadro descripto del 2006.
Hasta ahora, y con notable habilidad, Gioja consiguió que el afán por la continuidad permanezca, tan sólo, acotado al plano provincial.
Infinitamente más astuta y calculadora que el marido extinto, Cristina aprovecha también la lección de los errores del antecesor. Por lo tanto, hasta hoy, no planifica movilizarse hacia San Juan. Para no sobreactuar con ningún acto a favor de Gioja (José Luis).
Con su triunfo atado con alambre, Gioja (José Luis) se eleva como principal antecedente. Va a ser de gran utilidad para los adoradores de Cristina. Como la señora Conti de Dratman. A los efectos de plantear, llegado el caso, la reelección ilimitada, en el orden nacional. Antes que concluya el primer año del nuevo mandato.
Con la perspectiva de la continuidad es más probable que Cristina acceda a la fatal equivocación de presentarse para la reelección. Para algarabía de los kirchneristas que se arrastran, colgados de los vestiditos y las polleras negras.
Caso contrario, adquiere mayor vigencia la contundente lección del marido extinto. Indica que la reelección, para un último mandato, es la manera eficaz de asegurarse el fracaso.
Relacionados
El parravicinismo libertario contra el peronismo del año impar
Momento pleno de inflación baja, pero de ambición larga.
La delincuencia al poder
La justicia argentina tampoco se queda atrás en el vasallaje del ridículo. ¿Y si les vuelve a ganar?
Lucha por el poder en La Pajarera
Acaso peronismo sea todo aquello que subsiste después de las declinaciones de las modas dominantes.