La Unión Democrática de Kirchner
Gestada por la Unión Cívica Radical, el PRO, la Coalición y el Peronismo Disidente.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
El «deseo imaginario» -al decir de Sebrelli-, de todo peronista mítico, consiste en tener enfrente, siempre, una Unión Democrática propia.
La Unión Democrática personal.
La idea es gloriosamente recurrente: Todos los malos juntos, en contra del peronismo, redentor.
Para ganarles, como El General, en febrero del 1946.
A los radicales, los conservadores, los comunistas. Conmovidos por la fraternidad del abrazo entre Santamarina y Rodolfo Ghioldi. Los democráticos estaban unidos, en «contra del fascismo». Impulsados por las severas intromisiones del embajador Spruille Braden.
Trátase, tío Plinio querido, de la fundación de la épica.
De la epopeya que suele exaltar el poeta popular Alfredo Carlino. A través de versos memorables, en la Oesterheld.
Complementada, a partir de septiembre de 1955, con la obstinada heroicidad de La Resistencia. Ciclo poéticamente clausurado en noviembre de 1972. Cuando la militancia, aún abnegada, produjo la iniciativa del regreso. De El General.
Entreverado en los pliegues de su deplorable conducción, Kirchner cumplió, tío Plinio querido, con el «deseo imaginario» de Sebrelli.
Por sus catastróficas equivocaciones, Kirchner logró que se gestara, en su contra, la Unión Democrática Personal. Una triste superación de aquella. La de Tamborini-Mosca. Sin ningún Braden.
Movilizada, otra vez, por la permanente Unión Cívica Radical. Compuesta por los sensibles macristas del PRO, los acusativos coalicionistas de la señora Carrió. Pero integrada, en esta versión, llamativamente, por decenas de peronistas que supieron emocionarse, también, con los poemas de Carlino.
Los «disidentes» de Kirchner. Los que le impugnan, a Kirchner, la concepción cultural de peronista. Problemas, en el fondo, parroquiales.
Grasitas
63 años después, los cambios registran, tío Plinio querido, la crueldad de las comparaciones.
Los historiadores, así no sean contrafácticos como Fraga, con imaginación investigativa, pueden hacerse un festival.
La noción sociológica de «pueblo», por ejemplo, se transformó en la ambigüedad genérica de «la gente».
Decir «pueblo» queda mal. Es más que un uso antiguo. Es demagógico.
Los descamisados de 1945, los «Grasitas» del 17 de Octubre, que evoca Carlino en el cariño protector de Evita, derivaron, tío Plinio querido, en profesionales de la desocupación.
En piqueteros relativamente tarifados.
Los «grasitas» que cruzaban los puentes a pie. Los desangelados que corrían para llegar a la Plaza de Mayo y descalzarse en la fuente, a los efectos de protagonizar el verso de Leónidas Lamborghini. Los desesperados que se subían, para cumplir con la lealtad, a los techos de los tranvías, hoy se movilizan perfectamente en ómnibus de alquiler. Para las concentraciones estrictamente programadas.
Pero el peronismo, el que se eleva para controlar las botoneras, el oficial, aún se encuentra, tío Plinio querido, inspirado en la ideología del poder.
Del poder que dicta, en definitiva, su propia ideología.
Adaptable al pragmatismo elástico de las circunstancias.
Representa, a pesar de todo, este peronismo impugnado por otros peronistas, la compleja continuidad histórica de aquello que fuera el «movimiento popular».
Que El General gestara, desde el trampolín utilitario del Ejército, a los efectos de conservar el Poder conquistado.
Pero también para transformar -un pequeño detalle- a la sociedad.
Con la «inclusión social», se diría hoy, del descamisado.
Del idolatrado Grasita al que hoy, mientras se lo celebra, se lo excluye.
Del Ejército, en cambio, lo más recomendable es, tío Plinio querido, y para esquivar equívocos, el conveniente silencio.
Transcurre, el Ejército, en su propia Resistencia.
Conste que ni siquiera se evoca, en el fundador, Perón, El General, la subvaluada condición de militar.
Temporada en el infierno
De todos modos, los demócratas parlamentarios de los dos mil pueden, tío Plinio querido, felicitarse con orgullo. Abrazarse por su triunfo. Lograron capturar la vicepresidencia primera de la Cámara. Mayoría en las comisiones. Solemnidades por donde se supone que circula parte del Poder. Y contratitos.
Lo gravitante, para merecida algarabía del Profesor Grondona, es que los opositores pudieron juntarse. Ejemplarmente. En contra de Kirchner. El mal conductor que se encuentra más cerca de Rimbaud que de Carlino. Inicia la «temporada en el infierno».
Se le pudo demostrar que la nueva Unión Democrática, personal e intransferible, representa la mayoría.
Que la ideología del poder, signada por La Caja, resulta insuficiente para contener la superadora voluntad de la nueva UD.
Surca, en la atmósfera, el aire meritorio del alivio.
Entonces Tamborini, Mosca, Palacios, Braden, Codovilla y los Ghioldi pueden, tío Plinio querido, desde el Purgatorio, «descansar en paz».
Para impulsar, acaso, el entusiasmo masivo de otra contramarcha. Exactamente opuesta a las marchas que imponen, a diario, los modernos descamisados, productos de la revolución socialmente banalizada. Los Grasitas que componen las organizaciones sociales. Y cortan cualquier calle. O acampan, para lograr mejoras, donde se les antoje.
Es el turno de otra venerable Marcha de la Libertad.
Dígale a tía Edelma, y a la Otilia -siempre fatal-, que la onda del momento es la Astrología de la Reencarnación.
Si les interesa, a tía Edelma o a La Otilia, averiguar qué fueron, astrológicamente, hace varios siglos, que avisen.
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