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La derrota de Minguito

Triunfa Mujica, pero el favorito es Lacalle.

Serenella Cottani - 26 de octubre 2009

Artículos Internacionales

La derrota de Minguitoescribe Serenella Cottani
Interior-Provincias, especial
para JorgeAsísDigital

MONTEVIDEO, URUGUAY (de nuestra corresponsal itinerante, Serenella Cottani).- Pese al inflamado triunfo, de 47 a 28, guarismo que emociona a los partidarios movilizados del Frente Amplio, José Mujica, el Pepe que tanto evoca al Minguito televisivo, ayer perdió, casi definitivamente, la posibilidad de erigirse como el próximo presidente del Uruguay. Para cumplir con la epopeya del guerrillero domesticado, por prepotencia de democracia.
Otra vez, el primero, Minguito Mujica, declina, ostensiblemente, en favor del segundo, Luis Lacalle. Porque Lacalle está obviamente capitalizado por los 17 puntos que le brinda Bordaberri, el tercero excluido. Bordaberri es el aspirante del Partido Colorado, hijo del mandatario preso, que convirtió la sonoridad del apellido en un neologismo. Bordaberrización. Es el rol del civil que le presta el nombre para el poder militar. Idea del setenta copiada de la Argentina de los sesenta. A través de Guido, el presidente justamente olvidado.

Parábolas

La distancia que separa a Mujica, de Lacalle, es engañosamente holgada. En la práctica, asiste técnicamente al empate virtual.
Entre el izquierdista demasiado moderado, Mujica, con 47, y el socialmente presentable, aún sindicado como neoliberal, Lacalle, con 45.
Desde anoche mismo, Lacalle se convierte en el favorito para la segunda vuelta, a registrarse el próximo 29 de noviembre. En el caso de imponerse el liberal, puede clausurarse la pedantería cíclica que marca la parábola del guerrillero, democratizado a fuerza de sensatez.
La parábola del revolucionario reformado amenaza con reiterarse, también, en la gigantografía del Brasil. A través de la señora Dilma Roussef. Es otra combatiente de antaño que supo evolucionar políticamente a partir de la magnitud de la derrota generacional. La debacle ideológica incita a revalorar, en el sur del continente, los atributos de la democracia que oportunamente supieron los protagonistas combatir.

En realidad, Minguito Mujica, en el Uruguay, y la señora Dilma Roussef, en la gigantografía del Brasil, pretenden reiterar, con niveles de seriedad, la parábola que se impuso en la Argentina, en broma trágica, pero en la versión más trucha. Con la consagración del neomontonerismo retóricamente retrasador, que encarna Kirchner.

Al contrario de Mujica y de Roussef, que participaron de ejecuciones de verdad, Kirchner sólo pudo destacarse, en la época de la referencia, en la ejecución de los créditos hipotecarios. Los que le permitieron conocer el rostro menos cruel del capitalismo. A través de la desventura del enriquecimiento.

Mano a Mano

Más que los proyectos movilizadores de los partidos, para la campaña por la segunda vuelta despunta, en adelante, un «mano a mano», como en el tango del zorzal que aquí se insiste que es uruguayo. Entre Mujica y Lacalle. Donde entrarán a tallar, con más fundamentaciones, los atributos de los hombres. Con los perfiles de las diferencias. Significa que en adelante comienza a considerarse también el valor, más que ético, estético. La formalidad, otro valor que fascina a los uruguayos. Tanto como la adhesión masiva al territorio, colectivamente inusual, de la sensatez. Visto desde la óptica insensata del país vecino.
Ocurre que aquí se descree, acaso afortunadamente, de los beneficios de «argentinizar» el proceso político. Porque ayer votaron también por clausurar los juzgamientos sistemáticamente interminables sobre las aberraciones del pasado. Es el sentido del rechazo a la derogación de La Ley de Caducidad. El efecto produce una emancipación cultural que tiene que ver con la concordia. Con la madurez que implica el evitar sumergirse entre los tropiezos fantasmales del insólito vecino.
La Argentina aquí sirve, en definitiva, como ejemplo de lo que nunca debe hacerse. Como exhibir la altivez de las venganzas jurídicamente organizadas. Que se suma a otras aberraciones contemporáneas. Como el conflicto agropecuario, que tan favorablemente repercutió en la economía uruguaya. O en el mantenimiento obsesivo del puente obturado, entre Fray Bentos y Gualeguaychú. Derivaciones de  la construcción irremediable de la papelera finlandesa. La Botnia que desmoronó, indudablemente, las cláusulas más visibles del Tratado del Río Uruguay. Pero que abusó de la siesta gestionaria, practicada en el alto nivel de la cancillería argentina.

Tristeza y ternura

En los 35 días que restan de campaña, es probable que se altere el nivel del raciocinio, que caracteriza al Uruguay. Es, en todo caso, lícito. Sobre todo cuando se aproxima el cambio ideológico. El traspaso del poder, desde el Frente Amplio hacia el Partido Blanco. Transferencia que nunca hubiera ocurrido si el candidato era Astori. Y no Mujica, el que es. Porque el simpático Minguito no tendrá otra alternativa que ajustarse a las reglas de la organización del debate. Al «mano a mano» del oriental Gardel. Donde, es presumible que Minguito pierda. Por los deslizamientos de su lengua impertinentemente inmanejable. Aunque, por la tristeza de la estampa, por la austeridad, Minguito suele despertar adhesiones sentimentales, cercanas a la ternura. Pero el romanticismo es insuficiente cuando se juega la imagen, el prestigio de balneario del Uruguay.

Serenella Cottani
para JorgeAsísDigital

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