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La Gran Tergiversación

El mérito de transformar la derrota en un triunfo.

Jorge Asis - 18 de agosto 2009

Cartas al Tío Plinio

La Gran TergiversaciónTío Plinio querido,

La idea, ampliamente instalada, es perniciosa.
Indica que Kirchner se recupera, a partir de la ineficacia extrema de la oposición.
Porque, entretenida con los caramelos de madera del diálogo -ligeramente espolvoreados con azúcar impalpable-, la oposición se dejó envolver. Consecuencia de la mediocre insustancialidad.
Hasta que Kirchner, precipitadamente curado de las lastimaduras del último fracaso, impuso la máxima tergiversación. Impostura que hubiera desconcertado hasta a Jean-Francois Revel.
Consistió -la tergiversación- en exhibir la supervivencia del kirchnerismo.
Al transformar, aquella derrota -hoy lejana- del 28 de junio, en una especie de triunfo. Al extremo de divulgar la ambición de continuidad, después del 2011.

Tentaciones

La Gran Tergiversación consiste en demostrar, tío Plinio querido, que, en el fondo, «todo está como era entonces».
La interpretación es tentadora. Consumible para la digestión de los analistas fáciles.
Sirve para devaluar los atributos de los referentes opositores. Sobre todo a los que tanto se agrandaron, numerológicamente. En exceso.
Lástima que la interpretación -si no del todo falsa-, sea inexacta. Y un tanto injusta, en realidad, con los eventuales triunfadores. Los opositores que se convirtieron en víctimas de La Gran Tergiversación.
Por no haber aprovechado -las víctimas- aquello que nunca hubieran debido aprovechar. El momento de la desorientación. El de la máxima vulnerabilidad del «noqueado» Kirchner. Para fulminarlo.
Pero semejante tentación no correspondía. Tampoco, tío Plinio querido, era posible. No había tampoco quien pegara.
Es la propia dinámica política de la Argentina fragmentada -y de ningún modo es la inacción de los opositores-, lo que permite el despertar que todos, en el fondo, esperaban.

Mesita ratona

Lo gravitante es constatar que Kirchner, desde la lona, tío Plinio querido, avanza.
Hasta colocarse, otra vez, admirablemente, en el centro del escenario que nunca abandonó. Ni siquiera cuando estaba destruido.
En la lona, pero con el control de la mesa del poder.
La mesita ratona. A la que sólo se sienta, en definitiva, él.
«En la suya». Incorregiblemente en la misma, Kirchner marca la agenda.
Sin modificar un pepino la concepción del INDEC.
Sin conceder un palmo de balance, a ningún tenedor de libros del Fondo Monetario Internacional.
Sin decidirse, tampoco, al sinceramiento de aumentar las tarifas de los servicios públicos como la luz o el gas. La fantasía continúa. Sometida al bartolerismo de los avances de clarificación. Anticipos de los retrocesos que signan la magnitud de la improvisación. E incendia a los funcionarios de amianto.

Oponentes

En poco más de treinta días, debe aceptarse que Kirchner recompuso los pedazos, severamente desparramados, de la antigua prepotencia. Para pasar, explicablemente, a la ofensiva.
Para arremeter, desde la mesa ratona, contra el principal oponente que, a su criterio, cuenta.
Que no es, por supuesto, ni de lejos, Macri, el que debe cohabitar con La Elegida.
Ni el diplomático Morales. Ni la voluntariosa señora Stolbizer.
Tampoco lo es, tío Plinio querido, la señora Carrió. (aunque ella alcanzó, con el sigiloso alejamiento, a esquivar los chupetines impalpables del diálogo).
Menos aún lo es el Caudillo Popular Francisco de Narváez. Al vencedor, no lo respeta.
Ni siquiera lo es el pobre Cobos, que se sostiene vigente desde la portada de los diarios. En un atletismo interminable que lo mantiene a la cabeza, pero de las encuestas.

Porque Kirchner decide avanzar, atropelladamente, en la tergiversación, sobre el enemigo considerado principal. Sobre Magnetto. O sea, contra Clarín. Pero sólo después de haber conciliado, tío Plinio querido, con Moyano.
El tercer hombre fuerte -Moyano-, va por la gobernación de Buenos Aires. Como si fuera otro Balestrini. O Bruera. O Massa. O el portugués Baldomero Oliveira.
«Cuando la carne se cuelga baja -decía Andrés Amil- hasta el perro salchicha se le atreve».

Paredones

Kirchner va, frontalmente, con lo que tiene a mano, en contra del Grupo Clarín. Porque Clarín le interesa, tío Plinio querido, infinitamente más que el seleccionado de todos los opositores juntos.
Convertidos -los opositores- en las aletargadas víctimas de la Gran Tergiversación.

Va contra el «poder de fuego» que Clarín, según La Elegida, genera. A través de los «fusilamientos mediáticos».
Paredones de papel, entintados. Paredones de plasma, con imágenes.
El fútbol, en adelante, no debiera reservarse, tan solo, tío Plinio querido, para la respetable especialidad del periodismo deportivo.
En adelante los goles adquieren una trascendencia superior. Forman parte del análisis político del Joaquín y del Edgardo. Del estudio del «Poder Vacante».
De otro modo, no puede entenderse la invocación, eufóricamente parlamentaria, del diputado Rossi. Cuando, en la plenitud triunfalista del final, les dijo, a los diputados de la oposición, que también quería verlos, «como a los presidentes de los clubes», en sus bancas. Para «cuando se trate la Ley de Radiodifusión».
A Rossi, entonces, los compañeros del equipo, del Frente de la Victoria, de pronto lo abrazaban. Como si El Barba hubiera hecho un gol. Al ángulo. Como el de Cárdenas, al Celtic.

Mientras tanto, gracias a la Gran Tergiversación, se evapora el aroma despreciable que acosaba al kirchnerismo. El de la partida. Con el boleto -irremediablemente- picado.
El riesgo de reiterar, el final del 2001, parece, tío Plinio querido, alejarse.
El Gran Tergiversador, desde el equívoco, en el desierto se recompone.
Hiere de muerte al adversario sustancial, Clarín, a través del negocio hipotecado de los goles.
Y va, con la amenaza de la Ley, ahora, por sus propiedades. Amaga con pulverizarle la fusión de los canales de cable. Ante la perplejidad de los otros opositores. Actores de reparto que no saben, otra vez, cómo situarse.
Avanza Kirchner con las imposturas de la Gran Tergiversación. Aunque se arriesgue a que Clarín, que dormía en la abulia plácida del letargo, no tenga otra alternativa que pelear.
Que se anime a publicar, incluso, tardías fotografías que estaban, como aquellas urnas, bien guardadas. Incorrectas fotografías de Kirchner junto a Menem. Las que cualquier desinformado, a esta altura, conoce.
O que despliegue informes ya casi sobriamente innecesarios. Sobre los gastados deslizamientos de Cristóbal López, el empresario de la casa. Con datos archiconocidos por cualquiera que haya sabido encender, en los últimos cinco años, una computadora.
O que se constate, desde la televisión, que los «argentinos viajan como ganado al matadero».
Sorprenden las dificultades que presenta Clarín para encarar la pelea.
La patética carencia de recursos, que induce al error. Como producto, acaso, de la impotencia. El de refugiarse, por ejemplo, en la embajada de los Estados Unidos.
Tan pichones, para Kirchner, no deberían ser.

Indefensiones

En el momento más débil, Kirchner demuestra que tiene, aún, suficientes méritos para tergiversar. Hasta para aprovechar, incluso, la obsoleta fragilidad del Grupo Clarín. Que se siente, por primera vez en cuarenta años, embocado. Embestido por un irracional que nada tiene, para perder, más que el poder. Sólo el poder que lo moviliza. Por lo tanto los condena, cruelmente, a exhibir la desnudez empresarial de la indefensión.
Con la conducción -para colmo- herida. Por las laceraciones de un Magnetto difícilmente reemplazable por los golfistas cómodos. Atormentados por el colesterol, que los obsesiona más que la vocación por la lucha.
Un Grupo Clarín inmovilizado. En la práctica, entregado. Por la evolución de los ejecutivos económicamente gordos. Incapacitados moralmente para entregarse a ninguna confrontación. Políticamente desvencijados. Abrumados, temerosos, sin fe. Con una redacción escasamente preparada para adherir a los rigores de las batallas que, en el fondo, no siente. Son causas perdidas que no entran en la camiseta profesional del salario.

Por último, la Gran Tergiversación, aunque exitosa, ayuda a que prospere, tío Plinio querido, el peor de los equívocos.
El equívoco de creer que Kirchner, por proyectarse entre las víctimas sin iniciativas, por avanzar sobre los cómodos financistas que monopolizaban los goles, se encuentra «más fuerte que nunca».
Al contrario, tío Plinio querido, Kirchner está perdido. Jugado. Cerca del tiro del final.
Si avanza sobre los goles es, ante todo, por la desesperación. Temática de la próxima carta.

Dígale a tía Edelma que envíe, para regalar a sendas Iniciadas, dos puntas radiantes de Cuarzo Cristal. Reservorios vibrantes de la energía mágica.

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