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Juanjo y Pancho

Minas antipersonales para Javier Iguacel y Dante Sica.

Oberdan Rocamora - 18 de junio 2018

Artículos Nacionales

Juanjo y Panchoescribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital

“Viene contento el nuevo
La sonrisa juntándole los labios”
Mario Benedetti

Para mostrarle a la señora Christine Lagarde, Madame Bobary, que aquí se hacen los deberes, basta con transformar en Sub-Gerentes a 10 de los 23 Gerentes de Área de la Argentina Socma.
Bajarlos de la categoría inflamada de ministros, para convertirlos en meras Secretarías de Estado. Fuerzas de despliegue rápido.
Devaluación moral que Juan José Aranguren, El Juanjo Vasco, Ministro de Energía, de ningún modo estaba culturalmente capacitado para aceptar.
Juanjo era de los pocos miembros del multitudinario gabinete que se había tomado con seriedad la receta cretina del ajuste y los aumentos.
Lo suyo era el sinceramiento energético. A través de inyecciones en el precio del gas, la luz y el combustible.
Como Mauricio, El Ángel Exterminador, el Juanjo Vasco participa de la misma alucinación. Creer que la energía hay que pagarla. Como el transporte.
Sin haberse dado cuenta que se trata de conquistas sociales.
«Principios sociales», que nuestro modo de vida «ha establecido».
La función del estadista consiste en crear riqueza para garantizarlos.
Si la energía se paga lo que corresponde, los miembros venerables de las capas medias, el pilar electoral del Colectivo Cambiemos, se encuentran incapacitados para ducharse.
Imposibilitados de entibiarse en el invierno con el gas, ni refrescarse en el verano con el aire acondicionado en 23.
Sin comprender estas verdades de hierro, y avalado en el error por el Ángel, el Juanjo Vasco se encomendó a la mentira utópica del sinceramiento.
Juanjo y Pancho“Vos dale para adelante”, le decía Mauricio.
Aunque, cuando la doctora Elisa Carrió, La Demoledora, comprendía que los aumentos desmedidos eran la garantía del suicidio institucional, el Ángel reculaba.
Como cuando reaccionaba el gobernador radical Alfredo Cornejo, «un tipo jodido».
Cornejito, como lo llamaba el extinto, e invalorable, Viti Fayad.
Hasta que Cornejito -el breve caudillo lencinista- lo sopapeó oralmente a Juanjo:
“Sepa que usted le hace meter la pata al Presidente. Debe renunciar”.
El Ángel prefirió echar la culpa del traspié de las tarifas a Sergio, Titular de la Franja de Massa. Pero habían sido balas del fuego interno. Cornejito y Carrió juntos son dinamita.
En la actividad privada, con la chapa de la Shell, Juanjo había acumulado unos cuantos palos verdes. Mantenía cierto prestigio entre los petroleros.
Pero ahora, que era ministro, experimentaba el descenso abrupto de la consideración. Se le alteraba el universo de los afectos.
Le exigían, para colmo, que trajera “la suya”.
Con “la propia no”, eso nunca, el canuto es sagrado, ¿Quién la va a traer?
“¿Cómo confiar en un gobierno que me designa ministro a mí?». Así ironizaba cierta Garganta, en los esplendorosos años del menemismo.
La función pública degrada con aceleración.
Para dejar de ser pronto el Señor Ministro y arriesgarse al bajativo del Señor Secretario. Juanjo no podía tolerarlo. Resultaba conveniente que lo despidieran. Y sin humillarlo con ningún Plan Canje. No necesita otra fuente de trabajo. Había cumplido con la Patria. Llegaba el momento de disfrutar, sin culpas, del canuto acumulado.
Y dejarle el camino sembrado de minas antipersonales al sucesor.
El nuevo. Javier Iguacel, va a jurar contento. Con «la sonrisa juntándole Juanjo y Pancholos labios».
Aparte, Iguacel sabe de minas antipersonales. Las conoce desde su estancia en Cabinda, la riquísima Angola, cuando pisaba para Pluspetrol.
Podrá sortear ahora Iguacel la mina de la energía eléctrica dolarizada.
La mina antipersonal del ajuste de las distribuidoras eléctricas atado a la inflación.
O la mina antipersonal del acuerdo entre los productores y los distribuidores del gas con un dólar a 20 (cuando ya vale casi 30).
Alguna mina, al «nuevo», le va a estallar.

Pancho

“Pancho Cabrera es el macrista más simpático y presentable”, confirma la Garganta.
Pero altos dignatarios del Tercer Gobierno Radical solían descalificarlo como funcionario.
La mañana del día en que lo iban a echar, Francisco Cabrera, Ministro de Producción, El Seductor Tardío, caminaba hacia la sala especial del Hotel The Brick, la Unidad Básica.
Con su lozanía habitual, acompañado de funcionarios y asesores, Pancho saludaba a los que conocía y sonreía a los desconocidos.
“Todos lo quieren a Pancho, da gusto estar con él”, confirma otra Garganta.
Pero en el momento de calificarlo lo arrojaban debajo del camión de Moyano, Pablito. Lo masacraban. ¿Lo envidiaban, acaso?
Lo más liviano que decían de Pancho era que servía para los cócteles.
“Pero Mauri lo quiere”. Se lo escuchaba en tono de lamento.
Es otro de los tantos ministros que fueron devaluados por el catastrófico estilo de conducción que imponía El Ángel Exterminador.
Los convertía en Gerentes de Área de la Argentina Socma (cliquear). Para ser evaluados mensualmente, de manera paternal, por los mecanizados conductores del Tablero de Control con rueditas.
Juanjo y PanchoMario Quintana, Luz de mis Ojos I, que hoy simula los magullones, y Gustavo Lopetegui, Luz 2, portador del mérito del perfil bajo.
Las Luces comandaban el batallón de lúcidos sin corbata de la Jefatura de Gabinete que respondían oficialmente a Marcos Peña, El Pibe de Oro. Atormentaban a los Gerentes de Área más reticentes, al someterlos al sistema de las mesas examinadoras. Se sentían humillados.
El primero que no pudo soportar el esquema fue el ministro Alfonso Prat Gay, El Amalito.
Tenía Prat Gay el ego desarrollado pero en un contexto peligroso. Donde sólo podía admitirse el ego del Ángel Exterminador.
Y El Amalito pronto fundió bielas.
Pero tampoco pudo tolerarlo, sin ir más lejos, Ricardo Buryaile, El Bermejo. Ministro de Agroindustria que procedía del universo alborotado de la política radical.
Cuentan que cuando Buryaile recibió el misterioso llamado de Marquitos, para convocarlo en su despacho por la tarde, se dijo: “Me garcan”.
Y acertó: lo garcaron.
Pretendieron indemnizarlo espiritualmente con la embajada ante la Unión Europea, en Bruselas. Pero El Bermejo tampoco aceptó ningún Plan Canje.
Para ser sucedido por «otro nuevo», el encantador Luis Miguel Etchevehere, Presidente de la Sociedad Rural que saltaría, en garrocha, desde la SRA hasta jurar en el Salón Blanco, como Ministro de Agricultura.
Con el cambio, lo primero que Luis Miguel perdió fueron los 500 mil pesos que le abonaban en La Rural. Debió devolverlos.
Costaba admitir que un «muchacho bien» como Luis Miguel viviera de su salario. Una verdad incómoda que demuele la idea clasista que se tiene de la paquetería. O del bananismo.
Creer que porque son “de buena familia” están salvados para el campeonato.
Suele ser decepcionante saber que a muchos paquetérrimos se los da vuelta y no se les cae una moneda. Padecen el extendido Virus de Pereyra de Olazábal.
La simulación de la riqueza es una problemática habitual, pero muy poco explorada en la literatura.
Atormenta a los ambiciosos, de ambos sexos, que se esmeran en la proximidad del braguetazo decisivo, que genere el anhelado avance social. Ampliaremos.
“Estos te nombran ministro pero te cubren abajo todos los puestos. No podés nombrar a nadie tuyo, con suerte un chofer”, confirma otra Garganta.
Juanjo y PanchoLos colman de cuadros heroicos de la Fundación Pensar. Es la Agencia de Colocaciones que, en la campaña, manejaba el mismo Pancho Cabrera que sonreía en The Brick. Justamente mientras el Ángel, que tanto lo apreciaba, decidía reemplazarlo. Con el seso picado por los altos dignatarios de PRO. Picadores de sesos que se quejaban ante Macri de los atributos de Pancho como funcionario.
“Para ir al Polo, Pancho es un tipo genial. Es divertidísimo para pasar un fin de semana en el Este. Pero para tratar con los industriales no es el más indicado, no te resuelve nada”.
Taladraban el seso del Presidente que envejecía con paulatina precipitación, mientras maduraba la decisión de rajarlo, aunque fuera un excelente chico, el amigo más leal.
Para suplantarlo por Dante Sica, el otro «nuevo».
Un consultor que poco y nada tiene de paquete. Con experiencia en terrenos infectados de minas antipersonales.
Un intelectual responsable que lee sus presentaciones basamentado en cifras rigurosas, datos inapelables, mientras impresiona con el power point, aunque sin la brillantez tablonera de Carlitos Melconián.
Es como si el Dante se explayara, tan solo, para el conocimiento medular de Nicolás Dujovne, el Bruno Gelber. Para demostrar que el Tercer Gobierno Radical mantiene su propia dinámica.
Que pasa, sin reparos, de los «ceos» a los consultores.

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