La pobrefobia
Sobre la invasión violenta del Parque Indoamericano.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
«Comprobé en París la tesis relativa a la legitimidad económica de la xenofobia cultural. Impecablemente vestido, ingresé a un local de venta de camisas de la rue de Rivoli. Lo regenteaba una dama «lepenista». Calificada de fanática antiárabe. Mientras miraba, con cierto desdén, su mercadería, me preguntó de qué país procedía. «Arabia Saudita, madame», le mentí. Más interesada, madame preguntó cuál era mi actividad. «El petróleo, por supuesto». De inmediato, madame empezó a recomendarme a su hija. Tenía excelente formación. Quería enviarme el CV».
Jorge Asís, texto inédito.
Los progresistas hipersensibles, los izquierdistas casi sinceros, no leyeron -se percibe a la distancia- a Carlos Marx. De haberlo frecuentado, descontarían que el problema principal, de los invasores del Parque Indoamericano, no consiste en que sean bolivianos. Ni paraguayos. Incluso, hasta argentinos. El dilema fundamental consiste en que los invasores son pobres.
(Advertencia, no son «desposeídos». Adjetivo injusto. Induce a creer que, alguna vez, estos pobres tuvieron algo).
Es más interesante, aún, el cuadro. Porque se trata del pobrerío con iniciativas. Pobrerío con capacidad de organización. Preparado (el pobrerío) para consolidarse, entre la creatividad que permite la anarquía.
Entonces, con el efecto emocional que producen, en los que tienen algo, los invasores del Parque Indoamericano, no se asiste a ningún muestrario elemental de xenofobia (que es, en todo caso, un dilema cultural).
El muestrario tampoco es provocado, acaso, por las perdonables torpezas expresivas de Mauricio Macri. El alcalde del Artificio Autónomo de Buenos Aires se siente desbordado. Objetivo de la perversa manipulación política. La invasión es aprovechada para el intento de esmerilarlo. Lo consiguen.
Es precisamente en el Parque Indoamericano donde se desmoronan las claves del máximo error de gestión de Macri. Atenta contra sus ambiciones evolutivas. Se le viene, a Macri, la construcción del error, en contra.
Es la alucinante creación de la Policía Metropolitana. «Para darle mayor seguridad a los porteños». Como si La Federal no sirviera.
La súplica televisiva del alcalde, hacia la Presidente, marca la magnitud del equívoco. Pide que intervenga, en el parque, la Policía Federal.
No existe, aquí, xenofobia. A lo que se asiste, en realidad, es a la irrupción de la pobrefobia.
Tiene un profundo significado económico y social. Y nada tiene que ver aquí el pobre Macri. Es víctima también del fenómeno que lo abruma. Lo arrincona en la impotencia.
Se trata de la invasión de los elementos residuales. Despojos, en fin, del capitalismo irreemplazable. Sistema que no les brinda, ni siquiera en los papeles, a los residuales, el menor lugar. Sólo el racional circuito de la represión. O la inmovilidad que incentiva la anarquía.
En la Argentina no existen políticas de población que sistematicen, al menos, la sensatez. Predomina la inoperancia del progresismo que envuelve pero no cierra. Reconfortante, en la práctica, para la insolvencia infatuada de los discursos.
Comités de Bienvenida
Con los criterios del CELS, admirablemente democráticos, o del INADI, generosamente abiertos, en los puertos de España, o de Italia, tendrían que conformarse multitudinarios Comités de Bienvenida. A los efectos de recibir, en las playas, y con bandas de música, a los miles de pobres. Son africanos desesperados y con iniciativas que se lanzan -imantados- hacia la conquista de Europa. En barcazas miserables. Conducidas, en general, por los «negreros». No vacilan, llegado el caso, los negreros, en arrojar, a los conquistadores, al agua. Cuando se aproxima, sobre todo, alguna patrulla costera.
La misma recepción tendría que transcurrir en los aeropuertos. Pero ya no sólo con el pobrerío desolador de los africanos rechazables que arriban en barcazas. También con los argentinos de las capas medias. Formados en nuestras universidades. Los que llegan, a Madrid, con el pretexto lícito de visitar a los familiares. Pero son enviados de regreso con una estampilla, en la retaguardia. Y con un sello, en el pasaporte.
Ni hablar tampoco de los Estados Unidos. Donde suelen esmerarse, explicablemente, en impedir el ingreso masivo de los centroamericanos que también tienen iniciativas de progreso. Pagan de mil a tres mil dólares, a los pasadores siniestros que ni siquiera les garantizan (a los mejicanos, salvadoreños, hondureños, haitianos), que no van a morir, en la experiencia del cruce.
Indefinidamente podrían colmarse los ejemplos del pobrerío con iniciativas. Con los magrebíes que se lanzan, ocultos en baúles, o enroscados dentro de cajas de camiones, desde Tanger, hacia el puerto de Algeciras.
O con los sacrificados rumanos, sin ser necesariamente gitanos (a los que todos expulsan y nadie representa). Hoy los rumanos son culpados de cualquier desdicha. Violación o delito que se cometa en las entretelas de -supongamos- Italia, aquel país culturalmente cercano que ya no exporta más pobres. Los importa, masivamente, y a su pesar.
Miseria blanca
Impresiona el espectáculo impresionante de la miseria blanca. Se ofrece en cualquier tren subterráneo de la agotada Europa. Motivaciones racistas del espíritu suelen asociar, a la pasión vigente del racismo, con la negritud. O con el prejuicio antisemita. Cuando la xenofobia, en realidad, hoy mantiene una base principalmente económica. Lo prueba la miseria blanca. Es el pobrerío de los rubios que se expanden por Europa. Desde la caída de aquella ficción de la Unión Soviética. Con la colección de países desamparados, también condenados por el fracaso de la aplicación del socialismo real. Quedan relegados, los rubios, a la condición de mano de obra barata. Pero asociados, hoy, a la otra ficción, acaso próxima también a desmoronarse. La Unión Europea. Francia y Alemania tratan, con suerte relativa, de contenerla.
Cuestionar el capitalismo, como la globalización, es la manera más ingenua de impugnar el sistema métrico decimal.
Lo que cuesta, globalmente, es encontrar alguna solución humanitaria para el destino de los desplazados. Los efectos residuales del proceso de acumulación. Despojos del pobrerío, de cualquier color. Generadores de la pobrefobia.
Equivalentes internacionales son estos desplazados del cono sur. Se suman, en la Argentina, a la movilización interna. Simple producto del fracaso estructural de la idea -nunca más pensada- de nación.
Paraguayos, bolivianos, peruanos. Argentinos. Aquí también se proponen las corrientes migratorias del pobrerío. Desorbitados, enceguecidos con iniciativas de subsistencia que desembocan en los alrededores de la gran ciudad. Buenos Aires. Donde impera la hipocresía del progresismo cultural que se espanta ante la «xenofobia». Que defiende a los desplazados aunque prefieren, en general, no tenerlos cerca. Aunque no hayan leído, ni siquiera, las contratapas, de Carlitos Marx.
Oberdán Rocamora
para JorgeAsísDigital
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