Sabor a nada
LITERATURA DE LOCUTORES (II): “¿Qué les pasó?”. Indagación apurada de Ernesto Tenembaum.
El Asís cultural
escribe Carolina Mantegari
Editora del AsísCultural,
especial para JorgeAsísDigital
Antes que Ernesto Tenembaum, la indagación liminar fue encarada, con resultados estéticamente optimistas, en el clásico «Sabor a nada», por Palito Ortega.
«¿Qué nos sucede vida que…?»
«¿Qué les (nos) pasó?», el texto menos sustancial de Tenembaum, puede equipararse, a la poesía de Ortega, sólo en el merecimiento del título.
«Sabor a nada» es lo que deja el recorrido frágil del producto.
Ganar amigos
Al amparo del raquitismo conceptual de la literatura argentina de ficción, el kirchnerismo promovió, en su debacle y a su pesar, como referencia temática, un fenómeno editorial de aspecto lucrativo.
Siempre dispuesto a la faena «carnegiana» de «ganar amigos», el Portal supo calificar la pandemia como Literatura de los Locutores.
Asístese a las contingencias del boom precario. De la genialidad encargada a la carta.
Es protagonizado por los locutores-comunicadores que suelen distribuirse las histerias de la mañana radial.
El producto más presentablemente elaborado, de la serie, es «El Dueño», libro que firma Luis Majul. Se impone como una sumatoria agotadora del enigma kirchnerista. Obra epigonal, inspirada en el básico «El amo del feudo», del periodista Daniel Gatti, editado en el 2003. En Santa Cruz.
El más desopilante, en materia de auto ponderaciones, es, de lejos, «Radiografía de mi país», la emanación recitada de Oscar González Oro.
Textos que complementaron la virtual colección «Literatura de Locutores». Integrada también por el sanitarista alternativo Ari Paluch. Por los vaivenes, las idas y vueltas de Víctor Hugo Morales. Y por los máximos especialistas en la captación de solidaridades. Los victimizados José Eliaschev y Nelson Castro.
Al cierre del artículo, apenas falta que Mauro Viale y Chiche Gelblung, dos copadores que saben barrenar el periodismo explícito -o las señoras Gloria López Lecube y Liliana López Foressi-, decidan también encuadernar pronto, con lícito derecho, sus lúcidas impresiones.
La nomenklatura
El ejercicio de la autoprotección parcialmente corporativa admite la percepción de una incipiente nomenklatura mediática. Con referentes que se retroalimentan, se celebran recíprocamente. Ofrecen, en simultáneo, una fórmula inteligente para posicionarse favorablemente en la próxima peripecia política. Que les permita sobrevivir. Ampliaremos.
En la apurada escritura del Tenembaum indagador, la pasión autorreferencial es complementada por una visión ingenuamente autosatisfactoria, de la generación periodística que lo contiene. A través, en su patología, de la valoración épica que impregnaba Página 12.
Es el diario instrumental, fundado por Jorge Lanata. Experimentó una trayectoria políticamente analizable. De erigirse como una inicial inversión de riesgo de Enrique Gorriarán Merlo, el orientador del ERP, Página 12 derivó en oculto mascarón de proa de Héctor Magnetto, el acosado hombre fuerte de Clarín.
Para ocupar, sin reparos digestivos, en la tristeza del epílogo, el rol de Secretaría de Estado de Página 12.
Decepción fácil,
resistencia efímera
Típico comunicador políticamente correcto, de decepción fácil. De resistencia efímera.
Atraviesa el sendero ríspido que despunta con el apoyo emocional a Kirchner, hasta la enumeración de los desbordes que posibilitaron la dinámica del despegue. Aunque rescata, en las vacilaciones, el ciclo kirchnerista, entre las páginas 360 y 363.
Se anota, el autor, en la etapa efusiva de «los días felices» (pág. 44). Cuando desfilan los méritos que lo contienen. Pero se pone crítico con las rigideces que legitiman el alejamiento. Como si fuera otro rescatable «héroe de la retirada» (pág. 34). De los seducidos precoces, por la magnitud moral de «los enemigos», que el sujeto -Kirchner- arrastraba (pág. 25).
Con esta línea de razonamiento, el florecimiento de críticos tardíos, como Tenembaum, tendría que otorgarle a Kirchner algún rasgo de simpatía.
«No se imaginan lo divertido que era» (pág. 232, se refiere a la actividad periodística durante el menemismo). Era menos difícil».
Palabra reiterada -«difícil»- hasta la facilidad estilística. O el hartazgo.
Omite el autor que el divertimento profesional de la pléyade progresista nutría la carne del Frepaso. Estructura progresista de la que tampoco el progresismo suele hacerse cargo, en la fiesta «divertida». Nada que concluya, en la gesta, por aquello que su generación tanto bregó. La Alianza.
Ayudar la memoria
La liviandad del texto resulta atractivamente funcional. Fracasa como honda indagación. Triunfa como prescindible «ayuda memoria».
Tenembaum recorre las anécdotas que jalonaron la historia que -se percibe- no termina de entender. Escamotea lo que pretende indagar. Porque, cierto, «es difícil».
Sin embargo, la «ayuda» permite valorar la «memoria».
Resulta gravitante rescatar -para Tenembaum- lo que dijo, alguna vez, en la radio.
El autor trascribe, aparte, para el rellenado de páginas, textos de su pertenencia publicados en el semanario Veintitrés.
Aleluya, alguien se acuerda de ellos.
Para próximas indagaciones menos precipitadas, Tenembaum tendría que profundizar en el nutritivo (desde el punto de vista literario) desencuentro de sus tíos Eva y Joseph. Si explora esa puerta, su escritura podría tener, probablemente, sabor a algo. Editó Sudamericana. 379 páginas.
Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
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