Socios para la decadencia colectiva
La Cámpora es otra vez la Agencia de Colocaciones, el macrismo se degrada y muestra el rostro trucho mientras Lavagna se sumerge en el fondo de olla del consenso.
Artículos Nacionales
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
1. Los muchachos de la Agencia
Proyecto
privatizado de expresión juvenil, La Cámpora vuelve a ser la
tradicional Agencia de Colocaciones. Pero sólo para los selectos
miembros de la “orga”.
Los pragmáticos van a los bifes. Por
los puestos. Tocados por la varita mágica de la Red Link.
De
facto, sin haberle ganado a nadie, los muchachos de la Agencia se
atribuyen una superioridad natural que la sociedad indiferente dista
de reconocerles.
Tampoco supieron conquistar la veneración del
peronismo. Fenómeno maldito que se transformó en un dulce esbozo de
ternura, que los nutre.
Pero la fuente de poder de La Agencia es
exclusivamente La Doctora.
Agobiada por su situación límite, La
Doctora no conduce a nadie. “Deja hacer a los chicos”.
Para
facilitar los saltos de garrocha, de los tantos que se alejan por no
mojar la medialuna.
O para la rencorosa disconformidad de los
peronistas que no se atreven al salto ornamental. Aunque les abran
ventanillas, desde otras formaciones.
En otro momento histórico,
los desplazamientos hubieran sido calificados de traición.
Con el
elemental desprecio ético y estupor estético, que merecía,
incluso, la estampilla de un balazo.
Se
asiste, en la práctica, al abuso extorsivo de las dos pasiones. El
amor y el odio se complementan.
Precisamente La Doctora despierta,
entre sectores de la juventud, el amor.
Es la pasión que demanda
mayor rigor al comportamiento de los patrones de la
Agencia.
Desperdician ese amor con una propuesta mezquina, voraz y
con ribetes autoritarios.
Sin La Doctora, los muchachos de la
Agencia estarían en condiciones de copar, a lo sumo, una sociedad de
fomento.
La Doctora es el estandarte. El mascarón. Sin capacidad
para el armado, como en 2015, ni para la conducción. Absorbida por
el dramatismo de su situación límite.
Pero los muchachos de la
Agencia aspiran a quedarse, si pueden, con el control de la
provincia. Después del país.
A partir del poder más regalado
que delegado.
Resulta transitoriamente eficaz para desanimar a los
peronistas culturales, movilizados por el valor, en desuso, de la
lealtad.
La paradoja culmina con la suministración de moral para
los garrocheros que nada quieren saber con la reiteración del
autoritarismo anterior que los llevó a la derrota.
Entonces la
traición es algo más que una consecuencia. Una cuestión de honor,
ejercitada en defensa propia.
“Hay algo peor que la traición.
El llano”, anticipaba, ya en los 90, el extinto filósofo Juan
Carlos Mazzón, El Chueco.
Otro pensador contemporáneo
agrega:
“El problema del peronismo no es la traición. Es más
grave. Ya no hay a quién serle leal”.
2. El rostro trucho del macrismo
Socios
para la decadencia colectiva.
El Tercer Gobierno Radical merodeaba
el borde de la degradación. Hasta que se introdujo. Para flotar en
ella.
Muestra “el rostro trucho del macrismo”. Para
parafrasear a Ernesto Sábato (en 1956 Sábato creyó captar el “otro
rostro”, el oculto, del peronismo).
La proverbial aparición del
senador Miguel Pichetto, Lepenito, rescata a los macristas de la
sofocación de la nada. Aunque para sepultar en el ridículo a los
exégetas de la nueva política.
Los que avalaron el vil despojo,
con el pretexto adolescente de la picardía. Es para un texto de Fray
Mocho. O de Mateo Booz.
Es la interpretación piadosamente
presentable del rebaje moral con el fondo del Caso Espert. La
desesperación supera, aquí, a la malicia.
Así como a La Doctora
le costó muy poco disolver la Alternativa Federal del Peronismo
Perdonable, menos le costó a Lepenito perforar la creciente
proyección de Espert, El Padrino Pelado de Milei.
Contó,
para la hazaña, con el aval de Mauricio, El Ángel
Exterminador.
Espert creció con su sabiduría mediática,
hábilmente explotada por Nazareno Etchepare, El Cacerolero.
Se
trata de uno de los fundamentales inventores del cacerolazo por red,
que atormentó el eclipse inicial del cristinismo.
Junto a Lucho
Bugallo, El Prensero, que ahora es candidato a algo, en
representación de la señora Carrió, La Demoledora.
“Una
banca por cuatro años bien vale una semana de desprestigio”. Debió
habérselo dicho el Paisano Alberto Assef.
Un encantador
sobreviviente de mil batallas que suele proyectarse desde su
admirable partido de alquiler.
Pudo elevarse con la garrocha a los
77 años hasta caer entre los brazos paternales de Lepenito. Otro
garrochero de colección que estaba en la etapa de los méritos.
El
Paisano y Lepenito los dejaron a Espert y al colega Luis Rosales con
la hegemonía de la victimización. Los posiciona positivamente para
la próxima kermesse electoral.
Y hasta los fortalece ante la
sociedad necesitada de una derecha de verdad. No de fantasía, como
la del TGR.
Con liberales asumidos que se bancan el delirio del
comercio y los mercados.
Por su conocimiento en redes, Etchepare
ya le puede ofrecer a Espert concentraciones conmovedoras.
3. Arrastrar la cruz del Ángel por la Tercera
Los
muchachos de La Agencia de Colocaciones banalizan -dijimos- la
magnitud política de La Doctora.
Del mismo modo, desde el TGR,
los socios vulgarizan la dimensión superior de María Eugenia, La
Chica de Flores de Girondo, Sor Vidal.
La línea política se
transmite en la pobre oferta legislativa. Apenas se disimula con la
identidad de Cristian Ritondo, El Potro. Cabeza de lista.
Pero
brota de inmediato la justificación de la agobiante “lucha contra
la corrupción” («que mata»).
O con la acentuación en
una muerte espectacular que aún brinda frutos.
Son réditos
amargos que resultan útiles para profundizar la división.
Aparte,
se registra la maléfica jactancia por haber debilitado, hasta la
inexistencia, a la llamada «línea política».
A la
oferta inspirada en la denuncia se le incorpora el aditivo de la
brutalidad.
Sor Vidal se merecía ampliamente una oferta superior.
A la altura del sacrificio de arrastrar la insoportable cruz del
Ángel, por la Tercera Sección Electoral.
4. La olla del Consenso
En el fondo de la olla del consenso se distingue la imagen de Roberto Lavagna, La Esfinge. Otro socio.
Lo acompaña Juan Manuel Urtubey, El Bello Otero.
No se explica la repentina adhesión de La Esfinge al primitivismo adolescente de la política testimonial.
Como en la antigua Grecia, la edad y la experiencia se valoran solo cuando viene acompañada por la sabiduría.
La versación le sobra a La Esfinge. Pero la fuerza del ego, sin el coaching de la conducción, produce estragos.
Porque la egolatría excesiva, o sea la portación sana de superioridad, es tóxica.
Debilita al sujeto que arrastra la versación. Se toma demasiado en serio.Sin la distancia conveniente.
Tampoco termina de entenderse el desperdicio de Urtubey.
Después de haberse destacado por ser el precandidato más coherente del Peronismo Perdonable, El Bello Otero naufraga en la fragilidad testimonial que sirve para habilitar una bolsa mínima de trabajo.
Para alcanzar la gloria mensual de una banca, a lo sumo dos. Para mujeres espléndidamente formadas que distan de fascinarse con los espejitos de colores de la candidatura a la gobernación que nunca se va a ganar.
Corresponde mejor cobrar con una diputación, al contado, como la cobra el Paisano Assef (influencias lejanas de don Vicente Saadi).
En una cámara que es, a la democracia, lo que la cadena Mc Donald’s es a la gastronomía.
Justifica asegurarse estar adentro. Bendecido por la Red Link. Incluido.
Es el sentido público de la disputa entre la señora Margarita Stolbizer, la Vecina Intachable, y la señora Graciela Camaño, La del Cortito.
Camaño se abrió de la Franja de Massa después de que Sergio, El Desconcertante Conductor, decidiera ser la frutilla de torta de la pastelería de la Agencia.
El
espejito de colores lo compró finalmente un gran consumidor de
cucardas sin trascendencia.
Bucca, El Bali Bolivariano, que con
mal asesoramiento busca posicionarse desde su pago chico.
Bolívar.
Ostenta, como máximo capital, el magnífico mérito de
ser amigo del barrio de Marcelo Tinelli, El Rey del Amague.
Tinelli
es el estadista secreto que está bien acompañado en la sala de
espera.
Por el doctor Facundo Manes, Cisura de Rolando, que corre
siempre por el borde de cal de la política, sin atreverse a entrar.
Por reticencia, acaso, a ser socio.
Y por la sobriedad del
Presidente D’Onofrio, Gallardista de Colección.
Bali Bucca, El
Buen Bolivariano, es un excelente muchacho. Un «todo corazón»
que supo comprarse hasta el espejito de Florencio Randazzo, El
Loco.
Randazzo es el socio que se quedó afuera de la decadente
kermesse, aunque tiene, por suerte, la tristeza del buen pasar.
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