Dilema de los tenedores de sacos
EL ÁNGEL Y EL CHAROL (II): La bronca al macrismo suple al hartazgo del kirchnerismo.
Miniseries
escribe Oberdán Rocamora
Redactor Estrella, especial
para JorgeAsísDigital
El conflicto social es más profundo e intenso que las anécdotas que lo desencadenan.
Debiera saberlo Mauricio Macri, El Ángel Exterminador. Al menos sospecharlo. Salvo que se crea los mensajes que le emiten “los diarios de Irigoyen”.
Durante la deriva del último trienio cristinista se registró el ciclo descendente (2012-2015). Cuando las espectaculares movilizaciones de la clase media se encontraban inspiradas en el hartazgo. Un complemento que La Doctora no supo calibrar. Del mismo modo que Mauricio hoy no calibra el complemento de la bronca. En la víspera de otra movilización, inspirada ahora por “sectores populares”.
Aquel hartazgo del cristinismo es entonces sustituido por la bronca hacia el Tercer Gobierno Radical.
Interpretaciones elementales
Pero los astutos tenedores de sacos del sindicalismo peronista perdonable aún no captan el fenómeno extendido de la bronca.
Prefieren tomar rápida distancia de la “causa perdida” de Hugo Moyano, El Charol. Como si se tratara del ordinario conflicto bilateral.
En todo caso Mauricio muestra un esbozo de habilidad. Logra reducir la categoría del conflicto hacia el irrisorio tema personal. Para favorecer la interpretación usual, convenientemente cómoda.
«Si Moyano va al frente es porque la justicia lo acosa”.
“Que rinda cuentas y listo”.
“Nadie tiene coronita”.
La explicación, abrumadoramente elemental, satisface a los seguidores del TGR, más elementales aún. Y en especial a los sensibles tenedores de sacos. Pero el infantilismo arrastra el riesgo. Derivación de la frivolidad interpretativa. Los habilita a repetir que El Ángel se beneficia por confrontar con Charol.
“Es el enemigo ideal. A la carta”.
Siempre y cuando -eso sí- le gane. “O por lo menos que lo meta preso”.
Consta que el Presidente, o sea el Estado, nunca puede perder el desafío del sindicalista acosado. Menos cuando cuenta con el apoyo de los grandes medios. Los que se creen, con fundamentos sólidos, los dueños de Macri. Los que todavía no pueden entregarlo. Ni regalarlo. Tampoco pueden permitir la diplomacia de la negociación.
Moyano debiera descontar que El Presidente tiene obligadamente que vencerlo.
Pero se resiste a la ceremonia de la rendición. Como otro claro ejemplo de exterminio habitual. En el Pabellón de Ezeiza, de Marcos Paz, o en la humillante domiciliaria. Pero sin Franco, el Macri que literariamente vale, al lado.
Sin embargo Moyano suele aprovechar los espacios. Castiga en la pelea al Ángel, lo golpea abajo, le recuerda viejos contrabandos, Papeles de Panamá. Pero se las ingenia siempre para dejar alguna puerta entornada.
“Si (el Presidente) me llama, claro que voy. ¿Cómo no voy a ir?”, le confirma Moyano al cronista Marcelo Bonelli.
Aunque el juego de la ruleta rusa está servido. Sólo quedan dos disparos. Resta gatillar.
“La unión hace la debilidad”
Los tenedores de sacos (y de camperas) son superados por la magnitud de la anécdota.
Se abstienen, no quieren “ser usados”. Ni verse arrastrados.
Se confortan espiritualmente al considerar que la pelea de Charol con el Ángel es sectorial. Pero peor aún: es equivocada.
Hacen entonces la fila grotesca para borrarse. Para esquivar la cola de la jeringa y alejarse de la postura, públicamente y sin el menor recato.
Debe constar claramente en actas que no lo apoyan a Moyano. Que ellos son diferentes. Que Charol se corta solo, en defensa propia.
Cada declarativa borrada “a lo Casildo” se transforma en un mensaje explícito hacia El Ángel Exterminador. Como si, desde cada pregonada ausencia a la marcha, le dijeran:
“Presidente, conmigo no j…, no se meta, por favor no me extermine. Yo no estoy con Moyano, no se le ocurra mover mis causas, ni me suelte a La Ocaña».
Curiosamente, cuando Charol ya estaba en pantuflas frente al televisor, entretenido con el ámbito dominante del fútbol, tiene que sorprenderse otra vez, en el centro del ring selvático. Como aquel Tarzán que componía Johnny Weismuller, pero con ostensibles problemas de colesterol o de circulación y sin la destreza para deslizarse entre las lianas.
Pero Moyano debe mantener la plasticidad para adaptarse a los rigores de la situación inédita.
«Vivir es cambiar/ cualquier foto vieja lo dirá». Homero Expósito.
Ya no tiene al lado a Los Viviani que lo celebraban. Ahora debe conformarse con Yasky, El Hugo Blanco, de la CTA.
“La vida te da sorpresas/ sorpresas te da la vida”. Pedro Navaja.
“Es la primera vez que la unión hace la debilidad”, confirma la Garganta. Porque separados, “Yasky y Moyano valen más que unidos”.
La Garganta representa la inteligencia más sofisticada del TGR. Aunque se haya comprado, en mesa de saldos, la versión errónea de la confrontación que beneficia. Como si le costara comprender que Moyano brinda la excusa que se necesita para insultar. Fuerte.
Tarzán con colesterol
La cuestión que el Tarzán septuagenario desafía, en el centro del ring selvático, al Ángel Exterminador. Con quien supo repartirse, entre los despojos del cemento, honores olvidados. Místicos.
En cierto modo, Charol creyó que el Ángel era “el amigo permanente”.
Pero “sólo los intereses son permanentes” (Benjamin Disraelí).
Curiosamente aquí los intereses también se disponen a cambiar.
Con sus camioneros temiblemente incondicionales, con el apoyo de los docentes blancos que no cesan, y con los duros carapálidas bancarios, Charol se asocia también con lo que queda del kirchnerismo que oportunamente lo expulsó del paraíso.
Con algunas de las llamadas “organizaciones sociales”. Y con los revoltosos esclarecidos de la izquierda que cuenta. La del Partido Obrero, con los militantes que supieron mandar preso “al compañero Pedrazza”.
Pero los acompaña la fuerza sustancial que desubica, en la coyuntura, a los tenedores de sacos. La bronca que suple, en el presente tramo, al hartazgo desalojado del tramo anterior.
Final con Grabois
Quien parece haber percibido la intensidad del fenómeno, la magnitud del conflicto social abierto (siempre más profundo que la anécdota que lo desencadena) es el dirigente social Juan Grabois. Es quien despierta relativa preocupación en los despachos más inesperados.
Formado con rigor y solidez, Grabois es demasiado joven para ser asociado precipitadamente a «lo viejo». Le excede al arsenal de esquemas vulnerables.-
Por lo que aparenta, el muchacho -Grabois- sabe administrar la lucidez que le proporciona el encanto del enigma. Como la pasión por la intriga o la sospecha. O por el misterio del simbolismo. Como si tuviera, detrás de su figura, la infalibilidad.
Continuará
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