Los Cámporas y «La Cámpora»
Héctor fue el Cámpora de Perón. Kirchner, el Cámpora de Duhalde. La Elegida, la Cámpora de Kirchner.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital
El origen de «La Cámpora» (el conglomerado de páginas web) debe rastrearse en «El Presidente que no fue». Texto de Miguel Bonasso más próximo a la ficción que al ensayo. Aquí se desprende la imagen benévola de Héctor J. Cámpora. El Cámpora original. Paradigma de la lealtad. Hacia El General. Primer malentendido.
Por lealtad, Cámpora, odontólogo venerablemente peronista de San Andrés de Giles, escaló peldaños en la confianza de El General. Para terminar tristemente degradado. Como un pobre pel… (ver «El Escarmiento», de J.B.Yofre).
En trazo grueso, el buen dentista confundió el significado de la presidencia delegada. El Tío de la «juventud maravillosa» debió someterse a ceremonias cotidianamente humillantes. Trabajaba como Presidente Delegado, pero el verdadero despachante del Poder, Perón, ni lo recibía.
El imaginario indica que el libro de Bonasso fue leído por el joven, casi adolescente Máximo Kirchner. El ensayo ficcional facilitó, además, el acercamiento entre Bonasso, y el padre de Máximo. El gobernador Kirchner. El próximo Furia.
Segundo Cámpora
Curiosamente, Kirchner iba a resistirse a ser el Cámpora de Duhalde.
Aunque Eduardo Duhalde, muy lejos de pretender emularlo a Perón, no tenía ningún interés de hacer -de Kirchner- su Cámpora de consumo personal.
Lo que Duhalde quería era, en el fondo, desembarazarse de la responsabilidad del Poder (que lo excedía). Pero sobre todo deseaba impedir que (el Poder) fuera capturado, otra vez, por Menem.
Lo cierto es que Duhalde, en el 2003, lo escogió a Kirchner, con la similar arbitrariedad con que Perón había escogido, en 1973, a Cámpora.
Para finalizar el acto, Kirchner, a los efectos de no repetir con Duhalde la experiencia de Cámpora con Perón, se dispuso, demasiado pronto, a pulverizarlo. A Duhalde. 2005.
Según la fantasía, por iniciativa de Máximo, brota la idea de forjar la agrupación. Para recuperar la mística juvenil. Protagonismo, pasión y lealtad. Surge la web de «La Cámpora». La «organización» que lidera -para el imaginario- Máximo Kirchner. Segundo malentendido.
Máximo, según nuestras fuentes, no conduce La Cámpora. Un pepino.
La tergiversación sirve, en principio, como estandarte recíproco. Para «chapear». Transcurrían los momentos de la hegemonía. Les convenía.
A los jóvenes, que no tenían más que un par de páginas web, les convenía que se creyera que, detrás de La Cámpora, se encontraba Máximo.
Pero también le convenía a Kirchner, y hasta al propio Máximo. Que se creyera en la existencia de una promisoria organización juvenil. En ciernes. A la carta. La idea sublime de otra «gloriosa JP». Celebratoria de las peripecias ejemplares del persistente Kunkel. O de Gullo. Pero nunca de Perdía. Menos, aún, de Firmenich. Volvía la mística del peronismo rebelde. La atmósfera reconfortante del setentismo revolucionario. Tercer malentendido.
Aquí no se asiste, en la práctica, al menor intento de revolución que supere la oralidad.
Persiste, eso sí, la adicción a la impostura de audaces treintones. Sin espesura ideológica ni rigor conceptual. Pero rápidamente cultores de los atributos exteriores del Poder. Del pragmatismo de los mangos.
Tercera Cámpora
El extinto Néstor Kirchner, «el segundo Cámpora que no fue», les proporcionó aire político a las diversas páginas web de «La Cámpora». Máximo, en cambio, fue elevado como estandarte.
Es cuando El Furia se sorprende, de pronto, con el «taller literario». La desocupación institucional, que intenta entretenerse con la construcción del PJ (también a la carta).
Después de haber elegido, en el 2007, a La Elegida. Su propia Cámpora.
«La Presidente que quiso ser. Y que es». Siempre para parafrasear a Bonasso.
En Olivos, Kirchner solía recibirlos los jueves. Emprendedores muchachos que militaban en las páginas web. Aparte de comer, El Furia incursionaba, según nuestras fuentes, en peroratas teóricas. Generacionalmente autorreferenciales.
Lecciones delirantes que le permitían, a El Furia, esbozar el cuarto malentendido. La tergiversación de diseñar un pasado, como parte de la épica revolucionaria. Para la vaporosa divagación del futuro.
Entre copiosos vasos de escocés, El Furia solía transmitirles, a los jóvenes con iniciativas, las ínfulas de protagonismo. Los formaba, con la generosidad del tiempo libre. A los herederos que iban a recibir, en diez o quince años, el poder. Con incierto romanticismo.
A la luz del desplazamiento insoportable, el extinto se dedicaba a acelerar irresponsablemente las contradicciones de los conflictos. Actitud que resultaría letal, para el gobierno de La Elegida. Con el desmadre del litigio del campo, y, en simultáneo, contra Clarín.
A esta altura, las páginas web de «La Cámpora» adquirían una visibilidad superior. Con cartelones. Con la incorporación de nuevos adeptos. Con aportes de entrañable efectivo que sirvió para movilizar. Crear nuevas webs en el interior. Alcanzar, para sus referentes, puestos y presupuestos nada irrelevantes.
Diputaciones. Subsecretarías nominales de Estado. Presidencia de empresas. Corporaciones inmobiliarias.
Con el estandarte, siempre, del liderazgo de Máximo. El muchacho patagónico, de pronto, extendía su extraña influencia política. Mientras administraba, en Río Gallegos, las propiedades familiares. Negocios que en realidad cuidaba -según nos informa Serenella Cottani-, un amigo casi desconocido de El Furia. Que merece también un poco de focos. Gianfelice, apodado El Bochi.
Mediología de combate
Los distraídos indagan acerca del fenómeno participativo que se registra entre la juventud. Descubierto, en general, después de las secuencias emotivamente conmovedoras del velatorio.
Con premura, el «fenómeno» suele atribuirse, en la evaluación precoz, a la inquietante penetración de La Cámpora. Penúltimo malentendido de la serie.
El acierto, para ser justos, pertenece, cuando no, al manejo de la Televisión. Menos que a la pasión militante, se asiste a una suerte de mediología de combate.
Derivaciones de la estética frontal que puede sintetizarse en los arrebatos nada originales de Diego Gvirtz. Hallazgos que permitieron que se respetara, de pronto, a Tristán Bauer. Fueron registrados, precisamente, a partir de la derrota catastrófica del kirchnerismo, de junio del 2009. Cuando El Furia era boleta, y se encontraba debajo de la lona. Y se le atrevía, en la volteada, cualquier locutor.
La caudalosa comunicación oficial se dedicó, desde la imagen, desde la virulencia del archivo y la violenta oralidad, a demoler a los adversarios del kirchnerismo. Los que percibieron, de inmediato, que la moda de enfrentar a Kirchner no sería, en adelante, gratis.
La ferocidad de la réplica mediática lo rescataba, en definitiva, al Furia, justo cuando estaba en tratativas avanzadas con el descenso. Pero -quién iba a decirlo- se recuperaba. A través de la idea, previamente instalada, de su recuperación. Un invento que, por construcción de la mediología aplicada, terminó por ser casi real.
Cuesta aceptar que la aplastante reiteración comunicacional resultó odiosamente efectiva.
El Efecto «6,7,8» movilizó, hasta la conmoción, a los miles de voluntarios que, en la actualidad, La Cámpora se propone facturar. Por supuesto, por Internet. A través del correo electrónico. La frivolidad del «yo quiero militar», punto com. Con la rusticidad del gmail. De todos modos, los treintones audaces de La Cámpora emergen, admirablemente, como los principales beneficiarios «del fenómeno de participación».
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital.Com
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