Menú

Aire para Correa

VALLENATOS (II): Gracias a un cadáver providencial, Ecuador avanza sobre Colombia.

Osiris Alonso DAmomio - 26 de marzo 2008

Artículos Internacionales

Aire para Correaescribe Osiris Alonso D’Amomio,
Consultora Oximoron, especial para JorgeAsisDigital

Para fortalecer al acosado presidente del Ecuador, don Rafael Correa, emerge un cadáver providencial.
Trátase de Franklin Azalía (o Ponelia) Molina, alias Lucho. Es el muerto que brinda el ostensible auxilio político que Correa, justamente, necesitaba. Porque el estadista venía perseguido por el contenido explosivo del computador del otro muerto. Raúl Reyes. El líder real de las definitivamente declinantes Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, las FARC. Un narco-guerrillero de alta exposición fotográfica.
Reyes era el yerno de Manuel Marulanda Vélez. El otrora temible Tirofijo. Hoy jefe sólo virtual, en el caso que aún exista, de la desestructurada organización que se dedica, en el retroceso de su operatividad militar, a la comercialización extorsiva de rehenes. Secuestrados que producen torrentes de lícito dolor entre sus familiares. Y una apeteciblemente tentadora dosis de prestigio. Para la gratuita especulación de otros líderes que aspiran a crecer, en la materia de referencia, con la perversidad del tráfico humanitario.
Franklin Azalía (o Ponelia) Molina, lo acompañaría, a Reyes, el adicto a las fotografías, en el último viaje. El más corto, previsiblemente, y trascendental. Hacia la muerte. Fueron juntos -Reyes y Lucho- violentamente ajusticiados en el operativo militar del 1º de marzo. Durante aquella noche de la carnicería en el Putumayo. Provincia de Sucumbíos, Ecuador.

Confusión mortal

Según las pruebas de ADN, el cadáver, que resultaría diplomáticamente providencial para Correa, «correspondía a la identidad» de Franklin Azalía, alias Lucho.
Y de ningún modo, «correspondía a la identidad» de Guillermo Héctor Torres, alias Julián Conrado.
Trátase del guerrillero cantor de las FARC. Al que la colega Carolina Mantegari, editora del AsísDigital, había dado, emotivamente, por finadito, en aquel celebrado «Vallenatos (I)».
Con la cicatriz lingüística de un comunicado, el malentendido lo aclaró el ministerio de Defensa de Colombia. Dice: «…el cadáver conducido a Bogotá, junto al de Alias Raúl Reyes, no pertenecía al particular Guillermo Enrique Torres, alias Julián Conrado». Sin embargo justifica la incorrección informativa que origina el texto de Mantegari. Porque aclara: «…como se había creído inicialmente, por su gran parecido físico».

Hasta el próximo desmentido, al menos, el cadáver corresponde a Franklin Azalía (o Ponelia) Molina. Es quien irrumpe para salvarlo, al menos temporariamente, a Correa. Para proporcionarle aire a Correa.
Y lo más gravitante: el cantor de las FARC no se calla.

Ser o no ser

Por su condición de ecuatoriano, Franklin, alias Lucho, desata la nueva turbulencia diplomática. Sirve para que Ecuador avance sobre Colombia. Para consolidar el aspecto saludablemente positivo de sentir, otra vez, que la OEA sirve para algo. Que es una organización necesaria.
Mientras tanto, los tres computadores, los expropiados a Reyes, adicto también a la obsesiva comunicación, son desmenuzados por la comitiva especial de Interpol.
De los computadores surge que Correa, por sus vínculos con las FARC, está, irreparablemente, hasta las manos. Casi tanto como Chávez, el desinteresado aportador solidario, de 300 millones de dólares. Sustanciales glucolines para consolidar el prestigio humanitario que legitime su estrategia de hegemonía en la región.
La cuestión que Correa, el informáticamente acosado, supo aprovechar, con un patriotismo magistral, el efecto secundario del cadáver de Lucho. Para reasumir, en una impecable voltereta, el rol de acosador.
Porque, para tormento de los países que se sientan en la OEA, las tropas colombianas le mataron a un ecuatoriano, y en el territorio de Ecuador. «La situación entonces es aún más grave», dijo Correa. No podía dejar pasar semejante atropello a la dignidad nacional.
Aunque Franklin, el connacional camarada Lucho, fuera un miembro de las FARC. Para Correa es inadmisible que le hayan masacrado a un ecuatoriano. Por su parte, los padres del cadáver niegan que Franklin haya sido un guerrillero. Para ellos, se trataba apenas un cerrajero cordial. Un muchacho con ideales e inquietudes. «Algo habrá hecho».
Menos melancólicos, los servicios de inteligencia colombianos -que fueron fundamentales para encarar la ofensiva decisiva sobre las FARC- mantienen, según nuestras fuentes, pruebas de sobra. Para justificar, por ejemplo, que Lucho estaba activo en la organización narcorrevolucionaria.
Lo certifican, aparte, otras festivas fotografías de Franklin. Una es reciente. Del último 25 de diciembre, en ocasión del cumpleaños de Reyes. Se lo distingue, a Lucho, en la participación del juego de la piñata. Y con los ojos vendados. Como un Gallito Ciego (Inocentada bastante usual, sin ir más lejos, en la máxima jerarquía policial de la provincia de Buenos Aires).
En otra fotografía se lo puede ver a Lucho, en cambio, acompañado de Nubia, su novia.
Es decir, de Nubia Calderón Trujillo, alias Esperanza. Ella era la encargada, según las fuentes, conjuntamente con Lucho, de la logística. Y de conseguir la indispensable documentación para que los narcoguerrilleros se desplazaran, lo más campantes, por el acogedor territorio ecuatoriano.
Ambos, Lucho y Nubia, posan, en la idílica selva, junto a Reyes, sonriente como si estuviera en un cóctel. Y con otro sonreidor, Simón Trinidad. Aquel banquero de las FARC especializado en el commodity de la cocaína. Que fuera extraditado, en el 2004, a los Estados Unidos.

Errores

Con el cambio de cadáver, el señor Santos, el ministro de Defensa de Colombia, el «vocero de la guerra» para Chávez, parece persistir en el error. Un hábito que fuera inaugurado, involuntariamente, por los colegas del diario » El Tiempo».
Con su blooper, El Tiempo también le dio un oportuno aire fresco a Correa. Al confundir, en otra fotografía social, al interlocutor de Reyes. Creyeron que era Larrea, el ministro de Seguridad del Ecuador. Un visitante frecuente del campamento de las FARC en Ecuador, y con contactos exclusivos que se desarrollaban, según nuestras fuentes, en la embajada de Venezuela, en Quito.
Larrea es el ministro que fue, en nombre de Correa, a ponerse a disposición de Reyes. Y a suplicar por la transferencia de un rehén. Para «dinamizar la labor política de Correa». De ser posible, querían, en delivery, al hijo del profesor Moncayo. Se lo cuenta Reyes a su suegro. Marulanda.
Pero el de la foto no era Larrea. Ya se sabe, era don Patricio Etchegaray. El penúltimo psicobolche de la tierra. Sin embargo, donde se encuentre Etchegaray, anida el espíritu de la gloriosa Unión Soviética, faro de todos los pueblos de la tierra.

El blooper del cambio de cadáver admite, aparte, la posibilidad del optimismo. El final con contenido. Con mensaje, tipo realismo socialista.
Porque Julián Conrado, el bienamado autor de los vallenatos más comprometidos con la causa de la guerrilla, subsiste, aún, en el romanticismo de la selva.
Con la guitarra, el fusil, y su verso.
Con la reinvención personal de la épica del Ché. Implora por el reconocimiento, en los festivales, del progresismo latinoamericano. Una simple invocación a Dios, como las de León, contagiosamente redituables. Una melodía dulce de Víctor, como aquella de Matías. Al menos un miserable CD, junto con el Página 12 del domingo.

Osiris Alonso D’Amomio
Consultora Oximoron,
para JorgeAsísDigital.

Relacionados