El «campo» kirchnerizado
Insólita transferencia cultural.
Cartas al Tío Plinio
Tío Plinio querido,
En alza. Más que agrandado, el «campo» se vuelve culturalmente kirchnerista.
A través de las imposturas de los dirigentes «enlazados». De la gloriosa militancia productora.
En los planteos vengativos de la euforia, el «campo» se dispone a poner al gobierno, ahora, «de rodillas».
La transferencia cultural es, tío Plinio querido, asombrosa. Perfectas consecuencias del rencor.
El «campo», a través de la prepotencia, adoptó la tonalidad implícita en la explicable venganza. El sistema cultural de los valores del enemigo.
Al enemigo que políticamente venció. Aunque, en las maneras, exhiba la jactancia triunfal de su cultura.
Para aprender, al doblegarlo, las lecciones, inesperadamente nocivas, de kirchnerismo básico.
«¡Y pegue, pegue Buzzi pegue!».
A esta altura, al «campo», súbitamente kirchnerizado, no podrá costarle un gran esfuerzo conseguir el objetivo. Arrodillar al gobierno.
Basta, apenas, con obstinarse, un poco más, en la imposición de las exigencias.
En la consecución de las soluciones. Para el viernes. Como si el Aníbal las pudiera proporcionar.
El endurecimiento oral no parece ser el sendero más recomendable.
Un sinceramiento de la economía, para la Argentina sería, tío Plinio querido, fatal.
Para la continuidad democrática, es preferible insistir en la continuidad de la fantasía. Profundizar la articulación del verso.
«Basta de realidades, queremos promesas», como decía el positivista Vernet.
De acuerdo a la gravedad cínica del análisis, Moreno nunca, tío Plinio querido, debería irse.
Al contrario, a Morenito habría que fortalecerlo. Escriturarlo. Para que forme parte eterna del inventario.
Porque si se nos va Moreno, que representa el símbolo, estalla, metafóricamente, la totalidad de la estructura, que tiene pilares de arena.
O lo peor, tal vez sólo se esfume. Se diluya sin el menor estallido. Que significa, en todo caso, energéticamente, una expresión de fuerza.
Naufragio
A un mes del colapso plebiscitario del 28 de junio, lo que queda del gobierno de La Elegida se encuentra atrozmente debilitado.
Atontado, tío Plinio querido. A la deriva.
La posibilidad del naufragio, inclusive, puede erigirse como un sistema de salvación.
El problema es que en el escenario no aparece, siquiera, ningún tronco.
Como dijo Biolcatti, o cualquiera de ellos:
«La oposición aún no se dio cuenta que ganó».
Sin estrategia de avance, pero tampoco sin barra de contención, el gobierno de La Elegida se deja, tío Plinio querido, sólo llevar.
Los cretinos innumerables que lucraron con la fantasía hoy forman tácitas filas para borrarse.
Para tomar distancias, como en aquellas formaciones de la escuela.
Queda entregado al mero atributo de durar. Al mérito de persistir. De hacer tiempo, a través del placebo del «diálogo». Para perderlo.
Entre negatividades como la impotencia. La falta absoluta de credibilidad. La parálisis de la administración.
Una suerte que aún sigue -firme, atornillado- Moreno. Mientras esté Moreno hay esperanzas.
¿Qué va a ser del kirchnerismo, tío Plinio querido, cuando se vaya Moreno?
Sin fuerzas, siquiera, para exhibir las cabezas de los recursivos mariscales de la derrota. Los responsables de la catástrofe que signa la desventura.
Porque, si lo mira bien, estos baluartes del kirchnerismo dilapidaron la fortuna del Estado, para no ganar, al menos, la elección.
Regalaron la energía, a la clase media, durante seis años. Para que ni siquiera los votemos.
Facilitaron, con subsidios, los desplazamientos, por monedas.
Colmaron de dinero a los minigobernadores para promoverlo, en definitiva, a De Narváez.
Al que convirtieron en luminaria del firmamento político.
Fue, indudablemente, la máxima hazaña.
«El sistema productivo está destruido», protestaba ayer, en la asamblea de La Rural, cualquiera de los dirigentes agropecuarios. El que elija. Los cuatro o cinco que se fundieron con el concepto «campo». Hasta mimetizarse.
Pero el gobierno, acusado como el gran destructor, también está destruido. Más aniquilado, incluso, que el propio sistema productivo.
Game over.
Hoguera
Para colmo, en la aceleración del curso de kirchnerismo básico, el «campo» decidió también pulverizar a Scioli, el líder de la Línea Aire y Sol.
Justamente al referente -Scioli- que salía a hacerse el diferente. Por una conjunción desarticulada de motivos.
Sin siquiera imaginar, el pobre Scioli, que el positivismo de la «fe», de la «esperanza», del impulso de ir «siempre para adelante», era, ahora, insuficiente. Un recurso innecesario. Servía apenas para conseguir una fotografía.
Después de la derrota electoral, Scioli encara, tío Plinio querido, la aventura de la diferenciación.
De manera, posiblemente, pactada, con Kirchner, el Gran «Dictador». El que «dictaba» los ejes de la estrellada política anterior.
Kirchner trata, ahora, impresentablemente apartado, de recomponer los inagotables dolores del vencido. Mientras tanto Scioli, en la lectura perimetral, sale a conquistar algo. Al menos, migajas de credibilidad. Pedazos de imagen para diferenciarse. Lo que pueda. «Siempre para adelante».
Scioli trató de acercarse, simbólicamente, tío Plinio querido, a los altivos vencedores del campo. A través de una visita signada por el marco institucional. Como gobernador de la provincia de Buenos Aires, en pleno blindaje político. Con el objetivo de dejar la derrota, inmediatamente, atrás. Y proseguir con la dinámica de la esperanza y la fe, características de la Línea Aire y Sol.
Fue acompañado por el asustado Pampuro. Presidente Provisional del Senado. Segundo en el escalafón sucesorio.
Pampuro siempre tiene el aspecto distraído. Del que ignora los detalles del cuadro que protagoniza. Del cuadro que lo excede.
Pero nunca, tío Plinio querido, le crea.
Sabe Pampuro que, en la primera de cambio, de rebote, sin entender las claves del juego, puede quedarse, indeseablemente, en la turbulencia, con la presidencia de la república. Así sea para convocar a la Asamblea legislativa. O concluir -quien le dice- el mandato.
Pero ocurrió que los dirigentes agropecuarios se volvieron, tío Plinio querido, culturalmente kirchneristas.
Explica que lo entregaran, ayer, en la asamblea, a Scioli, en la hoguera del abucheo.
Le demostraran a Scioli que, aunque nunca mirara hacia atrás (porque siempre va para adelante), se quedaba, irreparablemente, prisionero de aquella imagen congelada.
La de dirigente leal a Kirchner. Porque carecía de otra alternativa.
Al Kirchner que Scioli acompañó en las ceremonias autodestructivas que signaron la derrota. Al que incluso precedió, en el desperdicio de la palabra, en uno de los peores actos de la historia superior del peronismo. El difícilmente olvidable 17 de julio del 2008, frente al Congreso.
Justo un día antes que el vicepresidente Cobos se consagrara, ante la historia, por las vacilaciones del voto. Emblema de la próxima desdicha del gobierno. De la que nunca más iba a recuperarse. Hasta profundizar la declinación absoluta del ciclo político que se padece. Con la kirchnerización, totalmente inesperada, de los vencedores.
La cuestión que Scioli, el que va «siempre para adelante», con la «fe» y la «esperanza», después de tantas luces verdes, a veces atravesadas sin respeto, se estampó, tío Plinio querido, finalmente, con una luz roja.
La luz malamente roja del campo. Como el mar, implacablemente, el «campo» no perdona.
Los emblemas del neokirchnerismo agrario, los productores del campo, expresan la simbiosis cultural. Nunca van a olvidan que fue Scioli el que les dijo: «con la comida no se jode».
Con los neokirchneristas, por lo que se ve, tampoco.
Dígale a tía Edelma que se prepare, con la Otilia. Porque vuelven las concentraciones. Rosario. Palermo. Paraná. Las turbulencias de la militancia popular.
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