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El desperdicio del 28 (ópera rock)

A un año de la peor derrota de Kirchner.

Jorge Asis - 25 de junio 2010

Artículos Nacionales

El desperdicio del 28escribe Jorge de Arimetea
Historia del Presente, especial
para JorgeAsísDigital

La derrota de Kirchner, del 28 de junio, nos lega -un año después- la frustración sombría del desperdicio.
La imagen del triunfo exhibía la consagración de Francisco De Narváez. Condecorado por las expectativas. El empresario de Casa Tía dejaba de ser el «sponsor», de billetera relativamente generosa. Abrumaba con su rostro en los carteles. Hombre ideal, en principio, para ser depilado por los aventureros de la política.
De pronto, Narváez conquistaba la chapa incuestionable. Ser el vencedor de Kirchner. Justamente en Buenos Aires, la provincia inviable.

La fotografía del acercamiento -para la que tanto bregó Tito Lusiardo, alias Juanjo- había sido un acierto.
Mostraba la unión de una de las tantas caras de la superstición del peronismo. Con el tanteo, saludablemente vacilante, del PRO.
Celebración que les correspondía a los tres cincuentones, atildados y blancos. Paquetísimos.
El citado Narváez, Felipe Solá y Mauricio Macri (Tito Lusiardo, deprimido y solo, se quedó apartado en su oficina).
La prueba del desperdicio probablemente sea que los tres se encuentren, en la actualidad, tan alejados (con Tito Lusiardo, incluso, bastante cerca de Kirchner).
Y que hoy corresponda preguntarse si a Kirchner, aquel vencido del 28 de junio, le va a alcanzar, o no, para coronarse, otra vez, en el 2011.
Menos que tratar la administración irreparable de la despedida, un año después se duda si la sociedad contiene -o no- espacio, para otra re reelección conyugal.
Así el postulante sea Ella, La Elegida (la que hoy sorprende, en Canadá, con la osada concesión de los consejos maternales, hacia los estadistas atribulados del desarrollo).
O Él. El Elegidor que se atreve, en la plena recuperación de la ofensiva, a enceguecerse con la aniquilación racional del Grupo Clarín. Pero no hay que confundirse: es la manera eficaz, aparte, de devaluar a los adversarios políticos.

El enemigo, para Kirchner, es Magnetto, el único que merece, en la coyuntura, la energía destructora. A su criterio, Magnetto representa la verdadera oposición. La comunicacional, que a Kirchner tanto le preocupa. Lo atormenta hasta la obsesión. Políticos abstenerse. Segundos -como en el box- afuera.

Ópera Rock precaria

El fracaso estructural del trío, oportunamente victorioso, es simultáneo a la recuperación mediática de Kirchner.
El vencido del 28 -Kirchner- se encontraba debajo de la lona. Besuqueaba, con la trompa, el piso.
Había arrastrado al gobernador Scioli, al rehén que no respeta, al vicegobernador Balestrini, al que hoy teatralmente llora, y al conjunto de mini gobernadores (que aún mantiene aferrados con su Banco), a la aventura testimonial. Fue el colapso.
Resulta evocable el patetismo del 29 de junio. Cuando Kirchner, con el rostro del boxeador noqueado, decidió renunciar a la presidencia del Partido Justicialista.
Le arrojaba el partido a Scioli, directamente, por la cabeza. Ni siquiera Scioli tuvo tiempo para elaborar el propio duelo. Por una derrota que la sociedad, por suerte, se la facturaba, con exclusividad, a Kirchner. De tanto deseo culposo que existía -en la sociedad- por acabar con el maleficio de su influencia.
Desde la legitimidad que le daba el partido, Kirchner, desde finales del 2007, cogobernaba. Contenía, gracias al PJ, la histórica equivocación de no haber sido reelecto. Para elegir -en la olímpica exhibición del máximo poderío- a La Elegida. Cuando los gobernadores, casi en su totalidad, sacaban número para rendirse, en las instalaciones de Puerto Madero.
Si Kirchner, como presidente de la Argentina, pudo alcanzar aceptables puntos de trascendencia, para discutir en otro ámbito, resulta innegable que, como presidente del Partido Justicialista, fue un desastre.
La derrota (hoy desperdiciada) de aquel 28, completaba el último eslabón de la cadena del descenso. De la dilapidación del máximo poder. Mientras arrastraba, hacia el precipicio, al gobierno de su mujer. Argumentos para la ópera de rock, estruendosamente precaria. Berreta.
Sin embargo, Kirchner, desde la lona, se sorprendía por la carencia de noqueadores. Con la certeza de saber que se había noqueado, en realidad, solo.
Paulatinamente, en medio del vacío, Kirchner recuperaba el suficiente oxígeno. Como para reasumir, con postura prepotente, hasta aquel PJ que llevó (y lo llevó a él) a la ruina. Y hasta para disponer, otra vez, en la ópera rock, del ejército de encuestadores que suelen entregarse a las conjeturas numerológicas. Que faciliten -o no-, otra re reelección, en el marco de algarabía económica.

Lo importante era la recuperación, también, de la iniciativa. A través de la cabalgata sobre los errores, de la insolvencia de los adversarios. Los cuales no aciertan, aún, en la manera de entrarle, al kirchnerismo que definitivamente los envuelve y los desorienta.
Mientras tanto, Kirchner, para ensayar la ceremonia del fortalecimiento, y para brindarle mayor dramatismo a la ópera rock, se lo carga, brutalmente, a Héctor Magnetto. El enemigo escogido, sindicado como el principal.
En su dinámica de destrucción, ya cualquier atrevido puede vaticinar (con mayor tendencia hacia la evaluación, que por caudal informativo) que después de Magnetto, el próximo objetivo, para destruir, es Hugo Moyano (de acuerdo a esta línea de interpretación, Zanola no va a sentirse tan solo).

Trío diezmado

Por su parte, aquel trío de los cincuentones atildados, paquetísimos y exitosos, que signaba la imagen ingenua de la victoria, se encuentra, un año después, diezmado. Desarticulado en el desperdicio.
Narváez suele diluirse, cotidianamente, con su pluralidad de apetencias. Se arrepiente a menudo, como el general Balza. Se rectifica más de lo que genera.
Solá arroja desesperados puñetazos hacia el horizonte. «Como un ciego en una habitación a oscuras». En la faena de diferenciarse. A los efectos de abrirse con la imaginación el camino que su prestigio le cierra. Pugna por no sentirse entregado en una negociación.
Macri, mientras tanto, es el otro desperdicio individual. Debe invertir, la mayor parte del tiempo útil, en las ingratitudes del contraataque defensivo. Acotado por el procesamiento que lo victimiza. Le cambia el eje. Envuelto en el espionaje de suspenso al cuñadito, circunstancia que le otorga un patetismo casi ridículo a la ópera rock.

Cartel francés

Entonces la superstición del peronismo no presenta mayores innovaciones para tentar a la sociedad.
Una de sus caras, la más uniforme y oficial, los muestra, otra vez, a Los Kirchners. Más sopa.
La otra cara, tal vez menos perversa, la brinda el espejo de la disidencia.
Tampoco tiene nada para ofrecer que sea superior a Duhalde. O que fuera, al menos, en la ópera rock, novedoso.
Es el radicalismo quien aporta las novedades. Cobos, en la actualidad, tiene que compartir el liderazgo de las expectativas. Debe habituarse al cartel francés.
Alfonsín, al contrario de Cobos, facilita la neutralización de otras alternativas que conforman el desperdicio general.
Es el abanico que se extiende desde las imposturas morales de la señora Carrió, hasta los socialistas estructuralmente presentables. Los que lo tienen, como emblema, a Binner.
El cartel compartido es menos cómodo. Pero Cobos tiene que demostrar, después de los dos años del reinado en las encuestas, que los altibajos partidarios de su trayectoria hasta fueron patrióticos. Porque tiene, para ofrendarle a la sociedad, algo más trascendente que aquel mérito por una expresiva vacilación. Por una sobreactuada decisión actoral, gestada durante aquella madrugada histórica que le inyectó dramatismo a la ópera rock que no tiene, infortunadamente, final. Brindó la imagen de otra derrota. También -en cierto modo- desperdiciada. Sobrepasada por la prepotencia de la recuperación ficticia, transformada, por la intensidad del vacío, y por euforia económica, en realidad.

Jorge de Arimetea
para JorgeAsísDigital

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