En la mala
Macri y los antecedentes Ibarra, Sobisch, Blumberg.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsisCultural, especial
para JorgeAsísDigital
La mala -que otros llaman la adversidad- constituye el máximo desafío para la fortaleza espiritual del infortunado.
En los ámbitos signados por la cultura del oportunismo -como la política-, la «mala» produce severos distanciamientos. Entre la sumatoria conocida como «el semejante». La aseveración es corroborada por la expresiva ideología del tango. A los efectos del estudio, suele reducirse a la ética desesperada del tango «Yira Yira». Cuando el sujeto -por ejemplo Mauricio Macri-, sumergido en la adversidad, comprueba que, a su lado, «se prueban la ropa» que va a dejar. La «ropa», aquí, es el control del Artificio Autónomo de la Capital. Segundo presupuesto de la nación.
Al percibirlo por la pendiente, en «la mala», con «olor a calas», el resto de las fuerzas, los competidores surcados por «la indiferencia del mundo», ajustan, como consecuencia, las estrategias. Por las dudas que Macri no resista los embates. Y caiga. Entre los cuervos.
La adversidad puede terminar con el trayecto. Clausurar la epopeya iniciada con aquel éxito primario, en Boca Juniors.
No obstante, si la supera (a la adversidad), Macri puede resultar vigorosamente fortalecido. Al extremo de ser catapultado, con mayor convicción aún, hacia el objetivo público. La presidencia de la república.
Casuística
En la desdichada peripecia, Macri puede equipararse -en la abundante casuística-, al modelo de Aníbal Ibarra. Al que también supo rodearlo la adversidad de una «comisión investigadora». En la misma condición de Jefe de Gobierno de (el Artificio Autónomo de) Buenos Aires.
Tres años infernales fueron los que soportó Ibarra. De los que pudo, por lo que hoy se percibe, más zafar que resurgir. Con las limitaciones que lo llevaron a disponer, en adelante, de ambiciones cautelosamente módicas.
Puede Macri también equipararse con los infortunios de Jorge Sobisch. Al que la adversidad lo sorprendió en su rol de gobernador de Neuquén. En vísperas del lanzamiento de la ya obstaculizada campaña presidencial.
A Ibarra lo arrastró, hacia el foso, la tragedia. Hasta la humillación destituyente. A Macri lo arrastra la patología del grotesco que debiera resistir. El hábito del espionaje absurdo, que fundamenta la paranoia colectiva. Cualquier «cacatúa», para insistir con el tango, hoy se siente intervenido por auditores extraños.
Téngase en cuenta que se trata del país donde ya nadie habla, ni escribe, nada trascendente. Ni por teléfono, ni por mail (tampoco -cabe consignar-, a veces, en seminarios, en mesas redondas, en libros).
Ibarra supo padecer los efectos destructivos de los doscientos muertos de la Sala Cromagnon.
Para Sobisch bastó con la horripilancia involuntaria de un solo crimen. El del profesor Fuentealba. Para que se le quebrara, abruptamente, el ascenso.
En cambio, a Juan Carlos Blumberg, sin responsabilidades de gestión, lo arrastró, hacia la mala, la pesadilla del bochorno. La chapa inofensiva del título inexistente bastó para que se legitimara el alejamiento de aquellas multitudes que supieron celebrarlo.
Un accidente terrible -Cromagnon-. La tragedia que aguardaba en el ocaso de una manifestación docente -Fuentealba-. La trama ingenua para presumir de irrisoria importancia personal -El «Ingeniero» Blumberg-.
Sólo los infinitamente leales lo sostuvieron a Ibarra después de Cromagnon. O se atrevieron a compartir una fotografía.
Después de Fuentealba, a Sobisch se le produjo un catastrófico vacío. Pudo experimentarlo en la campaña electoral, cuando los manifestantes le copaban los lugares donde iba a desarrollar un acto.
Después del deschave, por la inexistencia del título, Blumberg pudo experimentar que hacían cola para ignorarlo. Banalizaban, incluso, hasta la causa con que los había conmovido.
De algún modo, los ejemplos presentados pudieron testimoniar acerca de las sensaciones amargas, similares a las del destrozado protagonista de «Yira Yira».
Sin «fe». Con la vida quebrada, el dolor mordido.
Centralidad protagónica
Hay que aceptar que Macri -y sin ánimo de pasarle ninguna factura- es de los que supieron distanciarse ante «la mala» de otros. Sobre todo de Sobisch, que supo ser su aliado. Y también de Blumberg, con quien anunció una histórica alianza, en el Café Tortoni.
Indudablemente, Macri cuenta con superiores fuerzas para confrontar con la adversidad. Puede inspirarse, sin ir más lejos, en el temple demostrado por su antecesor Ibarra. Supo disponer del rostro de mármol cuando los concejales se le abalanzaban para tajearle la yugular.
Ocurre que Macri contiene algunos puntos a su favor. Conecta, conceptualmente, con aquello que los griegos llamaban el «carisma». Los atributos del «magnetismo». Es, acaso sin valorarlo, ni saberlo explotar, un inquilino constante de la «centralidad protagónica».
En el imaginario suelen confundirse los aspectos de su personalidad. Arrasan, los datos de la biografía, con las normas rígidas que separan lo meramente privado de lo explícitamente público.
Después de Menem, es Macri el que mejor supo construir el poder político a través de una existencia de miniserie. Donde interesan, colectivamente, las relaciones privadas.
Las circunstancias novelescas que rodearon a su secuestro. Las aventuras que complementan la aventura del «niño bien». Del aventajado «hijo de ricos», que decide, paulatinamente, lanzarse hacia las turbulencias de la lucha política.
De Macri, como temas de conversación social, interesan los aspectos secundarios que signaron hasta las separaciones de sus últimas tres mujeres.
Conmueve, además, y hasta para el esmero escasamente original de los psicólogos, la actitud filicida de don Franco Macri, su padre.
La «centralidad protagónica» de su existencia de miniserie lo acerca, precisamente, a las fantasías del imaginario colectivo.
Consecuencia, tal vez, del paso por Boca Juniors. En una sociedad donde el fútbol genera, además de pasiones, los atisbos de una ideología. Para colmo, su caída -la mala- se le da en un momento tristemente declinante de Boca. El que evoca, por vía indirecta, al equipo del éxito, unificado con la lluvia de oro de las consagraciones mundiales.
Significa que Macri construye política a partir de la identificación. La idealización que, de sus problemas, hace el otro. El semejante. Mismo, incluso, el adversario que le dedica una biografía.
Como si fuera el otro, paradójicamente, el que lo construye. Lo completa. Sobre todo entre los márgenes amplios que le dejan las limitaciones.
La característica, fatigosamente descripta, puede traducirse con el efecto de la popularidad. Es exactamente lo que tal vez le envidia, para el vulgo, alguna mala fotocopia de Macri. Como puede ser Francisco De Narváez.
Es exactamente lo que teme, en el fondo, Néstor Kirchner. Y tiene consistente razón al temerle. Por considerarlo a Macri (junto con el ya diluido Reutemann), el único en condiciones reales de desalojarlo.
Sin embargo, se equivoca. Mientras Kirchner tanto se preocupa (por Macri), y se ocupa personalmente tanto en demolerlo (a Macri), crece, silenciosamente, por el costado, el otro protagonista. El que Argentina se merece. Alfonsín.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
permitida la reproducción sin citación de texto.
Carlos Gardel – Yira Yira
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