Evaporación y reconstrucción del poder vacante
“Si se te atreve la Corte Suprema, poné mejor una fiambrería”.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsisDigital.com
1.- El poder no ejercido
En la Argentina institucionalmente deteriorada no hay conflicto de poder. Simplemente se evaporó el poder. Se acabó. Debe ser reconstruido.
El poder está vacante.
Para que se lleve puesto al gobierno un organismo cautelosamente burocrático, lento y conservador como la Suprema Corte, hay que haber derrochado tristemente el poder. O lo peor: no haberlo ejercido.
“Si se te atreve la Corte, poné mejor una fiambrería”.
Para pelearse con Juan Carlos Maqueda, El Compañero, hay que tener ganas de pegarle hasta al espejo.
Competente, honesto, experto en el ejercicio de la política. Sabe más de peronismo que todos los improvisados juntos que atacan.
Como litigar con Carlos Rosenkrantz, el Woody Allen del derecho.
Intelectual que supo juntar sus billetes como abogado y prefiere mantener el perfil subterráneo.
O blasfemar contra Horacio Rosatti, El Briga.
Académico reconocido que hasta indagó en cinco tomos sobre la historia de Boca Juniors.
A lo sumo, consta el recelo de un gobernador que reprocha el incumplimiento de cierto acuerdo.
Pero con Ricardo Lorenzetti, el Mito, suele ser peligrosamente atractivo enfrentarse.
El Mito mantiene el diplomático encanto del enigma.
Los que le temen, sospechan que detrás de la franca sonrisa debe aguardar un puñal.
Durante el desperdiciado Tercer Gobierno Radical -que presidió Mauricio Macri, El Ángel Exterminador- se temía que el objetivo de Lorenzetti fuera alcanzar, desde la Corte (que le quedaba chica), la presidencia. Pero del país.
La “epopeya”
Tienta atribuir, como máximo responsable de la evaporación del poder, a Alberto Fernández, El Poeta Impopular, que preside el gobierno de La Doctora, “la jefa” condenada y proscripta. Y predispuesta, explícitamente, a subastar el bastón de mando.
El bastón que tampoco ella supo utilizar. Pero no debe caerse en la fácil tentación de regar su perpetua centralidad.
En la literatura de Julio Cortázar, el idioma glíglico era un juego incomprensible pero que por el ritmo se entendía (ver “Rayuela”).
En Alberto, pobre, el absurdo del glíglico es un destino.
Prefiere, como balance de gestión, divulgar las proezas de una “epopeya”.
Impulsa una odisea promovida por las damas vigorosas que subsisten en su entorno.
La señora Victoria Tolosa Paz, La Aplanadora que le aporta energía.
La señora Vilma Ibarra, La Ideóloga, aporta trozos de solidez.
O la señora Gabriela Cerruti, la Porta Parole, la vocera que va más allá de la voz. Hasta, a veces, superarla, en materia de desbordes.
Por “arrastrar la marca”, por despejarle habituales críticas o descalificaciones, Alberto la distingue a Cerruti. Resulta imprescindible.
Y la epopeya imaginaria se encuentra en pleno funcionamiento mientras el gobierno, piadosamente, se descompone.
La disparatada guerra contra la Corte deriva en el entretenimiento de verano signado por la imposibilidad. Síntoma de la impotencia de un gobierno que desperdicia un momento histórico que, para Argentina, debería ser de euforia.
Solo hay algo tan tonto e inútil como atacar a la Corte.
Es defenderla.
Prioridad de una oposición que tiene en el horizonte servido el poder. Pero que se comporta como el complemento perfecto de la misma imposibilidad.
Parálisis consentida del Legislativo en pugna. Mientras el Ejecutivo le declara la guerra estúpida al Judicial justamente cuando se abre el calendario de elecciones. “Como un damasco lleno de miel”.
El combate amargo por lo que queda del dulce.
3.- El damasco
Al abrirse el damasco de la candidatura se lo apunta inapelablemente a Sergio Massa, El Profesional.
En realidad, Massa es quien hoy gobierna. De quien absolutamente todos dependen.
El Profesional hace un extraño equilibrio con la economía, parado sobre una cuerda extendida entre los incendios que logra sortear con astucia.
En un juego permanente de avances y concesiones. Peronismo básico, sin dinero.
Nadie le cree a Massa que la apuesta electoral de 2023 no le interesa. O que solo aparenta entrenarse para 2027. Con lo cual expone una base incierta de optimismo. Apostar que en 2027 todo pueda continuar en pie. Pese al turismo aventura de suponer que aguardan otros cuatro años de macrismo.
En la racionalizada versión Larreta. Inimaginable versión Bullrich. O en el Segundo Tiempo de la renovada versión Mauricio Macri.
Pero Massa sigue obstinado en el equilibrio entre los incendios y ni teme caerse.
Mientras tanto, para figurar en la estampita, Alberto se entretiene con la “epopeya” de su glíglica campaña electoral.
Desde el lodo se dedica a destruir al Ángel y lo que hace es, en la práctica, consolidarlo.
Además habilita, por las dudas, el impulso por la revancha de Daniel Scioli, Líder de la Línea Aire y Sol. Un aliado transitorio que despliega el positivismo teórico del “siempre predispuesto”.
Las consentidas excursiones playeras de Scioli contrastan con las proyecciones del Premier Juan Manzur, El Menemcito.
Las conexiones de Manzur son contempladas con desconfianza.
Se extienden desde el sindicalismo hasta las gobernaciones y mini gobernaciones.
Pero la fuente de legitimidad de Manzur consiste en otro enigma indescifrable. Las razones misteriosas de sus potentes relaciones con “el Norte”.
O los privilegios explícitos que le proporcionan desde Israel. Símbolos de un posible respaldo internacional. En especial en lo estrictamente económico.
“Los paisanos influyentes de aquí son de clase media si se los compara con los amigos reales de Juan”.
Lo confirma “un paisano” local, de origen cuevero y ya un unánime experto en la poética sutil de las finanzas.
Hasta ahora solo aparecieron los afiches que aluden a “Juan 23”, complementados por su silencio.
Y el sensible Poeta Impopular siente, de pronto, una pasión intensa por Juan.
Al extremo de mantenerlo, como sea, de Premier, para tenerlo cerca, o a lo sumo en campaña, en Tucumán.
Continuará
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