Excesos del fiestero Cardenal Mc Carrick
Viganó, arzobispo-nuncio reaccionario, reclama la renuncia del Papa Francisco.
Artículos Internacionales
escribe Carolina Mantegari
para JorgeAsísDigital
Roma (especial)
El principal protagonista de esta crónica prostibularia tal vez no es el Cardenal Theodore Mc Carrick, el fiestero octogenario.
Es, acaso, el arzobispo Carlo María Viganó, que fuera el Nuncio Apostólico en los Estados Unidos, entre 2011 y 2016. Un septuagenario conservador, dotado para el resentimiento y la envidia. Un diplomático italiano de Varese, seguidor de la banda tradicionalista del Cardenal Raymond Burke, de Wisconsin, el máximo enemigo del Papa Francisco, desde que suscribiera el documento “Alegría del Amor” (Amore laetitia).
Derechista al mango, Viganó hizo punta y no vaciló en pedir la efectista abdicación de Francisco. Por haber encubierto excesos. El comportamiento lascivo del cardenal Mc Carrick. Un inagotable consumidor de sacerdotes y monaguillos. Religiosos que eran invitados a reposar con el Cardenal a la hora de la siesta, a los efectos de trepar en el palo enjabonado de la carrera pontificia.
Ocurría que, merced al puritanismo de Burke, la iglesia católica de Estados Unidos ya era un puterío escatológicamente real. Incluso se había instalado la frase ingeniosa. “Más difícil que ser católico en Pensilvania”.
En Pensilvania, todo aquel creyente que intentara calzarse la sotana, o simplemente se hincara a rezar, podía ser pasado por las armas del pecado. Carnes duras del Señor.
Pero el Cardenal Mc Carrick, ya de bien gastados 88 años, consumía activamente seminaristas desde que era diácono. Y era consumido pasivamente por los seminaristas desde mucho antes que fuera ordenado sacerdote, en 1958 y en Nueva York. 42 años antes que el físicamente declinante Papa Juan Pablo Wojtila lo proclamara Cardenal, en el consistorio de 2001.
Después de décadas de plenitud, cuando la religión profesional, para Mc Carrick, era una fiesta total. Como París para Hemingway.
Wojtila y Ratzinger
Nuestro antihéroe, el retorcido arzobispo Viganó, decidió diplomarse como el verdugo de Francisco. Acaso para ser mejor considerado por Burke.
Sin embargo, al haber sido el nuncio en los Estados Unidos, Viganó debió rendirle pleitesías y oraciones a Mc Carrick, el cretino fiestero. Era el Cardenal de Washington y se sentía protegido por el consolidado «lobby gay» que lo bancaba en el Vaticano. La función diplomática de Viganó consistía en festejar las ocurrencias de Mc Carrick, pero en simultáneo transmitía a la cancillería vaticana las críticas feroces hacia la disipación del Cardenal, quien se enteraba al minuto de las mismas. Tenía ascendencia de sobra en el poder clerical.
Mantenía Mc Carrick la mejor relación con el Cardenal Ángelo Sodano, el secretario de Estado, gran amigo del embajador argentino Cacho Caselli.
Por su parte, Sodano se cuidaba de no confrontar con el lobby. Era quien verdaderamente manejaba el papado en los últimos años del polaco Juan Pablo, que sobrevivía.
Mc Carrick había alcanzado el cardenalato a los 71 años. Después de haber penetrado seminaristas, sacerdotes y monaguillos por doquier. Consta que fue uno de los cardenales que designara, en 2005, a otro gran amigo. A su par, el Cardenal Joseph Ratzinger, como nuevo Papa. Aquel Ratzinger adquirió, para Papa, el nombre de Benedicto XVI.
Y por supuesto que Benedicto estaba al tanto de las inclinaciones penetrantes de Mc Carrick. A quien, ante el florecimiento de las denuncias, tuvo que aplicarle las sanciones reservadas, en realidad secretas. Pero cuando Mc Carrick ya se había retirado, al cumplir los 80 años.
Las sanciones de Benedicto, a su amigo Theodore, eran tan secretas y reservadas que Theodore no les dio ni cinco de pelota. Debía mantener una vida de eremita, retirado en algún convento lejano. De todos modos el fiestero viajó por lo menos tres veces a Roma, donde no tenía reparos en brindar conferencias.
Ahora, por las limitaciones físicas, propias de la edad, Theodore apenas podía dedicarse a la nutrida gastronomía del sexo oral.
Para el pobre Benedicto, su amigo Mc Carrick era un problema. Porque le conocía, también, sus puntos vulnerables. Y cuando Benedicto se lo encontraba a Mc Carrick en los jardines y entre los cardenales, de ningún modo podía decirle al sancionado: “usted nada tiene que hacer aquí”.
Iglesia penetrada por Satanás
Pero Benedicto, en su «pálido final», estaba desbordado. Flotaba en la administración de la Iglesia penetrada por Satanás.
Fue Benedicto el único Papa que abdicó, después de Gregorio XII, en 1415, casi 600 años después. Ya no conseguía manejar el extendido pecado de la iglesia de millones de fieles, para coronar posteriormente al Papa que insólitamente llegaba desde el fin del mundo.
El Cardenal Jorge Bergoglio prefirió responder al mote profesional de Francisco y dedicarse a la titánica idea de transformar, para el campo del bien, la espeluznante herencia recibida. E infortunadamente tomada por Satanás, que se ufanaba de poseer pecadores de la magnitud de Mc Carrick, e infinidad de piadosos delincuentes que hicieron de las finanzas del Vaticano un paraíso fiscal.
Entre mil dossiers catastróficos, figuraba en la herencia el abominable ejemplo moral del Cardenal Mc Carrick. A quien decidió, de inmediato, “desbirretizar”. Es decir, le quitó el derecho de utilizar el birrete identificatorio del Cardenal. Y hasta le prohibió pasearse por el Vaticano.
Es precisamente el birrete que Francisco decidió no acomodar en la cabeza de Viganó. Pero porque, a su criterio, aquel nuncio en los Estados Unidos era un reaccionario troglodita, que se situaba en las antípodas de sus intentos transformadores.
Viganó tampoco toleraba las transgresiones de Francisco con respecto a la comunión de los divorciados, ni a la necesaria comprensión hacia los homosexuales, quienes después de todo lo insultaban igual.
Desairado, Viganó, el cardenal frustrado, con infinito tiempo libre aprovechó el complejo viaje a Irlanda de Francisco, uno de los más atravesados del pontificado.
En Irlanda habían transcurrido episodios violatorios a canilla libre. Similares a los de Temuco, en Chile, o de Pensilvania. Sitios donde ser católico constituía ya un acto heroico.
Aprovechó Viganó el desplazamiento a Dublin para pedir la abdicación del papa argentino. Por encubrir las penetraciones y felaciones del Cardenal Mc Carrick. Al que había proclamado cardenal el Papa polaco y lo había secretamente sancionado el Papa alemán. Aunque les restó importancia a las penitencias y siguió con la degustación de penes por donde pudiera encontrarlos.
Pero Francisco decidió no dar crédito al resentimiento de Viganó y fue peor. El diplomático jubilado arremetió entonces con otra acusación. En Lifesitenews, uno de los sitios tradicionalistas, antagónicos del Papa, defensores estrictos de las dulces modalidades del medioevo. Viganó hizo pública una reunión secreta de Francisco, en su viaje a Estados Unidos, con la jueza Kim Davis, secretaria judicial del condado de Kentucky. Una activista que se había hecho famosa por haberse resistido a casar a los homosexuales que pretendían mimarse en las puertas de su juzgado. Una dama cruzada contra la homosexualidad que Viganó impuso compulsivamente en la agenda de Francisco. Fue apenas un saludo y una selfie, que Viganó utilizó después para desacreditar al Papa con el público relativamente progresista que procuraba seducir.
En Roma, en París, en Washington, ya es público que se lo quieren llevar puesto a Francisco con la abdicación. Por sus críticas desmesuradas a la inhumanidad del capitalismo, por su posición inapelable con respecto a las inmigraciones, y por haberse pacientemente generado una interminable caravana de enemigos que no soportan su loca adscripción hacia una iglesia de «pastores con olor a oveja», que estén lo más lejos posible del lujo y lo más próximos a los pueblos.
Son enemigos que se reproducen, incluso -y sobre todo- en su declinante país, la Argentina donde se multiplica la pobreza y prolifera la versatilidad del desconocimiento que se obstina en descalificarlo por ser un Papa populista.
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