Ahora, Marine Le Pen
El ascenso irresistible de la extrema derecha.
Artículos Internacionales
Reflejo socialmente condicionado. Las transformaciones insurreccionales en el llamado Mundo Árabe legitiman, en la Europa que interesa, el fantástico crecimiento de la extrema derecha.
En Francia, a través de su figura estelar, Marine Le Pen. Es la hija del legendario Jean-Marie. En adelante, el padre de Marine.
Harris Interactive es una suerte de Poliarquía. U Oximoron. Sacudió la placidez estructural con la divulgación del sondeo. Ahora, Marine Le Pen.
Para las presidenciales del 2012, Marine se encuentra insólitamente a la cabeza. 24 puntos inquietantes que expresan la temperatura cultural de la sociedad. La tendencia geopolíticamente explicable hacia la facilidad de la intolerancia.
Viene seguida de Nicolás Sarkozy, el presidente, que adhiere a una derecha un poco más presentable. Sarkozy supo apropiarse de gran parte de la agenda política del octogenario padre de Marine. Jean Marie Le Pen.
Disgustos de Sarkozy
Pobre «húngaro» Sarkozy. Las rebeliones que brotan en Medio Oriente lo colman de disgustos. Es la víctima europea de las movilizaciones que se originaron enfrente. En Túnez. Con la inmolación del verdulero que representaba el emblema del fracaso generacional. Asociado al hastío.
Las manifestaciones encontraron a su diplomacia con el paso cambiado. El Quoi de Orsay, sumido en la babia absoluta, como la totalidad de las cancillerías. Michelle Alliot-Marie, la Ministro de Relaciones Exteriores, estaba temáticamente dormida. Tuvo la desdichada ocurrencia de pasar las fiestas de fin de año en el balneario de Túnez. Se desplazó desde París en un avión privado, perteneciente a un jerarca financieramente cercano al derrocado Ben Alí. Al tirano relativamente módico que le perdería el respeto, en el último tramo, hasta su mujer. La ambiciosa Leila Traboulsi. Antes de huir, como Ben Alí, que sobreactuaba su deseo de morir en Túnez, Leila le dijo: «Sube, imbécil, estoy harta de escuchar tus tonterías».
En su penúltimo acto protocolar, Michelle Alliot-Marie tuvo el inconmensurable privilegio de retratarse con un lejano discípulo del Marqués de Talleyrand. Se trataba del canciller argentino Héctor Timerman, que llegaba a París para oxigenarse en el encuentro bilateral. Después de asumir, en la ingratitud de Ezeiza, las funciones vocacionalmente compulsivas de inspector aduanero.
Pero Sarkozy debió soportar otro disgusto que disfrutó secretamente. Que François Filon, su Primer Ministro y competidor interno en el torneo de la imagen, se pasara el fin de año en Egipto. Un «bonne anee» de Filon junto a Hosni Mubarak.
La puntería estratégica de los colaboradores de Sarkozy venía lo suficientemente desafinada.
Pugna de derechas. Socialistas abstenerse
Marine Le Pen superó, además, a la dirigente Martine Aubry. Precandidata socialista que carece del encanto de Segolene Royal. La Aubry deberá competir la candidatura «gauchista» con Dominique Straus Khan. Es el titular del Fondo Monetario Internacional. Un Casanovas que supo compartir honores, y comunes cuerpos de mujer, con nuestro Blejer, el Woddy Allen de la Economía.
Pese a los oropeles y seducciones, DSK es más conocido por ser el esposo de Anne Sinclair. Es la periodista que conquistó, en los noventa, una admirable influencia como formadora de opinión. Versión femenina, en Francia, del conductor argentino Bernardo Neustadt, que les enseñó el oficio a muchos que lo despreciaban.
Para ser rigurosos, el bajón de la izquierda no sorprende a nadie. A ningún zurdito del Barrio Latino. Después de la muerte de François Mitterrand, el socialismo quedó miserablemente huérfano. Fue el último -y único- estadista de la congregación.
Por su estilo de construcción política, Mitterrand tampoco dejó siquiera atisbos de continuadores. Supo hostigar, cruelmente, a Michel Rocard. Ninguneó, olímpicamente, a Lionel Jospin. Mientras tanto su imaginario delfín, Laurent Fabius, se quedó en el medio del camino. Para que cualquiera lo atropellara. Fabius, el mejor preparado, quedó relegado en el amontonamiento. Como si fuera otro François Hollande. O el ameno Jack Lang, que entretenía.
Mitterrand fue el estratega que supo clavar la estaca de la diferenciación irremediable, entre las variadas vertientes de la derecha presentable. Encarnada por un ex presidente, Giscard D’Estaing, devaluado por los diamantes inflamados del Dictador africano Bokassa. O por otros dos que supieron ser sus primeros ministros. Edouard Balladur, o Jacques Chirac, quien también fue presidente y hoy deambula por despachos judiciales.
El antagonismo en pugna de la derecha elegante, contra la derecha detestable, siempre fue correctamente redituable para los socialistas. En tanto estuviera Mitterrand como titiritero, asesorado con la astucia de Jacques Attali, y el publicista Jacques Seguela. Mitterrand les impedía, con sus deslizamientos, la unificación con la derecha exasperante del padre de Marine.
No obstante, en el 2002, el padre de Marine llegó a disputar, ante el socialismo vencido, la segunda vuelta, en la presidencial contra Jacques Chirac.
Derecha admisible contra extrema derecha (socialistas abstenerse).
Ante tal opción, fueron demasiados los socialistas que se taparon la nariz para sufragar por Chirac.
De no recuperarse, en el 2012, los socialistas se van a quedar afuera. Para toparse con el escenario similar.
Nicolás Sarkozy contra Marine Le Pen.
Demografía e islam
La derecha sarkozista se consume -mal- en el ejercicio del poder.
La izquierda socialista naufraga en la medianía de la irrelevancia.
Lo que se renueva y se fortalece es la extrema derecha lepenista.
El liderazgo de Marine produce un fenómeno simultáneo de identificación e idealización. En el electorado femenino. Arrastra, en Francia, al masculino. En todos los sentidos.
A los 43 años, con dos divorcios a cuestas y con estigmas de mujer normal. Alejada de la ejemplaridad, discreta consumidora de varones, demoledora del prestigio del Ministro de la Cultura, Frederick, el sobrino de Mitterrand, desenmascarado -por Marine- en su adicción pedófila por los efebos de Thailandia.
Hoy Marine logra el milagro de maquillar su ideología. Inspirada en un negacionismo histórico que la dama atenúa. Pero no tiene inconvenientes en trasladarse pronto hacia la isla de Lampedusa, a los efectos de ser entrevistada en la radio judía.
La xenofobia, paulatinamente, comienza a asumirse. Y a culpabilizarse colectivamente a lo extranjero, especialmente si es africano o árabe. Debe entenderse como el origen de la decadencia que corroe la actualidad. Se inspira en la exaltación idílica de la identidad francesa.
Durante varias décadas, y con el comando del padre de Marine, las ideas retardatarias del Frente Nacional supieron destacarse sólo como elemento de presión.
Sirvieron, paradójicamente, para modelar a los malos gobiernos de la derecha. Sean de Chirac y Sarkozy.
Los lepenistas solían imponer sus ideas, mientras la hipocresía cultural impedía que pasaran sus dirigentes.
Les vaciaban -a los lepenistas- el contenido. Pero lo copiaban.
La mera existencia del llamado «fascismo lepenista» le resultaba útil a la derecha. Para demostrarle, a la izquierda, y a los independientes, que siempre se podía estar peor. En efecto, podía ser cierto.
Hoy puede asegurarse que hasta los espíritus menos medievales de Francia coinciden en culpabilizar, de las desgracias que se acumulan, a las consecuencias nefastas de la inmigración.
Justamente Marine se eleva en momentos en que las insurrecciones en el Mundo Árabe muestran su temible costado demográfico.
El aluvión de cientos de miles de desesperados que amenazan con alcanzar las costas europeas. En búsqueda de la «libertad, igualdad, fraternidad». Del recetario de exportación que exclusivamente se aplica en los manuales.
Hoy la toma de recaudos, para la contención del islam, se discute a cielo abierto. Y en los plateaux de la televisión. Donde la izquierda impotente asiste al fortalecimiento del adversario radicalizado.
El avance del islam se considera un peligro. Por lo tanto, la sociedad entera, cae. En el interior de la bolsa llena de parámetros fáciles del Frente Nacional.
De aquí, a la islamofobia, hay menos de un paso. Los apotegmas del recetario -«libertad, igualdad, fraternidad»- explicablemente se desmoronaron.
Se asiste, en definitiva, al colapso de las políticas de integración. Generadas por aquel optimismo figurativo de los socialistas.
El islam se expande, con estremecedora facilidad, en los suburbios (las «banlieus») de las grandes ciudades. Transformadas en islotes demográficos. Sitios dónde al estado (siempre en disputa) le cuesta llegar. En general, a las distintas banlieus, para ser francos, el estado casi ni llega. O llega tarde y muy mal. Tristremente mal.
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